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«Estamos en una era de desvergüenza y sin pudor, donde el cinismo es lo que impera»

La especialista plantea la diferencia en la mirada social de acuerdo al género, como signo de debilidad o cualidad. Explica cómo influye en los adolescentes la vergüenza corporal. Establece un recorrido histórico para entender lo que sobrevive de las culturas antiguas y desgrana la distinción entre culpa y vergüenza en la religión católica. «Lo que más se quiere esconder primeramente es la vergüenza. Vamos a tener la mirada social sobre uno, a propósito de la vergüenza», afirma. 

El lugar que ocupa la vergüenza en los seres humanos, su desarrollo, su rol en la constitución del sujeto, sus efectos y la función social que desempeña es estudiado con detalle por la psicoanalista argentina Guadalupe Vázquez -residente en Alemania-, en su libro La vergüenza. La autora despliega en la primera parte de su investigación -que cuenta con el prólogo de su colega Gabriela Insúa-, las travesías de la vergüenza y la invención de la culpa de la Grecia pagana a la Roma cristiana. También explica el caso de otras culturas como la de la India, la posición de Freud al respecto, y las condiciones psicopatológicas asociadas a la vergüenza, entre otros tópicos.

Hasta ahora la historia, la filosofía y la teología abordaron el tema de la vergüenza, a diferencia de lo que sucedió con el psicoanálisis. «En primera instancia, el ordenamiento religioso, o sea, el orden religioso, la moral, las fórmulas éticas primero nacieron desde la cultura de la vergüenza. La culpa es algo posterior. La primera impronta es la de la vergüenza, incluso desde el primer relato bíblico, Lo que aparece primero es la vergüenza en el rostro de Adán, ese rubor, eso que lo muestra y que, además, le muestra su desnudez. Entonces, las primeras fórmulas de ordenamiento moral estaban más bien circunscriptas a la vergüenza porque la pena capital, casi por así decirlo, era la expulsión, salir de la esfera social, quedar como un paria. Como los hijos de Caín, expulsados fuera del núcleo social», sostiene Vázquez en la entrevista con Página/12.

-Sin embargo, el psicoanálisis es como que tardó, ¿no?

-Es una noción tan perturbadora que, incluso, tomarla como objeto de estudio implica dejarse permear por ella y que de tan intolerable es más fácil dejarla por fuera, expulsarla . Y también en el tiempo en el que el psicoanálisis surge como disciplina, en el momento en que Freud elabora sus teorías, para entonces la culpa estaba muy instaurada.

-¿Por qué en el ámbito del psicoanálisis la vergüenza quedó como un poco escondida y la culpa ha tenido históricamente mayor relevancia?

-Por vergüenza misma, por tener que traerla al registro y que eso mismo nos confronte . De tan dolorosa, de tan difícil de sobrellevar, cuando en algún momento digo que tendría entroncar con la etimología de esotérico me refiero a lo oculto. Lo que más se quiere esconder primeramente es la vergüenza. Vamos a tener la mirada social sobre uno, a propósito de la vergüenza. Además, la culpa siempre tiene salvoconductos, uno siempre puede encontrar una vía de perdón. Con la vergüenza siempre es más complejo. No hay absolución para el que padece vergüenza.

Maneras de entender la vergüenza
-¿Cuáles son los múltiples significados de la vergüenza?

-Tiene muchos sinónimos. De la misma manera que pueda apuntar a la honra, al honor, tener poca vergüenza justamente es ser un sinvergüenza. Tiene ahí connotaciones más punitivas, más de crítica. Pero la vergüenza como tal apunta a lo moral y a lo inmoral. Eso es como una palabra de dos caras, como una moneda que, de un lado, apunta a lo que quiere esconderse; por otro lado, a la conducta recta. Esto puede  hablarnos de indecencia o de decencia, según quien la enarbole y en qué tono.

-En relación con lo que venís diciendo, ¿qué diferencia existe entre la vergüenza y sentir vergüenza ajena?

-De eso quizás también es de lo que es responsable el psicoanálisis al omitirla. Es tan difícil confrontar la vergüenza que, incluso, la vergüenza del otro nos toca, permea, nos contagia, no queremos ver eso. Hay gente para la que resulta una emoción verdaderamente dolorosa sufriente, incluso cuando la vergüenza es de otro. Y bueno, está la satisfacción ante la humillación ajena. Hay quien puede encontrar esa vía de satisfacción, quien sufre por la vergüenza ajena y quien goza de ella.

-¿Por qué decís que la vergüenza está al servicio de la pedagogía y del control social?

-Esto se refiere esencialmente a la antigua Grecia. Como era una cultura de la vergüenza , el tener honor o el perder el honor es lo que daba un lugar, lo que hacía un lugar social . Además, regulaba la conducta de hombres y mujeres, de formas distintas, por supuesto para cada género, pero era la forma en la que la conducta se veía regulada, Más allá de la instancia de la ley. Después, con el derecho romano la ley escrita reglaba las conductas. Pero en Grecia había también supuestos que estaban regulados por el honor, por el lugar del honor. Incluso hoy en día hay todavía instancias que vienen dadas. Lo vemos en Estados Unidos, por ejemplo, con este escenario electoral: vemos que es un ámbito, donde antes ciertas cosas estaban vinculadas, no a la ley escrita sino a un código de honor, de ética, que los políticos observaban. Hoy por hoy pareciera que ya no se observa. Es decir que un político puede haber violado la ley y no se avergüenza por ello.

Sentimientos y vergüenza
-¿La idea de la vergüenza como norma social pero también en lo sexual individual empezó con Freud?

-Desde mucho antes. La vergüenza asociada a lo sexual forma parte de la cultura occidental, también de algunas otras culturas. Puede ser la India. Tiene sus variantes, está codificada de manera distinta, pero también la sexualidad está regulada, en buena medida, por el tema de la vergüenza: lo que se acepta, lo que se exhibe, lo que se oculta , cubrir el cuerpo, digamos; regular las formas del deseo. La vergüenza también como una fórmula represora respecto a los instintos sexuales.

-¿Por qué Freud consideró a la vergüenza «una cualidad femenina por excelencia»?

-En el caso de de Freud, en la fenomenología de la vergüenza, la observó con mucha más insistencia entre las mujeres. Ahí se veían como más afectadas, pero también era como un tema mucho más estereotipado, en el sentido de que era más una convención . Culturalmente, además, está mucho más aceptado que una mujer se ruborice. Incluso en una mujer la vergüenza pareciera mayor cualidad, y en un hombre una debilidad. De la misma manera que el hombre podía descubrir el cuerpo y el torso, o tener conductas más osadas, o sexualmente más explícitas. Y para la mujer no estaban permitidas. Digamos que la mujer vivía más bajo el yugo de la vergüenza.

Efectos psicológicos de la vergüenza
-¿De qué modo la vergüenza se relaciona con la soledad teniendo en cuenta que las inhibiciones alejan al sujeto de vínculos sociales y afectivos?

-Hay quien experimentando un sentimiento fuerte de vergüenza, de inadecuación, va desarrollando, por ejemplo, fobia social o un trastorno social por evitación, donde hay una ansiedad mucho más extensiva, más generalizada, con la idea casi paranoide de ser observado, y ante eso la posibilidad del rechazo, de la marginación. Entonces, es una profecía autocumplida: «ante la amenaza de rechazo y la marginación mejor me retraigo». Quedo amparado de esa posibilidad en el cumplimiento de eso que temo.

-Teniendo en cuenta esto que decís, ¿se puede pensar que un sujeto vergonzoso es proclive al bullying?

-Totalmente. Es muchísimo más que un sujeto más extrovertido, contestatario, que se afirme, definitivamente. No quiere decir que el bullying sistemático no pueda, a su vez , ser causante después de vergüenza y de inocularla donde no la había, pero sí en efecto una persona que ya ha priori, está experimentando sentimientos conscientes o inconscientes de vergüenza está mucho más vulnerable a los señalamientos. Es mucho más frágil, si se quiere.

-¿Y qué efectos psicológicos puede tener el body shaming, la vergüenza corporal en los adolescentes?

-Ahora lo estamos viendo y por más que que se pretenda que cada vez estamos en una en una sociedad más inclusiva, más plural, en realidad, lo que estamos viendo es que hay más y más señalamiento porque tenemos muchos más espejos e ideales a través de los medios, a través de las redes sociales, que ponen estándares todavía más difíciles de cumplir. Son espejos donde chicos y chicas se miran y, a partir de ahí, también son señalados y avergonzados por sus coetáneos. Eso produce muchísima distorsión , dismorfia corporal. Los chicos y las chicas se observan de esta manera fragmentaria en la que observan cada parte de su cuerpo, no pudiendo entenderse en su globalidad, en su completud, sino que observan a detalle a través de estos espejos que reproducen ideales de mirarse, de compararse. Por otro lado, por la misma vía reciben todo tipo de señalamientos. Ahora tenemos linchamientos digitales a través de WhatsApp, de los grupos de los chicos dentro de la escolarización media, o incluso antes. Ahora hay toda una tendencia, tenemos a las adolescentes muy preocupadas por estos cuidados de la piel desde los 10 y 11 años, que antes no se observaba.

-¿Se puede establecer una relación entre vergüenza y sentimiento de inferioridad o no necesariamente un sujeto vergonzoso es alguien que no tiene orgullo propio?

-Depende. Está el que es tímido y retraído, que experimenta vergüenza. En general, la vergüenza si podría tener que ver con este menoscabo del amor propio, este sentimiento de inferioridad de inadecuación, de no estar a la altura de lo esperado. Sí, definitivamente están vinculados.

Vergüenza y religión
-¿Por qué crees que la vergüenza ocupó un lugar menor en el cristianismo que la culpa?

-Y bueno, creo que que la culpa es mucho más rentable

-Ofrece ventajas.

-Y sí, claro, ofrece ventajas porque ofrece mecanismos de negociación. Entonces, con la vergüenza, una vez que este sentimiento de humillación te ha tomado es muy difícil resarcirlo. Reparar es mucho más complicado. En cambio, la culpa, desde el perdón, desde el rezo, desde la conversión, etcétera, tiene mecanismos. Entonces, ese mecanismo de negociación es muy favorable, te da un salvoconducto, una vía de escape, un respiro, una posibilidad, sobre todo para el catolicismo. Los protestantes son un poquito más rudos, más críticos: si eres culpable, culpable seguirás, pero la religión católica ofrece bastantes salidas. Hay mecanismos de negociación muy convenientes, en general, en general para unos y otros.

Vergüenza, pudor y capitalismo
-¿Qué diferencia se podría trazar entre la vergüenza y el pudor?

-Hay una diferenciación muy sutil y no todos los idiomas la tienen o la hacen, pero el pudor es previo; es decir, uno se cubre por pudor para no padecer vergüenza. La vergüenza es cuando uno ya ha quedado al descubierto. Entonces, los mecanismos del pudor nos estarían amparando del sentimiento de vergüenza.

-Son anticipatorios.

-Exacto, es que ya observamos la vergüenza como potencialidad, como posibilidad a quedar expuestos. Entonces, el pudor es lo que lo evita. Es la conciencia de la posibilidad de caer en vergüenza. Estamos en una era sin pudor no solo por el exhibicionismo mediático y digital, sino por los decires dentro del contexto político. Antes se decía: «Más vale pobre, pero honrado». Ahora, el delito capital o lo más vergonzoso es ser pobre. Ahora parece que es el mayor de los delitos y lo que nos hunde más en el territorio de la vergüenza, como la pobreza. La gente ya no tiene miedo de declararse un poco pillo, bordear con la ilegalidad, traicionar en tanto eso le reditúa un bien cuantificable. Estamos en una era de desvergüenza y sin pudor, donde el cinismo es lo que impera.

-En relación con esto que decís, en el libro encontraste una conexión entre la vergüenza y la aporofobia (rechazo a los pobres). ¿Esto es un síntoma del capitalismo?

-Totalmente. Y los mecanismos están dados para eso. Toda la máquina está regulada y construida ahora y apunta en esa dirección. Y cada vez se vuelve más perversa y más punitiva y, además, ahí sí entraría la culpa. Este decir que cae en el ridículo, pero que señala que «el pobre es pobre porque quiere» o «porque no hizo lo suficiente», el cuento de la meritocracia y todas estas historias terminan sumiendo a la gente en peor vergüenza porque termina diciendo: «No lo logré, no pude, no hice los suficientes méritos, no me esforcé lo suficiente».

-¿Los discursos de odio y humillación en la política tienen que ver con la desvergüenza?

Es trasladar. La vergüenza que estos sujetos en el poder no experimentan, la trasladan de la forma más perversa a los sectores más frágiles, más precarizados y juegan con eso, en la perversión del discurso. Tanto se ha pervertido el discurso que antes, cuando el populismo parecía que, en realidad, tenía que ver con preocuparse por los intereses de la mayoría, de repente se convirtió en este discurso demagógico que apunta sólo a recolectar votos. O la palabra que se usa ahora de manera peyorativa:  «Buenismo», como si la bondad ahora fuera un defecto, como tachar a alguien de naïf, pero además como si la posibilidad de la bondad tan necesaria de una política del cuidado, incluso, la ternura como subversión, como algo subversivo, no fuera una necesidad imperante para todos.

La vergüenza en el diván
-¿Qué pasa con la vergüenza en el análisis en relación tal vez a no querer ventilar fantasías?

-El analizante llega desde el principio, acude a entrevistarse con el terapeuta y, en primer lugar, le supone cierto saber al terapeuta. Es común que muchos sujetos ante el psicoanalista se sientan muy expuestos, como si, además, el psicoanalista tuviera una suerte de omnisapiencia, que pudiera desnudarlos por completo y dejarlos expuestos, lo cual no es así. Pero llegan con mucha inhibición, a menudo, en posibilidades de decir aquello que más les aqueja porque la vergüenza hace obstáculo claro.

Antes hablabas de la diferencia sutil entre vergüenza y pudor. ¿Por qué para Lacan es preciso tanto tener pudor como poder tener vergüenza?

-El pudor hace barrera. El pudor es lo que nos depara de que emerja. El no tener pudor justo es lo que nos puede volver cínicos y lo que nos puede volver a ciertas fórmulas perversas en las que desnudamos al otro, en las que los exhibimos y lo arrojamos a la vergüenza.