Por Juan Martin Garay (*) –
El pasado 9 de noviembre se conmemoraron 33 años de la “Caída del Muro de Berlín”. Un hecho social, político, económico e histórico de gran relevancia que se dio casi en los últimos suspiros del siglo pasado. Guenter Schabowski -vocero del gobierno comunista de la República Democrática Alemana- ante la pregunta de un periodista desencadenó una masiva interpretación de anheladas libertades. Así fue que miles de almas se agolparon sobre el muro y comenzaron a derribar una separación no sólo física sino también política y económica. Al año siguiente se firmó un Tratado de Unificación.
La división, caída e integración
En el libro «La filosofía como disciplina humanística», el filósofo Bernard Williams razona y ayuda a pensar de la siguiente manera: “La división puede parecer como una manera particularmente buena de preservar la identidad de uno a lo largo del tiempo. Si pudiera dividirme, parecería que no solamente seguiría existiendo, sino que esto sería de manera doble. Pero, de hecho, la división destruye la identidad a través del tiempo».
Haciendo una analogía respecto de este hecho, resulta interesante poder explicarlo mediante la inscripción que existe en la base de una estatua de Ramsés II que expresa sobre “la inevitable decadencia de todos los líderes y de los imperios que estos construyen sin importar cuán poderosos fueron en su tiempo”; más o menos así fue esa caída.
Con el muro derruido en 1989 y posteriormente el desmoronamiento del comunismo europeo (porque muchos de los partidos comunistas se reinventaron en socialdemócratas), ya sin una guerra fría que la condicione, nació como natural consecuencia una nueva situación política mundial. La realidad de las economías occidentales desarrolladas, lanzadas a una fuerte renovación tecnológica de la mano de una agresiva transnacionalización de sus actividades, aceleró la gestión política de los procesos integrativos.
Vencedores y fracasos
Resulta interesante ver como dos años mas tarde de la caída, con motivo de cumplirse cien años de la encíclica Rerum Novarum (que había sentado las bases de la doctrina social de la Iglesia Católica a fines del siglo XIX y que tuvo trascendencia e incidencia política y social en gran parte del mundo occidental) el Papa Juan Pablo II dio a conocer la encíclica Centésimus Annus.
En dicha encíclica, y en relación al contexto junto con sus circunstancias, reflexiona lo siguiente: “¿Se puede decir que después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo? Si por capitalismo se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de economía de empresa, de economía de mercado, o simplemente de economía libre. Pero si por capitalismo se entiende un sistema en el cual la libertad en el ámbito económico no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa”.
Además de brindar con esta encíclica una pincelada de aquel tiempo, marca con mucha actualidad y vigencia un texto que bien vale para analizar el hoy día: “La solución marxista ha fracasado, pero permanecen en el mundo fenómenos de marginación y de explotación, especialmente en el Tercer Mundo, así como fenómenos de alienación humana, especialmente en los países más avanzados, contra tales fenómenos se alza, con firmeza, la voz de la Iglesia. La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos, Hay además, diferencias específicas entre estas tendencias de la sociedad moderna y las del pasado, incluso reciente. Si en otros tiempos el factor decisivo de la producción era la tierra, y luego lo fue el capital, entendido como conjunto masivo de maquinaria y de bienes instrumentales, hoy día el factor decisivo es cada vez mas el hombre mismo, es decir, su capacidad de conocimiento, que se pone de manifiesto mediante el saber científico, y su capacidad de organización solidaria, así como la de intuir y satisfacer las necesidades de los demás”.
Muros invisibles
Expresa el filósofo Búlgaro Tzvetan Todorov que “la Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables”.
Nosotros también tenemos nuestros propios muros que son necesarios derribar para reunificar un mismo sentir, pensar y obrar, porque así como hay “rostros invisibles”, también hay muros que no se ven pero que están y son necesarios derribarlos. Si bien resulta difícil poder consensuar una estrategia de desarrollo en el tiempo actual, claramente con voluntad política y gestos de grandeza se pueden dejar de lado las diferencias que separan y aislan.
Estos cambios radicales que se reclaman en voz alta pero con más fuerza en el fuero interno (muchas veces impulsados por la bronca más que por la esperanza), requerirán de impulsos decisivos en el rumbo ideológico, político y económico; para que además de reunificar también se pueda disminuir la tensión social imperante que nubla a la razón y retrasa el armonioso encuentro del amor y la paz.
(*) Secretario de Gobierno de la Municipalidad de Concepción del Uruguay desde el 2019. Presidente de Bloque Concejales del PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.-
