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El Negro

(por Alfredo Guillermo Bevacqua)    –    

Dicen los diarios, la radio, la televisión que murió un escritor.  En Rosario. Y dicen que fue uno de los días más tristes de Rosario, porque era hoy el más querido y admirado de todos los rosarinos.

¡Y cómo no lo va a ser, si no está Mario Kempes, ni Aldo Pedro Poy, y enfrente tampoco aquel Marito el de “bendita sea tu zurda”!

Murió un hincha. Que dibujaba como seguramente dibuja Dios y escribía, así como habla el pueblo.

Roberto Fontanarrosa, prolífico autor de cuentos y de novelas, murió donde vivió toda su vida; murió bajo el cielo que jugó, creció y amó.

Por el rostro duro y curtido del gaucho Inodoro Pereyra se escurrió una lágrima; el Mendieta, tiene un quejido lastimero y pudo comprobarse que la dureza de Boogie “el aceitoso” es puro cuento, dicen que se quebró y lloró…

“El Negro” Fontanarrosa vivirá en Best Seller, en cada novela, en todos los libros de cuentos, en todos los cuentos, en cada historieta.

Todos los que lo leímos le rendimos el homenaje que él quería: nos cagamos de risa con sus cuentos y personajes. Confesaba que no aspiraba al Nobel, que el mejor premio era cuando alguien se le acercaba y le decía “me cagué de risa con su libro”.

Leyéndolo nos dimos cuenta que los hinchas de fútbol, somos así, normales, comunes. Porque los nervios, las cábalas, las broncas y las penas, las tenemos todos; somos iguales, seamos de Boca, River –Dios libre y guarde- Rosario Central, Atlético o Gimnasia.

Leyéndolos nos transportamos, ¿o acaso al leer “Que lástima, Cattamarancio”  no recordamos las trasmisiones de José María Muñoz conectando la Antártida con el Monumental, y el Vaticano con la cancha de Chacarita?

¿Y al leer “Sexo explícito”, cuando “la flaca, alta y desgarbada, pero que estaba buena”, era deseada y seguida por veinte variados galanes, no nos sentimos acaso en cualquier calle de barrio?

Pero además la gracia y la risa incontenible ante ese remedo de Coronel Aureliano Buendía, que como es argentino no se quedó en coronel y llegó a ser el General Romero, el que con la punta de su espada daba vueltas cadáveres luego de la noche aciaga de Cancha Rayada, buscando la tabaquera de plata que le había perdido al General O´Higgins…

¡Era más que un escritor! ¿O acaso Borges recitaba de memoria: Mussimesi; Colman y Otero; Lombargo Mouriño y Pescia; Navarro, Baiocco, Borello, Rosello y Marcarían. Bioy Casares era incapaz de repetir Carrizo, Pérez y Vairo; Mantegari, Rossi y Sola; Vernazza, Prado, Walter Gómez, Labruna y Loustau, y la gorilona de Victoria Ocampo que sabía de Negri, Anido y Mesías; Blanco, Peanno y Sacchi; Corbatta, Pizzuti, Mansilla, Sosa y Belén?

Las canchas están despobladas y en silencio, pero hay un eco, como un canto tribunero en su homenaje que repite “¡Nooo, no te fuiste campeón…”!

(texto publicado en el mensuario El Botón –de empleados de RUS- en julio del 2007)

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 20/7/2018

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