Nace en Pergamino, el 29 de octubre de 1912. En su adolescencia, adscribe al Radicalismo, militando en la Intransigencia Nacional de Córdoba, provincia donde reside durante varios años. Muere el 22 de septiembre de 1974 en Mar del Plata.
Desde muy joven, manifiesta vocación por la literatura y el periodismo. A los 23 años, publica su primer libro; “Siete notas extrañas”, conjunto de cuentos que provoca un juicio elogioso del poeta Nicolás Olivari. Por entonces, estudia Filosofía y Letras, en la universidad cordobesa, acercándose al marxismo a través de su profesor, Rodolfo Mondolfo. Por otro lado, su militancia en el “sabatinismo”, refuerza sus convicciones nacionales, fundamentadas bajo la influencia de los Cuadernos de FORJA que recibe desde Buenos Aires, nutriendo su antiimperialismo en los planteos de Raúl Scalabrini Ortiz.
Publica sus primeros artículos ideológicos en “Nueva Generación”, “Intransigencia”, “Debate” y otras revistas lanzadas en Córdoba. En 1944, alcanza el título de Doctor en Filosofía, con la más alta distinción: Premio Universidad, medalla de oro y diploma de honor.
A fines de 1945, junto a la mayor parte de la juventud de la Intransifencia Nacional cordobesa, se define en contra de la Unidad Democrática. Sobre esta cuestión, polemiza con Emilio Ravignani, en la Convención Nacional del Radicalismo reunida el 29 de diciembre de 1945. En las elecciones del 24 de febrero de 1946, mantiene su voto a favor del candidato radical a gobernador –Amadeo Sabattini- pero vota a Perón para presidente. Poco después, el 10 de febrero de 1947, renuncia al Partido Radical entendiendo que ya no enarbola las banderas de Yrigoyen y se define a favor del peronismo. En esa época, pasa a residir, con su esposa, en Buenos Aires.
Durante el gobierno del General Perón, desempeña diversas funciones, como docente en La Plata o en tareas administrativas en el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, aunque es víctima del maccarthysmo dado que su adhesión al peronismo, según él mismo lo define, se produce en razón de su marxismo. En esos años, crece notablemente en la esfera intelectual, nutriéndose de libros europeos y nacionales, especialmente de filosofía, literatura e historia, alcanzando una formación muy sólida, del más alto nivel para su época.
En 1951, desde Radio del Estado, desarrolla un programa de charlas sobre literatura y filosofía, en las cuales formula hondas críticas a los intelectuales del sistema oligárquico, entre otros a Borges y Victoria Ocampo.
Producido el golpe militar el 16 de setiembre de 1955, le quitan sus cátedras, como así también el programa radial. Sin trabajo, sufre con dignidad esos avatares políticos solventándose los gastos familiares con el único ingreso que subsiste: el módico sueldo de maestra de su esposa, Odilia Giraudo. Él se suma a “la resistencia peronista” y cae detenido en varias oportunidades.
Su adhesión al peronismo, le provoca, a partir de esa época, las mayores dificultades para expresarse. La maquinaria de difusión del sistema oligárquico lo discrimino, cerrándose para él no sólo la Universidad y la Academia, sino también las revistas y los periódicos, como así también los medios radiales y televisivos. Ocurre, entonces, que este intelectual –una de la mayores expresiones, o quizás, la mayor, de la inteligencia argentina del siglo XX- se encuentra marginado y aislado, en el más tremendo de los silenciamientos, convertido en “maldito”. A tal punto llega este amordazamiento que se verá obligado a costear él mismo las ediciones de sus libros, en los próximos años. Sus amigos afirman, asimismo, que Hernández Arregui jamás apareció, hasta su muerte en 1974, en la pantalla televisiva.
Desde esa marginación, sin embargo, lanza sus obras, que constituyen críticas implacables a la cultura y la ideología dominantes. En octubre de 1957, aparece “Imperialismo y cultura”, una obra clave en la historia de las ideas en la Argentina. Allí analiza con rigor el pensamiento predominante en el mundo y su influjo sobre la intelectualidad argentina en distintas épocas. En el caso de Borges, su crítica es brillante, dejando al margen las ideas políticas del escritor y ciñéndose, en cambio, a una rigurosa vivisección desde la óptica de la cultura.
“Ese libro –señala Hernández Arregui- me creó odios definitivos y me cerró todos los caminos”. El círculo de silenciamiento que se teje alrededor suyo se verifica cuando, poco después, interviene en una mesa redonda en la Facultad de Derecho, pues el escándalo de la concurrencia conservadora impide oír sus argumentos.
A pesar del silencio que cae sobre el libro, en el campo de la militancia popular es devorado con entusiasmo, considerándolo con certeza como una de las críticas más profundas a la intelectualidad dominante. Por entonces, Hernández Arregui se define como un militante de la Izquierda Nacional interna el peronismo o como acostumbra a señalar, “soy peronista porque soy marxista”. Esta conjunción de la teoría revolucionaria con las masas trabajadoras de la Argentina identificadas con el peronismo, lo torna un intelectual para el orden conservador.
Poco después, en 1960, publica “La formación de la conciencia nacional”, con el propósito de “contribuir, desde la izquierda nacional –en oposición a la izquierda sin raíces en el país- al esclarecimiento de la cuestión nacional”. En esta obra analiza el pensamiento de la clase dominante, “la izquierda antinacional y el nacionalismo sin pueblo”, así como la importancia ideológica de FORJA, el peronismo y la Izquierda Nacional. En esa época, colabora en la revista “El Popular” y en el semanario “Política”, desde donde propone “crear centros de Izquierda Nacional en todo el país”.
En 1962, su prédica tenaz y contundente, lo conduce a sufrir quince días de prisión. Poco después, aparece un nuevo libro suyo “¿Qué es el ser nacional?”, donde aborda la cuestión nacional desde una óptica latinoamericana. También, por entonces, prologa un libro de Ricardo Carpani, a quien conceptúa como uno de los mejores artistas plásticos de la Patria Grande.
En 1964, junto con Alberto Belloni, Ricardo Carpani, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo L. Duhalde, Rubén Bornitk, Rubén Borrelo y Oscar Balestieri, constituye el grupo CONDOR, cuyo manifiesto redacta él mismo. Allí, desde el marxismo plantea la necesidad de una Revolución Nacional dirigida por la clase obrera, formulando además la necesidad de una crítica profunda a la cultura colonial, así como la urgencia de la unión latinoamericana.
Siempre discriminado por los medios de comunicación, publica, cuando encuentra un resquicio, en algún periódico de vida azarosa, como “La Montonera” o diserta en algunos sindicatos combativos, al mismo tiempo que prepara nuevos libros. Asimismo, desarrolla una osada táctica de catequización sobre hombres del Ejército, consiguiendo influenciar a alrededor de 30 oficiales, a quienes convence de la necesidad de retomar los principios sanmartinianos de tal manera que el Ejército deje de ser instrumento de opresión del pueblo para incorporarse, como un ala más, al frente de Liberación Nacional. En esa época -1969- el General Perón, desde el exilio, sostiene que “ningún argentino debe dejar de leer los libros de Hernández Arregui”.
Por entonces, publica un nuevo libro titulado “Nacionalismo y Liberación”, insistiendo en la lucha para quebrar la dependencia, doblemente progresiva pues permite el crecimiento del país sometido, al tiempo que debilita al imperialismo dominante. Por otra parte, caracteriza a los movimientos de liberación nacional como “prosocialistas”.
En 1971, lanza su último libro –“Peronismo y Socialismo”- donde plantea la necesidad de que el Peronismo se desembarace de sus elementos retardatarios –tanto la burocracia gremial, como los políticos conciliadores- para “transformarse en un partido revolucionario, ideológicamente radicalizado, con una vanguardia aguerrida, íntimamente ligado a sus sindicatos combativos, levantando banderas antiimperialistas y socialistas”. Este libro corre la misma suerte que los anteriores: leído con avidez por cuadros y militantes antiimperialistas, peronistas y de izquierda nacional, no recibe comentarios de la prensa, ni de los medios radiales ni televisivos. Lo “olvidan” por aquello de que “olvidarse también es tener memoria”. Creen que aislándolo, silenciándolo, podrán apagar su pensamiento.
Sin embargo, algunos enemigos consideran que debe irse más allá, que es necesario acallar su voz y el 14 de noviembre de 1972, dos kilogramos de gelinita estallan en su departamento de la calle Guise 2064. Hernández Arregui salva su vida por encontrarse en ese momento en una habitación interior, pero su esposa es internada con esquirlas en todo el cuerpo.
Producido el triunfo popular del 11 de marzo de 1973, el interventor en la Universidad de Buenos Aires, Rodolfo Puiggrós le otorga el único reconocimiento que recibe después de aquel premio que le otorgó la Universidad de Córdoba al egresar: ahora lo designan, el 17 de julio de 1973, profesor emérito.
Poco más tarde, en medio de la conflictiva situación política de un peronismo en gravísima crisis, publica la revista: “Peronismo y socialismo”, manteniendo inalterable su posición de Izquierda Nacional dentro del Justicialismo. En esa época se reeditan algunos de sus libros.
Producida la muerte de Perón –el 1º de julio de 1974- aparece el segundo número de la revista, en agosto, bajo el nombre “Peronismo y Liberación”. En su editorial, Hernández Arregui preconiza la unión del campo antiimperialista para evitar el golpe reaccionario que significaría “una brutal dictadura”, profecía que habría de cumplirse lamentablemente a partir del 24 de marzo de 1976.
Desatada la represión de las Tres A contra el campo popular, recibe amenazas de muerte. Su nombre aparece en una lista de condenados, en cuarto lugar, detrás de Atilio López, Julio Troxler y Rubén Sosa. El 16 de setiembre es asesinado López, el 20 del mismo mes es secuestrado y acribillado Troxler. Entonces, Hernández Arregui decide viajar a Mar del Plata para poner sobre aviso al tercero de la lista: Rubén Sosa. Pero, encontrándose en esa ciudad, el 22 de setiembre, sufre un síncope que lo aniquila en instantes. Así desaparece uno de los pensadores más profundos que tuvo la Argentina en el siglo XX.
Limitada la difusión de su pensamiento durante su vida, los medios oligárquicos cierran ahora un círculo de silencio sobre su obra y su trayectoria intelectual. Convertido en “maldito”, sus ideas siguen corriendo todavía en esas napas subterráneas donde abreva el pueblo, siempre explicando, desmitificando, abriendo camino hacia una argentina mejor.
(N. Galasso, Los Malditos, Tomo II, Pág. 295, Ed. Madres de Plaza de Mayo)
(fuente Pensamiento Discepoleano)
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 22/9/2021