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Juan Manuel Alfaro, y la encrucijada del ser escritor o devenir editor

“Creo que el Estado no puede permanecer indiferente a los hechos culturales. No son un tema menor en la existencia de una sociedad”, sostenía el escritor.

El martes pasado, el fallecimiento de Juan Manuel Alfaro enlutó a la cultura entrerriana. La noticia fue motivo de pesar especialmente para el panorama cultural de la provincia. En la entrevista que se publica en estas páginas la docente e investigadora Silvia Storani recupera aspectos relevantes del trabajo de una voz que resulta un pilar de la poética entrerriana entre dos siglos.

Revisando archivos y papeles como parte de mi actividad de cada inicio de año, encontré un tesoro olvidado, una entrevista que hice a Juan Manuel Alfaro, a fines del 2004 o durante el 2005. La entrevista integraba mi postulación a una beca internacional de posgrado, y Juan Manuel generosamente aceptó colaborar conmigo. Mi proyecto no tuvo resultado favorable. Y el texto quedó archivado por meses hasta que advertí mi error y consideré que el tiempo transcurrido habría desactualizado el contenido, como para su publicación.
Aquella entrevista tuvo como disparador la presentación y circulación comercial del libro Carlos Alberto Álvarez, Obra poética, publicado por Editorial de Entre Ríos. El volumen era una compilación realizada por Alfaro y tenía notas de su autoría. Hasta entonces, en un recorrido de menos de medio siglo desde su nacimiento en Nogoyá, Juan Manuel había exhibido una construcción literaria constante, sostenida y coherente, expuesta en cinco libros de poesía:  Cauce (1979), La luz vivida (1981), El cielo firme (1985), La piedra azul (1991) y Plena palabra (2003, Premio Fray Mocho, Edición Poesía 2002), y un volumen de cuentos: La dama con el unicornio (2000, Premio Fray Mocho, Edición Cuentos 1998). También fue autor de El Zurdo. La vida y el canto paranasero de Miguel Martínez.
A la luz de la ausencia definitiva y desoladora del escritor que se definía como “poeta, narrador y profesor de Literatura”, los temas sobre los que opinó continúan siendo relevantes para los nóveles escritores, que inician su camino literario; también para quienes se están formando como editores. A ellos, y al lector sensible y atento proponemos acercarse a estas sugerencias y consejos de un escritor prolífico, muy talentoso y muy nuestro.

CONQUISTAR EL OFICIO

-¿Qué significa, para vos, asumirse como escritor?

-Creo que uno realmente se asume como escritor cuando es capaz de tomarle distancia a la exaltación, al apasionamiento del instante creador y puede ejercer su conciencia crítica sobre el texto, que no es otra cosa que la conciencia del oficio y la concepción que se tenga de la literatura. Por ello creo, también, que la asunción es progresiva y se va dando en la medida en que se estrecha la vinculación del escribiente con su propia escritura, y se producen las complicidades y las mutuas desconfianzas. De común acuerdo, podría decirse, se apaña o se descarta un texto.

-¿Cuándo empezaste a considerarte realmente escritor? ¿Antes o después de ver tu primera obra impresa?

-Fue antes de publicar mi primer libro. Supuestamente conocía en plenitud mis poemas, juzgaba felices ciertos hallazgos, algunas expresiones me parecían maduras, etc. Pero al ver mi primer libro impreso, inmediatamente después de disfrutar el olor de la tinta, se produjo un hecho en cierto modo insólito: misteriosamente los textos eran otros, no digo desconocidos, pero sí diferentes. Tenían sus blancos, su “aire” y las costuras y rengueras eran mucho más visibles. ¿Qué había pasado? ¿Quién había modificado los poemas? Por supuesto, nadie. Ninguna palabra había sido cambiada. Sencillamente nos habíamos tomado distancia y la lectura ya no era la misma.

-¿Cuándo y cómo decidiste publicar tu primer libro?

-Mi primera publicación, ésa de la que te hablaba, se realizó en Paraná, en una imprenta particular dedicada a papelería comercial, no a editar libros. Yo tenía veintitrés años, casi veinticuatro. Y hacía por lo menos diez que escribía. Ya por entonces había destruido muchos cuadernos y creía, naturalmente, que los poemas “salvados” tenían algún valor. Era una selección de los escritos entre mis veinte y mis veintitrés. Algunos de ellos habían sido premiados en concursos y publicados en periódicos y eran conocidos en el ambiente literario de la ciudad y de otros pueblos de la provincia. En cierto modo, yo ya estaba “presentado” como poeta en los círculos literarios locales -había leído poemas, participado en “antologías orales”-, pero sentí, entonces, que el libro me “certificaba” como tal. Incluso, para pertenecer a la Sociedad de Escritores o ser invitado a algunos congresos, era imprescindible contar con obra impresa.

-¿De qué manera publicaste ese primer trabajo?

-La decisión de publicarlo tuvo que ver con dos cosas: una es lo que te comentaba: considerar (con la conciencia de entonces) que ya era un poeta y que la obra podía sostenerse por sí sola. En gran medida esto había sido alentado por los premios y los generosos juicios de algunos poetas y amigos que habían escuchado mis lecturas. La otra, creo que la decisiva, fue el azar de conocer, por cuestiones de trabajo, a un imprentero, cliente del banco donde yo trabajaba, quien tuvo la atención de imprimir el libro, a un costo accesible y brindándome facilidades para pagarlo. En ese sentido, pienso que el escritor que se inicia debe tener, al principio, algunas dificultades para la publicación. Eso contribuye a su maduración, a fortalecer un proceso más o menos prudente, y le evita futuros arrepentimientos. Por supuesto que esas dificultades, con el tiempo, deben allanarse, porque el no publicar puede llevar a un estancamiento y, como te decía al principio, la experiencia de la obra impresa es inigualable.

EVITAR LA PRISA

-¿Hay diferencias entre tu actitud inicial y la final en el proceso de resolver qué poemas o cuentos integrarán una obra?

-Indudablemente, es muy difícil al principio evitar la prisa por correr la suerte pública, por ver la obra impresa. La idea de la edición ejerce cierto encantamiento, digamos, para el escritor novel y, a pesar de que haya logrado la maduración a la que me refería anteriormente, una primera o primerísima maduración, es posible que caiga en algunas tentaciones como la de sumar textos para engrosar un volumen, descuidando, quizá, el ritmo, el clima, el lenguaje, las afinidades o parentescos que, según mi criterio actual,  deben tener los textos para integrar o, mejor, conformar una obra: un cuerpo y un alma armónicos.

-¿Te pasó en algún caso que un período especialmente productivo poéticamente se plasmara en un libro completo, casi “a pesar de vos”?

-En realidad nunca he escrito un libro… nunca pienso que escribo para completar un libro. Escribo poemas o cuentos. En el momento de hacerlos sólo ellos existen, son únicos, por así decirlo. Después ellos mismos se buscan, se vinculan, se hermanan, lucen sus afinidades y hasta sus comuniones y en el momento de decidir una publicación, bueno, están juntos, son amantes felices o buenos amigos, lo suficiente al menos como para que no haya discordias, digamos, que se soporten…

EDITAR Y PUBLICAR

-La dama con el unicornio, y Carlos Alberto Álvarez. Obra poética fueron ediciones de la Editorial de Entre Ríos, como parte del Premio Fray Mocho. ¿Cómo se publicaron tus otros libros?

-Bueno, ya te conté lo del primer libro, Cauce; eso fue en 1979. La luz vivida, de 1981, y La piedra azul, de 1991, se publicaron por el sistema de venta anticipada, en la que participaron amigos e instituciones con las que yo tenía vinculación. Era una especie de `bono contribución´ que decía, más o menos, “Con la adquisición de este bono Ud. contribuye a la edición… etc”. Se fijaba un valor mínimo del bono que estaba en relación con el precio de tapa de un ejemplar del libro, pero no un valor máximo. De ahí que hubo quienes adquirieran un bono aportando, voluntariamente, por el costo de dos, tres o, incluso, unos cuantos ejemplares más. El cielo firme, de 1985, fue publicado por cuenta y riesgo de un impresor de Paraná, bajo el sello de Fe Ediciones. La idea de él era publicitar, a través de mi libro y de dos o tres más, un programa de ediciones que él había creado y consistía en un círculo de ahorro cerrado, similar a los que se utilizan para la compra de automóviles. Lamentablemente, por la situación económica que se vivía, entonces, en el país, sobre todo los períodos de gran inflación, el programa tuvo una vida efímera y llegaron a concretarse contadísimas ediciones. Era, sin dudas, un sistema alternativo y beneficioso para las ediciones de autor, ya que, mensualmente, el autor podía ir pagándose su publicación. En economías estables, es posible que este programa pueda tener éxito.

“En realidad nunca he escrito un libro… nunca pienso que trabajo para completar un libro. He escrito poemas o cuentos”, sostenía Juan Manuel Alfaro. Foto: Sergio Ruiz. El Diario

-En las ocasiones en que la publicación fue costeada por vos, ¿tuviste asesoramiento editorial? ¿Cómo resolviste el tamaño y formato del libro, la calidad del papel y las tapas, la ilustración y el diseño de tapas, la diagramación interior? ¿Asumiste, en realidad, el rol de editor?

-Nunca tuve un asesoramiento editorial profesional. Carlos Álvarez, que había publicado y trabajado en la Editorial Colombo y tenía especial aprecio por el libro bien impreso, me dio algunas pautas, consejos… Lo demás fue ver, observar, cotejar. Con tu pregunta recién tomo conciencia de que todos mis libros tienen formato diferente, tipografía diferente, papel diferente… Indudablemente no he advertido que hubiese podido tener un estilo que identificara todas mis publicaciones…

-¿Cómo hiciste la difusión y distribución para la venta de los libros? ¿Recibiste algún tipo de apoyo en estas tareas?

-Has tocado un punto clave…. Porque el problema no es tanto la edición, sino qué hacés después que tenés el libro impreso. Hasta la creación y afianzamiento de la Editorial de Entre Ríos -organismo oficial de la provincia, que presta, indudablemente, un servicio a los escritores, ya que no sólo publica sino que muestra y vende los libros aun los que ella no edita sin aplicar comisiones-, la distribución y venta debía realizarla el escritor y, por supuesto, era muy limitada. Aun con el apoyo de la Editorial es limitada, pero, bueno, los libros están expuestos, se llevan a la Feria del Libro de Buenos Aires y a algunos otros lugares.

ESTÍMULO Y APOYO

-¿Te parece que el Estado debe tener una política cultural que incluya la promoción de la escritura artística? ¿Qué características te gustarían en esa política? ¿Qué aspectos debería contemplar?

-Creo que el Estado no puede permanecer indiferente a los hechos culturales. No son un tema menor en la existencia de una sociedad. Por ello debe tener políticas culturales claras, definidas…  Es un tema muy amplio… Pero limitándonos a lo que podríamos llamar escritura artística, el estado debería atender a la protección de aquellas expresiones auténticas, frutos del trabajo de una vocación consecuente que, por lo general, crecen y se desarrollan fuera de los circuitos comerciales. Pensemos, por ejemplo, en el caso puntual de Juan L. Ortiz o Marcelino Román. En Entre Ríos, afortunadamente, en la actualidad tenemos leyes como la del Mérito Artístico o la del Premio Literario Anual “Fray Mocho”, o el programa que lleva adelante la Editorial oficial. Pero si bien eso ya es mucho, no alcanza. Pienso, por ejemplo, que la provincia debería tener convenios con las distintas universidades del país para que las ediciones se conozcan en todo nuestro vasto y dilatado territorio, y no sólo las obras, sino la presencia misma de los escritores en los distintos ámbitos de formación académica vinculada a la escritura. Porque, reitero, no sólo se trata de escribir un libro y publicarlo. El libro debe llegar a la gente, debe viajar y viajar porque siempre, en algún lugar, uno nunca sabe dónde, hay unas manos que lo están esperando. ¡Cuántas veces nos ha pasado que, al leer un libro, sentimos que hacía tiempo que lo habíamos estado esperando!

Esbozo biográfico

Oriundo de Nogoyá, el escritor, con una reconocida trayectoria en la provincia y en el ámbito de la cultura, había nacido en 1955. Vivió en una zona rural cercana a la localidad y cursó la primaria y la secundaria en su ciudad natal. Desde 1976 residía en Paraná, estudió el Profesorado de Castellano, Literatura y Latín. Fue empleado bancario y también ejerció la docencia.
Alfaro obtuvo en dos oportunidades el Premio Fray Mocho. La máxima distinción literaria que otorga la provincia le fue entregada en la categoría cuentos en 1998 por La dama con el unicornio; y en poesía en 2002 por Plena Palabra.
Fue incluido en muestras y antologías y obtuvo numerosos reconocimientos por su labor literaria, entre ellos el Primer Premio Orlando Travi de la Fundación Argentina para la Poesía. En 2015, recibió el Premio EL DIARIO de Paraná, “Por su destacada tarea dentro de la cultura de la provincia de Entre Ríos”.
Su última actividad pública fue la presentación de su libro Vecindades, el 28 de enero último en el Centro Cultural Almacén de los 33. El trabajo fue declarado de Interés Municipal. En esa ocasión recibió el Homenaje por parte de la Municipalidad de Paraná. La intendenta Rosario Romero estuvo presente e hizo entrega de la declaración de Interés Municipal a la producción literaria y una plaqueta de distinción como personalidad destacada.
Es posible informarse sobre sus once libros de poesías, dos volúmenes de cuentos y varios biográficos y/o ensayísticos centrados en colegas y amigos, cargados en el link de Autores de Concordia:
https://www.autoresdeconcordia.com.ar/autores/207/perfil

por Silvia Storani | Especial para EL DIARIO

(fuente: eldiario.com.ar)

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