Si vivimos épocas terribles de destrucción, de corrupción y de devastación de pueblos en el mundo, se nos impone recordar a figuras que representaban los valores intelectuales y éticos más prominentes de su época y que hoy vuelven a proyectarse sobre nosotros.
Deodoro Roca fue el gran líder de la Reforma Universitaria y uno de los máximos representantes de la libertad y la democracia de nuestros pueblos de América. Es preciso vivificarlo para nutrir con su recuerdo las fuerzas de aquellos que aún ponen por encima de todo, los valores extraordinarios que a él lo distinguían.
Fue un hombre excepcional que llenó una época singular del siglo pasado con su talento. Su coraje civil lo tuvo al frente cuando lo exigían las circunstancias. A 65 años de su muerte, ocurrida el 7 de junio de 1942, sentimos que su presencia vuelve hasta nosotros para reclamar que aparezcan hombres de su talla excepcional, tal como lo exigen las circunstancias penosas que en todos los órdenes vivimos hoy.
Deodoro Roca estuvo en las crestas de las olas que se levantaban sobre Córdoba y, por ende, sobre el país. Fue el mayor hombre que tuvo la provincia en las luchas ciudadanas contra las olas del fascismo que, en aquella época, fueron furiosas.
Ya antes, en 1918, fue el gran líder de la Reforma Universitaria y el autor de aquel célebre Manifiesto que comenzaba diciendo: «Estamos pisando los terrenos de una verdadera revolución».
Desde entonces fue un adalid en todas aquellas luchas que requerían el talento y el coraje ciudadano para oponerse a las fuerzas negativas que dominaban el poder político y civil.
Hombre sin par en esas lides ciudadanas de primerísimo nivel, su figura se proyectó sobre esas áreas del país constituyéndose en el adalid de las más altas luchas. Así, fue siempre bandera de las luchas políticas y sociales que se libraban en defensa de la democracia y de los valores humanos.
Además, dueño de un talento soberano que se levantaba por encima de los avatares de su época, estuvo siempre en primera línea actuando desde todos los frentes como escritor, con voz cálida que se alzaba en las tribunas de Córdoba para defender siempre las causas ideales de los hombres.
Durante la terrible Guerra Civil española, fue un incansable defensor del gobierno republicano, y su voz se proyectó sobre todo el país. No hubo tribuna donde no se oyera vibrante la voz de Deodoro Roca señalando el camino a seguir y delatando a los enemigos de la libertad y la democracia.
Ya antes tuvo participación en la organización del Comité que denunciaba la guerra entre Paraguay y Bolivia, señalando a las empresas petrolíferas norteamericanas como los promotores de esa lucha entre países hermanos.
Organizó también diversos publicaciones y periódicos que se encargaron de difundir su valiente palabra de defensor de las luchas que se libraban en contra del fascismo, defendiendo siempre a los mas débiles y más necesitados de apoyo. Y todo lo que Deodoro Roca dijo en tan diversas tribunas y publicaciones, quedó impreso en libros que se destacarán siempre por el coraje y acierto de sus defensas y por la belleza literaria que tenía siempre su palabra.
Sesenta y cinco años después de su desaparición física, es preciso revalorizarlo y encender la luz de su pensamiento para que las nuevas generaciones se constituyan en difusores de sus grandes méritos como ciudadano en defensa de las mayores causas civiles. Y de su talla como escritor de alta proyección, luminosa y valiente.
Que no sea en vano que Córdoba haya tenido un hombre de su talla y estatura distinguida en todos los planos en los que actuó. Por encima de las urgencias de nuestro tiempo, la figura de Deodoro Roca quedará para siempre entre nosotros como la expresión más alta de los ideales de libertad y de justicia, cuyas resonancias se expandieron desde Córdoba hacia todos los ámbitos del país y, a veces, hacia otros países de la América castellana.
Deodoro Roca: El Educador
La figura del gran universitario cordobés, gestor de la reforma universitaria de 1918, no merece el olvido.
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No ocupó cargos públicos –salvo brevemente, la cátedra universitaria y la Dirección de un Museo–, pero su voz, en América, en cierto momento era como una tempestad. Verbo de la Reforma Universitaria de 1918, cuyo célebre Manifiesto redactó, su joven talento deslumbró, muy rápidamente, a lo mejor de la intelectualidad argentina y obtuvo una fama latinoamericana fulminante.
En su vida breve –apenas 52 años–, se destacó por la defensa de los valores democráticos y republicanos. Instalado en el “centroizquierda”, rechazó sabiamente los halagos de la sirena estalinista, que fascinó por ingenuidad o complacencia, inclusive a gente bien intencionada.
Una de las vertientes más destacadas del pensamiento deodórico se dio en cuanto al tema educativo, especialmente en lo referido a enseñanza superior, cuyo progreso parteó decisivamente. Amén del Manifiesto, sus artículos sobre “Ciencias, maestros y universidades” y “El drama social de la universidad”, pueden leerse en las recopilaciones que, con esos títulos, editaron sus discípulos y amigos en 1959 y 1968, respectivamente. Allí campea una alarmante actualidad; al releerlos, advertimos que muchos males por él señalados no han hecho sino extenderse y desarrollarse.
También están los proyectos que presentó como consejero de la Facultad de Derecho, allá por 1920. Todos interesantes y avanzados, a veces detonantes. Así, la supresión del doctorado y de los premios. Los considera títulos de mera infatuación muchas veces usurpados, que dan pábulo al humor, incluyendo la costumbre provinciana de “llamar doctor a cualquier transeúnte”.
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También criticó con vehemencia los métodos examinatorios de la época: para él, “los exámenes, las verdaderas pruebas, deben cifrarse no en las respuestas de los discípulos sino en sus preguntas”…
Bregó por sistemas que no deformen las vocaciones, auguró que la universidad soñada “no podrá estar en las ciudades», sino, en todo caso, en ciudades universitarias, y reclamó que se atendiesen las “aspiraciones regionales” para multiplicar las casas de altos estudios.
Problemas aún no resueltos. Expuso tempranamente un problema que aún no resolvemos: “esa ignominia, que separa, desde los primeros bancos de la escuela, a los hijos de los pobres de los hijos de los ricos”, y auspició, apoyado en teorías que a la sazón despuntaban, la “escuela unificada del trabajo”.
Insistió en una formación integral humanista que supere la vitrina de las especialidades, pues “quien sabe sólo Derecho Civil, ni aún Derecho Civil sabe”. Convocó a Córdoba a grandes intelectuales, como Eugenio d’Ors y José Ortega y Gasset.
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Sin embargo, la figura de Deodoro se ha ido apagando en la conciencia nacional. Salvo en Córdoba, donde se lo recuerda honradamente, el resto del país, hoy tan propenso a arquetipos degradados, lo olvida casi por completo. Ese olvido –de por sí coherente con nuestra frivolidad promedio–, debe superarse, por dignidad y por justicia. Siempre confiamos en que así será.
(textos de Horacio Sanguinetti y Gabriel Flores publicados en La Voz del Interior)
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 18/6/2018