“En el reducidísimo espacio de una letra de tango vive toda una historia que salta, se aquieta, llora, ríe, comenta, maldice o se angustia.” Enrique Santos Discépolo
«(…) Mis canciones nacen así: voy caminando por Corrientes y se me aparece un tango en el oído. Primero se me ocurre la letra, es decir, el asunto. El tema me empieza a dar vueltas en la cabeza durante varios días. Hasta que de pronto estoy sentado en la mesa de un café, leyendo en mi casa o caminando por la calle y empieza a zumbarme en el oído la música que corresponde a ese estado de espíritu, a esa situación de tango. Y aquí se me presenta la tragedia porque yo no sé música. Al piano, apenas le saco cuatro notas. Aprendí violín un año y medio y nunca pude tocar medianamente bien. Y desde luego no sé escribir música. Cuando el tango me empieza a silbar en el oído corro a buscar a un amigo para que lo escriba. Muchas veces, no lo encuentro enseguida. Y aquí empieza la desesperación para que esas notas que de repente se me han presentado -porque es así, se me han presentado- no se me vayan. Entonces, empiezo a cantarlas. Y sigo cantándolas en voz alta. Aunque vaya por la calle y todos se paren a mirarme como a un loco. Aunque esté en un café y de todas las mesas se vuelvan hacia mí. En ese momento, nada me importa. Lo único que me preocupa es que no se me escape mi tango. Retenerlo con el canto hasta que me lo vengan a atar a la escritura. Y así hasta que el tango quede fijo en el papel. Pero el origen del tango es siempre la calle. Por eso, voy por la ciudad tratando de entrar en su alma, imaginando en mi sensibilidad lo que ese hombre o esa muchacha que pasan quisieran escuchar, lo que cantaría en un momento feliz o doloroso de sus vidas.”
Enrique Santos Discépolo (en “Por qué y cómo escribo tangos”)
Extraído del muro de Facebook de Iciar Recalde
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 19/2/2020