por José Florentino Beorda –
Fábula
Ref.:“El halcón…y su indulgencia”
Pude encender el fuego…Allí, entre las breñas.
Fui a buscarlo entonces donde él habita. Cumbre suave… pero, arriba.
Acurrucado… Esperé.
Mi paciencia es… como tantas. Respira y late. Y se personifica… Al fin.
-¿Qué buscas, indefenso… aquí en las alturas?
Seguro que advirtió sobre mi ascenso y habló, ya fuera de su nido…
-¿Qué busco?… Aquello que pueda reasumir, después de escucharte… Respondí breve, sin mostrarme.
-Está bien! Está bien!… Pero sal de la oscuridad que no te favorece.
Así comenzó…Pausado. Coherente. Introspectivo.
-Temía tu reacción. (Dije…en suspenso.)
-¿Por qué temer? (Pausa y su silencio…) Eres confiable. Un amigo… Si no, no llegabas hasta aquí.
Me sentí seguro ahora… y abrí mis brazos a las primeras fosforescencias del amanecer sobre aquel valle. Sobre mis aprensiones y su plumaje.
-Los hombres se equivocan. Deberían basarse siempre en la amistad, que es la sublimación de la hermandad… entre iguales.
Fue pautada mi sorpresa. Demasiado pronto y directo el justipreciado alcance de su decir…
-Deberían los hombres hacer rondas por las calles o las plazas… De vez en vez. Sin brebajes… Festejando la hermandad por sobre toda distinción o discernimiento.
Sobre el cielo, aún distante, perfilábase cada vez más el sol en su destino, mientras el hombre asoma su razón, su sentir y su propulsión… al egoísmo.
-Me gusta la amistad. La siento como propia cuando deambula cerca. (Dije, saliendo así del paso,)
-¡Bien está que lo sientas¡ (Aleteo, pausa… Y su vuelo como un repique de las circunstancias y el viento.)
Al volver… No estaba solo.
Eran dos, aunque la una, presencia breve…y silencio.
-Gracias, dije, al retribuir el gesto…
-Sé que lo entiendes… (Habló mientras mi quietud era toda persistencia y argumento.) Amistad es cuidado de lo propio. Ofrecimiento… ¿Y qué más?
-Entendimiento… Cordialidad, repuse atribulado. Honestidad…
Sonrió condescendiente sobre el graznido tenue en la planicie.
Ella, su compañera, también lo hizo… y se marchó.
Por de pronto, antes, me alejé unos pasos para abstraerme de sus figuras y entrar en mí.
– Y la reciprocidad en la unidad de lo distinto, me dice… y tuve que volver.
Lejos… sobrevolando la comarca, dos siluetas. No juntas… pero sí ensambladas, daban muestras de su alta solicitud.
Sólo dije: – Gracias.