Rubén I. Bourlot –
Esta es una invitación a plantear una manera distinta de abordar los hechos de nuestro pasado. Tenemos que atrevernos a romper algunos esquemas (Rompela como canta Charly García), a transgredir y ver nuestra historia desde un punto de vista. A liberarnos de convenciones que no se ajustan a nuestra la realidad. Tal vez nos parezca incómodo y nos mareamos al principio mirar la historia desde otra perspectiva, que es la nuestra.
Esto no significa reducir el aprendizaje a lo meramente local e inmediato pero sí dejar de lado el supuesto que “la historia” empezó en la Mesopotamia asiática, en Egipto, pasó por Grecia, Roma y llegó a América con Colón.
Por eso la propuesta investigar, escribir y aprender la historia vista como un esquema de círculos concéntricos. Esto nos permitirá trabajar desde lo más cercano a lo más lejano tanto en la dimensión temporal como espacial.
En la dimensión espacial, sustituimos la idea que se deba aprender la historia, la geografía, la cultura, valores, categorías que viene desde las metrópolis, como el tan vigente eurocentrismo, para comprender nuestra realidad. También debemos descolonizarnos de las metrópolis locales que supone trascendente lo que pasó por Buenos Aires: la historia, literatura, el arte en general, en desmedro de los sucesos de la localidad y la provincia. Esto no implica un aprendizaje localista, descontextualizado de lo nacional, latinoamericano y mundial sino aprender desde la perspectiva de la persona que aprende localizado en un tiempo y lugar determinado.
La persona que aprende comprenderá primero lo cercano, lo que tiene al alcance de la mano, lo concreto y lo que contribuye a construir un sentido de pertenencia.
En historia se aprenden primero los acontecimientos sucedidos en el entorno, donde aún pueden palpar los rumores del pasado, observar documentos, consultar los relatos de los vecinos más antiguos y visitar los lugares en donde se produjeron.
Círculos concéntricos espaciales y temporales
Es importante trabajar con las categorías región, espacio, tiempo en un esquema de círculos concéntricos a partir del lugar y tiempo donde estamos situados cada uno. Eso significa que el aprendizaje avanza desde el centro, lo más inmediato -en tiempo y espacio-, hacia lo más lejano pero sin perder el eje en donde estamos parados ya que se trata de aprender situados en un lugar y tiempo determinado. En el gráfico podemos ver que personas ubicadas en distintas localidades aprenden saberes particulares de su lugar pero a medida que se amplían los círculos estos se interceptan, y esto significa que sus aprendizajes coinciden.
No obstante ese aprendizaje no es exactamente el mismo porque está mediado por la perspectiva desde donde se ubica la persona que aprende. Pongamos como ejemplo a dos personas observando un mismo paisaje pero desde dos colinas: los dos no van a ver exactamente el mismo paisaje ya que tienen perspectivas distintas. Así un estudiante de La Rioja, otro de Buenos Aires y otro de Entre Ríos no tienen por qué estudiar los mismos contenidos de Historia, Biología, Literatura o Geografía argentina, etc. Por lo tanto no es posible construir un libro de texto, un manual común para todo el país.
En la dimensión temporal, se deberá dejar de lado el criterio cronologista del aprendizaje que indaga los saberes más antiguos para avanzar cronológicamente hacia el presente. Lo que se propone es aprender de lo más inmediato, de los aconteceres cercanos al contexto temporal que se está viviendo para ir avanzando hacia los orígenes más remotos. Aquí también se aplican los círculos concéntricos que se van ampliando sucesivamente. Esto no significa que se aprenda de manera descontextualizada y sin interactuar o dialogar con lo más lejano en el tiempo.
Resulta fuera de toda discusión que la persona que incursiona en la lectura de textos literarios se sentirá más familiarizado con obras de autores contemporáneos, incluso locales, que escriben en un lenguaje que le resulta más familiar al lector que comenzar con las lecturas del Quijote de la Mancha, o los autores argentinos del siglo XIX. Lo mismo aplicamos a la Historia, la Filosofía y a otras áreas del conocimiento.
La escritura de la historia
Y lo importante es la escritura de nuestras historias y su divulgación mediante diversos medios. Precisamente el fin último de la investigación e interpretación del pasado es la difusión de ese conocimiento al pueblo, con un lenguaje accesible pero que no desdeñe el rigor para trasmitir hechos verdaderos: investigados y comprobados.
Mucho antes que se usara la escritura para contar historias sobre algo o alguien cantores, trovadores, fabulistas, relatores de cuentos y leyendas transmitían oralmente su propia visión de los hechos importantes de una comunidad. Hoy se rescatan estos testimonios con la metodología de la historia oral, haciendo hincapié en aspectos relacionados a la vida social y a sus actores anónimos para comprender no sólo los grandes hechos, sino también, rescatar las vivencias y experiencias particulares en torno de estos.
Las fuentes orales son creíbles pero con una credibilidad diferente. Su diversidad y diferencia reside en el hecho de que las declaraciones “equivocadas” son psicológicamente “verídicas” para quien narra un acontecimiento.
Lo que define su carácter renovador no es la oralidad, ya que la historia de los pueblos se ha transmitido a lo largo de los siglos a través de la tradición oral, sino la labor sistemática de creación, recuperación y de utilización de las fuentes orales.
Ficción e historia
Otra manera de introducirnos a la historia es a través de la ficción que recrea hechos del pasado. En particular me refiero a la recientemente editada novela El secreto y la jaula.
Se trata de una novela histórica a partir de personajes y hechos reales, investigados en archivos, pero también alimentada de mitos y tradiciones orales que no necesariamente se ajustan a la verdad histórica pero contribuyen a crear un clima de época.
Los protagonistas principales son el caudillo Francisco Ramírez y su misteriosa compañera conocida como Delfina. En el telón de fondo desfilan personajes protagonistas de la historia de la época.
El relato transcurre como un largo viaje que recorre los territorios alguna vez integrantes de la extensa Liga de de los Pueblos Libres que encabezó José Artigas, desde la frontera entre la Banda Oriental del Uruguay y las posiciones portuguesas del Brasil hasta el confín norte de la provincia de Córdoba y el regreso hasta Concepción del Uruguay, en el lapso que va de 1818 y 1821.
En el itinerario atravesado a lomo de caballos se suceden batallas, escaramuzas, arrojos personales, romances, miserias humanas, ideales, durante un periodo clave de construcción de la patria rioplatense que finalmente terminaría fragmentada entre la Argentina y el Uruguay.
(fuente: Historias de La Solapa)