Por Carlos Alberto Negri (1) –
Allá por 1970 y 1971, todos los miércoles a la media tarde íbamos a la casa de Arturo Sampay a escucharlo. El Turco Achem y yo éramos los visitantes permanentes, Carlos Miguel, el Rusito Ivanovich, Jorgito Levoratti, no recuerdo si alguno mas, eran los otros concurrentes regulares.
Sampay nos aconsejaba leer los clásicos, fundamentalmente insistía en Aristóteles, sostenía que la totalidad del pensamiento político de occidente, el mas evolucionado del planeta, el pensamiento político en el mas amplio sentido del término estaba en Aristóteles, que los pensadores posteriores eran glosadores, habían profundizado o desarrollado sus conceptos, hacía alguna que otra referencia a los aportes de la Roma clásica y del Cristianismo, al renacimiento y a la Revolución Francesa, pero una y otra vez volvía a Aristóteles. Santo Tomas de Aquino y Carlos Marx, decía, profundos estudiosos de Aristóteles, no habían siquiera intentado superarlo.
En aquellos tiempos Miguel era devoto de Hernández Arregui y yo fanático y plagiario de Arturo Jauretche y Scalabrini Ortiz. No le hicimos caso, no teníamos tiempo, la prepotencia del capital inglés y la evidencia de la dependencia cultural eran más claras y presentes para explicar como era la Argentina, además: ¿que sentido tenía retroceder 2.400 años para encontrarnos con lo obvio y por todos conocido?
El nuestro, el mío al menos, era un error ingenuo.
Aquellas ideas son todavía hoy obvias y por todos conocidas no por ser antiguas, sino porque constituyen agrupamientos conceptuales de origen, argumentos en derredor de los cuales se organizó el pensamiento posterior, si son obvios y por todos conocidos es porque están en la base y ponen los límites de la totalidad de la reflexión e investigación que los sucedió y, entonces, el ejercicio intelectual de conocerlos y volver a partir de ellos puede que nos ayude a separar lo verdadero de lo falso, siempre que de pensar se trate.
Sin embargo hoy, cuando en la crítica a la teoría de la dependencia se intenta despistar toda referencia acerca de la existencia material de la dependencia, cuando bajo el estruendo de la caída del imperio soviético se procura disimular la realidad de la explotación del hombre por el hombre, cuando con instrumentos transnacionales las oligarquías centrales nos quieren convencer sobre el fin de las ideologías y se pretende que la miseria y la exclusión responden al orden natural de la sociedad humana, cuando con desparpajo se insiste en que “no hay otra”, me parece particularmente útil volver a los clásicos a verificar si aquellos pensamientos originales están agotados o mantienen alguna vigencia.
Además tengo la percepción de que en estos días aquellas ideas ya no son tan obvias, ni son por todos conocidas, veo que no se enseñan en las escuelas ni universidades, donde a las verdades básicas de la filosofía se las tapa con las perogrulladas de las ciencias de los negocios … de otros.
El ejercicio mínimo que me propongo es un viaje a La Política, obra que data, según los historiadores, de la segunda mitad del siglo IV antes de Cristo. El Libro Primero es una demostración apabullante de la tesis de Sampay, allí trata Aristóteles de la esclavitud, la propiedad, el poder en el seno de la familia, del atributo natural y exclusivo del hombre que le permite discernir entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, de las relaciones de cambio y de apropiación, de sus fuentes, del plus valor en la producción, del dinero la acumulación y la riqueza, de la usura y el monopolio, de la igualdad, la desigualdad y sus sostenedores, de democracia, monarquía, oligarquía, división de poderes, de las constituciones, las revoluciones y sus causas, y si se observa con atención recuperando la guía de Sampay, sobre el sentido de la historia.
Porque además sostengo, y voy a probar, que en el espacio del pensamiento y la acción política la historia tiene un sentido.
Nos dice Aristóteles que toda asociación tiende a algún bien, que el Estado es la asociación política, que el bien que persigue el Estado es la justicia, pero no se refiere a una idea pura o abstracta de justicia sino a una justicia que se da en la realidad, la justicia política.
Avanza mas, la procura del bien buscado por el Estado consiste en poner la mayor cantidad de bienes al alcance de las necesidades de los ciudadanos, la justicia política consiste, entonces, en satisfacer las necesidades de la población. La justicia política es, debe ser, justicia social.
Dice Aristóteles:
“… el Estado no existe realmente sino desde el momento en que la masa asociada puede bastarse y satisfacer todas sus necesidades …”.
En aquellos tiempos, en los que la única fuerza disponible era la energía muscular de los animales y de los esclavos, el Estado no incluía a la totalidad de los hombres dentro de la categoría de tales, sin embargo esclavos y bestias no quedan fuera del sistema, no, su lugar intrasistemático es aportar la fuerza productiva necesaria para generar los bienes necesarios que hagan a la justicia política de quienes ocupan el espacio dominante, las cuatro clases en las que dividen la polis griega: agricultores, artesanos, guerreros y magistrados. La esclavitud es entonces instrumental.
Sin embargo observa que ocurre que la disposición de bienes es siempre insuficiente, la energía y los métodos de producción no son capaces de producir en el ritmo y volumen que es necesario para abastecer a todos, lo que genera desigualdad, es decir: injusticia.
Y así fue durante siglos y siglos. La escasez, la miseria, las pestes, una condición social inmodificable que estaba definida el momento del nacimiento, el hijo del esclavo, esclavo, el hijo del carpintero, carpintero, el hijo del cura, cura, pastor nómada, agricultor, pescador, cazador, comerciante, bandolero o guerrero, que son los oficios a partir de los cuales se produce la apropiación de bienes, siglo tras siglo las modificaciones fueron poco o nada significativas.
Pero Aristóteles atisba un escenario diferente:
“… entre los instrumentos hay unos que son inanimados y otros que son vivos, por ejemplo, para el patrón de una nave, el timón es un instrumento sin vida y el marinero de proa un instrumento vivo, pues en las artes al operario se le considera como un verdadero instrumento. Conforme al mismo principio, puede decirse que la propiedad no es mas que un instrumento de la existencia, la riqueza una porción de instrumentos y el esclavo una propiedad viva; solo que el operario, en tanto que instrumento, es el primero de todos. Si cada instrumento pudiese, en virtud de una orden recibida o, si se quiere, adivinada, trabajar por sí mismo, como las estatuas de Dédalo o los trípodes de Vulcano, que iban solos a las reuniones de los dioses; si las lanzaderas tejiesen por si mismas, si el arco tocase solo la cítara, los empresarios prescindirían de los operarios y los señores de los esclavos.”
El Cristianismo dio un fundamento divino a la idea de igualdad entre los hombres, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1791 la expuso como un derecho positivo, sin embargo es la explosiva evolución en las técnicas de producción, producto de la acumulación del conocimiento, de las ciencias aplicadas, la que hace posible la eliminación de la esclavitud en la segunda mitad del siglo XIX, sencillamente porque deviene en innecesaria, antieconómica incluso.
Aquí es donde surge un problema, si el operario y el esclavo no resultan mas necesarios a los fines de la producción, y lo que es mas extraordinario, la producción resulta suficiente para satisfacer las necesidades de todos, lo que ocurre en realidad no es que “los empresarios prescindirán de los operarios y los señores de los esclavos” sino que desaparecerán las categorías mismas de empresarios/amos – operarios/esclavos, lo que nos pone ante una transformación esencial de las formas de organización social y política, y esto porque la evolución de “los instrumentos” resuelve el drama de la escasez y elimina la necesidad; se hace posible así la inclusión de todos los hombres a la polis, ese esquema de relaciones entre los hombres en el que unos pocos mandan y acumulan y muchos padecen y obedecen perdió su sustento material, su ratio, y comienza a ser un estorbo.
Es que la electrónica, la robótica, la informática, la biogenética, en fin, las técnicas e instrumentos producto de la acumulación de siglos y siglos de desarrollo del conocimiento humano hicieron realidad la genial intuición de Aristóteles: no solo las estatuas de Dédalo y los trípodes de Vulcano van solos a las reuniones de los dioses, ahora las lanzaderas tejen por sí mismas, el arco toca solo la cítara, en virtud de ordenes recibidas, o a veces adivinadas a partir de la programación, los instrumentos no solo trabajan por sí sino que son capaces de producir a escala planetaria.
El problema remanente consiste en el desajuste que se produce entre instituciones milenarias, la relación explotador – explotado con sus múltiples nombres y formas, señor/siervo, amo/esclavo, patrón/obrero, en una nueva realidad que presenta la posibilidad material e inmediata del establecimiento de niveles de igualdad solo imaginados en la historia como ideas puras, utópicas como está de moda decir. Con solo un poco de organización y planificación todos los problemas materiales serán superados, y lo serán por el camino que sea.
Pero, claro está, la crisis de las instituciones de las sociedades de dominación/explotación/exclusión no se resuelve por la simple aplicación de las reglas de la razón, quienes detentan las posiciones de privilegio, las oligarquías en palabras de los clásicos griegos, resisten ceder y sobrevienen las tensiones.
Algo tendrá que ocurrir.
Las formas para superar los desajustes apuntados encajan mas que perfectamente en el Libro Octavo de La Política que se titula “Teoría General de las Revoluciones”. Allí nos dice Aristóteles:
“… todos los sistemas políticos, por diversos que sean, reconocen ciertos derechos y una igualdad proporcional entre los ciudadanos, pero todos en la práctica se separan de esta doctrina.
“La demagogia ha nacido casi siempre del empeño de hacer absoluta y general una igualdad que solo era real y positiva en ciertos conceptos; porque todos son igualmente libres se ha creído que debían serlo de una manera absoluta.
“La oligarquía ha nacido del empeño de hacer absoluta y general una desigualdad que solo es real y positiva en ciertos conceptos, porque siendo los hombres desiguales en fortuna han supuesto que deben serlo en todas las demás cosas y sin limitación alguna.
“Los unos, firmes en esta desigualdad, han querido que el poder político con todas sus atribuciones fuera repartido por igual; los otros, apoyados en esta desigualdad, solo han pensado en aumentar sus privilegios, porque eso equivalía a aumentar la desigualdad.”
En la desigualdad encuentra Aristóteles la causa primaria de las revoluciones, y obsérvese que no habla de la igualdad en abstracto sino de la igualdad en términos de poder, en el contexto de su razonamiento general se trata de la igualdad distributiva de todos los bienes, no solo de los materiales; la consecuencia de la desigualdad es la revolución, aunque también la igualdad sin limitación alguna provoca las revoluciones de las oligarquías, en defensa de la desigualdad que será la causa de la revolución. Y remata con singular criterio:
“El pueblo no se insurrecciona jamás contra sí mismo, o, por lo menos, los movimientos de este género no tienen importancia. La república en que domina la clase media, y que se acerca mas a la democracia que a la oligarquía, es también el mas estable de todos estos gobiernos.”
Claro como el agua clara.
Me queda la sensación de que Aristóteles está hablando de la Argentina del tiempo que me toca vivir, y que incluye toda la historia conocida, lo que me convence de la profundidad y universalidad de estos pensamientos que, en realidad, siempre estuvieron allí motorizando y condicionando la evolución de la humanidad, son las ideas obvias y por todos conocidas que siempre estuvieron allí independientemente de la suerte de la armas.
Entonces no es cierto que “no hay otra”. No solo hay otra sino que de allí venimos y hacia allí vamos.
Allí está el sentido de la historia: el doloroso camino desde la miseria material y la violencia de la explotación, desde la desigualdad, hacia la abundancia y la paz, hacia la mayor ecuación de igualdad que sea posible, hacia la justicia política aristotélica, camino plagado de conflictos entre los pueblos y las oligarquías en el que, inexorablemente, se marcha entre revoluciones y contrarrevoluciones hacia la obtención del bien que es el objeto de la asociación política (que es el Estado): la justicia social, y ahora, desde que es materialmente posible alcanzarla, dejó de ser una utopía.
Y punto, lo demás es cartón pintado.
Esto bien podría ser la introducción de algo mayor, otro día lo amplío.
(1) Carlos Alberto Negri es abogado, cofundador de FURN (Federación Universitaria de la Revolución Nacional, rama universitaria de la Juventud Peronista de La Plata entre 1966 y 1973)-, secretario de prensa del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires, diputado por el Frente Justicialista de Liberación (1973-1976)- estuvo exiliado entre 1977 y 1982. Este escrito forma parte de su libro “Panfletos Peronistas” (editado en 2013) y fue escrito en octubre de 2004
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 20/12/2016