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DON ATAHUALPA YUPANQUI: ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO

Este año se conmemoran los 110 del natalicio de don Atahualpa Yupanqui (NR. la nota es de 2018), quizá el mayor referente de nuestra música folclórica, filósofo de la argentinidad.  Caminador trashumante y cantor, como el mismo se definía –“Aquí canta un caminante que muy mucho ha caminado”- sus pasos lo llevaron muchas veces a Entre Ríos. En su temprana juventud  vivió algún tiempo en Rosario del Tala, otro en La Paz, donde nació una de sus hijas y participó activamente en la revolución yrigoyenista contra el régimen del General Justo en 1932 liderada por los hermanos Kennedy en el norte entrerriano, que le costó su primer exilio en el Uruguay. Treinta años después, con su guitarra a cuestas, pasó por Concepción del Uruguay donde dio una alocución en la radio local (supongo que LT11- no existían las FM en esos años) dirigida a la “juventud estudiante” de la ciudad. Yo era muy niño entonces y no recuerdo haberlo escuchado, las vueltas de la vida me llevaron a encontrarla, impresa esta vez, en la muestra itinerante dedicada a los 100 años de don Ata, en la ciudad de Cosquín, durante el Festival Nacional del Folklore 2008, puesta por el Sr Héctor A Villafañe, responsable del “Proyecto Educativo Cultural Muchas Gracias Atahualpa” que exponía discos, afiches, videos, material gráfico, todos sus libros, grabaciones inéditas, destinadas a rescatar y divulgar la obra y filosofía del maestro. El contenido del discurso, un largo poema, me impactó por su prosa inigualable,  por a quienes está dirigida  y sobre todo por su actualidad. Agradezco profunda y eternamente al Sr Villafañe (de Río Tercero, Córdoba), quien –ante mi solicitud- me hiciera llegar presta y generosamente una fotocopia de este valioso material para su divulgación. Daniel Oscar Almada.

Palabras a la juventud estudiante de Concepción del Uruguay, en la radio local, el 16 de septiembre de 1963

Que linda suerte la mía, esta suerte de echar pie a tierra en el pago de Concepción del Uruguay, para saludar a la juventud estudiosa, pajaritos de reciente plumaje, que se preparan para el canto y el vuelo en venerables jaulas de mapas, de libros y consejos, en las que no hay ramas que detengan el sueño y la fantasía, y donde la vocación halla su cauce para correr tierra y tiempo y darse con todo, como los arroyos que cruzan las praderas con sol y sombra y remolino, hasta entregar su viaje al ancho y amado río, sumándose a la vida y al paisaje con un destino mayor.

Yo no soy más que un cantor de artes olvidadas, que no quiere olvidarlas.

La sangre me dicta la tenacidad que ejerzo, y el entendimiento me aconseja prudencia, así como la conciencia determina mi verticalidad. No elaboré yo solo las fuerzas que me mantienen.  Ellas me vienen de lejos, desde el franco vivir que me aconsejaron mis abuelos vascos; desde el silencio de selva y piedra que los abuelos indios depositaron, para sagrada custodia, en esta extraña caja de resonancia que la naturaleza me ha dado por cuerpo y por espíritu. Fui como ustedes, pajarito libre sobre un paisaje de encantamiento. Quemaba mis carbones en el aula, y en el deporte y en la danza.

Cualquier camino que recorría de niño, de muchacho, era para mí, como para todos los adolescentes, una senda milagrera donde se me revelaba el mundo; un mundo que era solamente nuestro; un universo que apasionaba al muchachito descubridor, un territorio que impulsaba al conocimiento de yuyos y de árboles, de nidos y de arenas, de frutas tibias bajo el sol de la siesta. Y como no entraba el hombre en ese mundo, no era complejo ni confuso, no era torturado, no contenía miedos indescifrables.

Los hombres que llegaban a nosotros, eran los que habían alcanzado la letra mayúscula para sus nombres. Eran los hombres de la Patria, los héroes de la historia, los poetas del verbo encendido, los verdaderos arquitectos del espíritu nacional. Después la vida me acercó a la definición. Se cumplía, así, una sentencia que cuando muchacho había leído en Joaquín Castellano:  “El primer deber del hombre es definirse” . Los años, el tiempo, hicieron de aquellos caminitos de travesuras y revelaciones camperas y sencillas, un solo camino. El abuelo vasco y el abuelo indio, se confabularon con el paisaje de esta tierra en que nací.

Desde la raíz de la piedra, desde la hondura del algarrobo, desde la nocturnidad de las llanuras, desde el misterio de los montes, los duendes mestizos que manejan mi vida, eligieron un trenzador. Ese trenzador se llama Destino. Y tomando las cinco líneas de aquel pentagrama que solía descifrar con dificultad cuando niño, hizo con ellos una trenza hechizada, un lazo sobado con amor y paciencia,  con cielitos y vidalas, con silencios lunados y rocíos mañaneros. Y con este lazo, hecho para el desvelo y el camino,  amarró junto a mi corazón un antiguo madero estremecido: La guitarra.

“EL PRIMER DEBER DEL HOMBRE ES DEFINIRSE”. Y yo me definí, consagrándome al canto popular.

Y aquel muchacho, estudiante como ustedes, descubridor de huertas y senderos,  amador de todos los lujos de la campería, de la jineteada, la yerra, el arreo, la esquila y también atisbador del trabajo de los poetas, hurgador de la historia –que nos enseña como crecen los héroes en el tiempo, pecho adentro-, me encontré frente a un largo camino, atado a una guitarra. Entonces me dije: “Esto no es un entretenimiento. Esto es una enorme responsabilidad”

Estaban en juego los que desde la raíz del paisaje ordenaban mi vocación y mi destino. Estaban los paisanos de mi tierra, los hombres del poncho mojado, los gauchos, los baquianos de la adversidad, del recato y de la hombría. Estaban las familias del solar argentino. Estaban los muchachos, los changos escueleros, la juventud que estudia, y se desvela, y se equivoca ¡y se endereza y recupera!

Estaban, en multitud, a lo largo de los valles, los labradores de la tierra alta, los abandonados hijos de la montaña, los que tenían el boliche muy cerca y la escuela muy lejos. Entonces, me repetía:  “Esto no es un entretenimiento. Esto es una enorme responsabilidad” .

Y cuidé, hasta donde mi capacidad –menos fuerte que mi conciencia- me permitía, cada palabra de una canción, cada color de una copla, cada sentimiento que buscaba el canto para florecer.

Ha pasado mucho tiempo. Y el tiempo me reprocha a menudo por todo lo que he dejado de aprender.

Voy sereno hacia el adiós, que siempre está en la curva del camino.

Y bendigo a mi suerte de hoy, que me permite desensillar, siquiera por una noche, junto a los muros de esta ciudad, tan entrerriana y tan argentina, tan plena de historia, tradición y poesía, con un paisaje del prado, monte y río, capaz de atesorar la vocación de sus hijos, apuntalando el ayer para que sea mas firme la luz del mañana.

ATAHUALPA YUPANQUI

(Colaboración de Daniel O Almada – Los invito a visitar la página web www.graciasatahualpa.com.ar  del Sr. Héctor A. Villafañe)

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 21/5/2018

 

 

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