Arturo Frondizi devela en 1964 la tactica del establishment para atentar contra gobiernos populares. Desde la Primera Junta pasando por Castelli y San Martin, Irigoyen, Ramon Carrillo y Peron hasta nuestros dias.
En el libro “Estrategia y Táctica del Movimiento Nacional”, de Arturo Frondizi, publicado en 1964, hay un capítulo titulado “La corrupción, pretexto para derribar gobiernos populares” donde el ex presidente razona de una manera que mantiene una vigencia llamativa.
“No ha habido hazaña -militar,política,económica,cultural- de trascendencia para el afianzamiento de nuestra nacionalidad y el acrecentamiento de su patrimonio material y espiritual , que no haya sido objeto de las más irresponsables campañas de difamación tendientes a invalidarlas, menospreciarlas o postergarlas.
Durante los solitarios meses de mi confinamiento en Martín García, regresé a las abandonadas lecturas de nuestra historia patria, tan coherente en su apariencia turbulenta y contradictoria, que los hechos de hoy conservan asombroso parentesco con los de antaño. En todo tiempo, quienes quisieron empujar el país hacia adelante fueron acusados de mala conducta administrativa, de cohecho y malversación. Como también a mi gobierno se le habían formulado idénticos cargos, me propuse trazar esquemáticamente esa constante que podemos llamar “de la calumnia” y que en mi caso se había cebado no tanto en mi persona, a la que algunos adversarios generosos eximían de culpa, sino en mis más cercanos y eficientes colaboradores y, especialmente, en Rogelio Frigerio y sus amigos. Con lo cual, los críticos más benignos me perdonaban la vida sin razón, pues nada hicieron en mi gobierno los “frigeristas” que no fuera fruto de la más estrecha y leal deliberación con quien asumía entonces y ratifica hoy la responsabilidad ejecutiva.
Pero antes de ocuparnos de los “negociados” atribuidos a mi gobierno, resultará pintoresca una excursión por los caminos de la historia, donde, a cada rato, tropezaremos con la constante de la calumnia como arma innoble para destruir al adversario. Y lo curioso es que, siempre, tal recurso no perseguía la reparación de la moral o la ley perdida, sino que se conformaba con lograr su objetivo político: caída la cabeza del adversario, los presuntos ladrones dejaban de ser perseguidos y castigados, como lo demuestra el hecho de que ningún proceso e investigación emprendido con fines políticos se haya esforzado en sancionar a los presuntos culpables.
LA CALUMNIA CONTRA LOS LIDERES POPULARES
En reflexiones del patriota Berutti demuestran que hace dos siglos ya se conocían las tácticas políticas basadas en la denigración gratuita del adversario y había quienes eran capaces de desentrañar sus ocultos designios.
La táctica de acusar de corrupción a los gobiernos y personajes populares comenzó en la Argentina con la Primera Junta de Gobierno, de 1810. Sí, el primer gobierno patrio fue acusado de corrupción por la Asamblea del año 13, que tenía otro signo político. Les hizo juicio por corrupción a todos, incluso a Mariano Moreno que ya estaba muerto. Todos los días salía en la prensa un nuevo cargo contra algunos. A Juan José Castelli, el llamado orador de la revolución, y que en esos meses agonizaba por un cáncer de lengua, lo acusaron y procesaron por haberse quedado con dineros ajenos en al Alto Perú ¿le resulta familiar el método?
El insospechado, y nunca antes (ni después) cuestionado don José de San Martín, se lo acusó de abrir una cuenta en forma irregular en Londres con fondos “non santos”. ¡A San Martín! Y eso que entonces no existían comodoro Py, ni Bonadío, claro.
Es lamentable, entonces, que esa práctica desleal haya llegado intacta hasta nuestro días y que las calumnias que antes se lanzaron contra los próceres de nuestra independencia y organización nacional, desde San Martín hasta Rosas y Urquiza, se hayan repetido contra gobernantes contemporáneos y siempre con el mismo propósito denunciado por Berutti “Acarrearles el odio público, que su partido y amigos no pudiesen revivir y el gobierno que reemplazaba al caído se pudiese sostener sin temor de que los caídos pudiesen voltearlo”
Más lastimoso todavía es que se presten al juego partidos y hombres sinceramente dedicados a la causa popular, cuyos propios líderes y ellos mismos fueron víctimas de la insidia cada vez que, desde el gobierno o desde la oposición, ponían en peligro las posiciones y los privilegios de la minoría.
A Lisandro de la Torre estuvieron a punto de asesinarlo en el Senado de la Nación cuando desnudaba las maquinaciones de los monopolios exportadores. Pero si esa vez falló el intento y abatió en cambio a uno de sus discípulos más queridos, el arma más sutil y menos riesgosa de la calumnia se había ensañado antes con el ilustre tribuno en ocasión de su candidatura a presidente. Todos recordamos el libelo publicado por un ex socio de don Lisandro, con quien mantenía una controversia judicial, en el que se formulaban acusaciones indignas contra el candidato presidencial y que tuvo amplia acogida en la prensa y en los círculos que auspiciaban la candidatura rival. El doctor de la Torre replicó eficazmente al calumniador, pero siempre guardó su amaro recuerdo del episodio.
¿Qué no se dijo de la corrupción de los gobiernos de Hipólito Yrigoyen?
El ministro del interior del gobierno de facto surgido de la revolución militar de 1930, Matías G. González Sorondo, afirmó dos días después del triunfo del golpe que “una horda, un hampa había acampado en las esferas oficiales y plantado en ellas su acampe de mercaderes, comprándolo y vendiéndolo todo, desde lo más sagrado hasta el honor de la patria”
Y el senador Benjamín Villafañe, en pleno recinto de la cámara alta, dijo: “Al yrigoyenismo lo forman ciento diez mil prontuariados en la sección Robos y Hurtos, sesenta mil pederastas y cincuenta mil más que viven al margen de la ley, del juego y la explotación de mujeres”.
A Hipólito Yrigoyen, cuando lo derriban del gobierno (no podían decir que lo derrocaban porque no hacía lo que ellos pretendían), como justificación lo acusaron de un montón negociados: que se había quedado con fondos públicos, que no había cumplido con sus deberes de funcionario, etc., etc. Eso pasó la primera vez que lo metieron preso de Yrigoyen. Lo único cierto, es que cuando salió de su segunda prisión, fue a vivir a la casa de la hermana: no tenía un solo peso para mantenerse. Murió enfermo y despreciado por la mayoría del pueblo.
Claro que eso de acusar es un mecanismo se pone en marcha cuando el personaje cuenta con respaldo, cuando necesitan debilitarlo con sospechas para dejarlo fuera de batalla, cuando es peligroso para los que realmente mandan (seguro que esto también le parece muy actual). Cuando ya deja de ser una amenaza para el poder, se lo deja de investigar, y los juicios quedan en la nada.
El objetivo no es la justicia, sino el interés político de eliminar los opositores. En 1930 el senador Villafañe aseguró que el Yrigoyenismo estaba compuesto por 110.000 prontuariados en la sección Robos y Hurtos, 60.000 pederastas y 50.000 que vivían del juego y la explotación de mujeres (todo parecido a los dichos de Durán Barba, Carrió y Morales, es pura casualidad).
Lo mismo ocurrió con Juan Domingo Perón, que además de abuso de menores, fue procesado por una infinidad de delitos económicos. O los funcionarios que le fueron leales, como Ramón Carrillo, ministro, gran sanitarista y diseñador de un sistema de salud pública ejemplar y que impulsó la construcción de la mayoría de los hospitales. Murió en la pobreza, enfermo y enormemente calumniado.
Frondizi, autor de este libro que tomamos como referencia, es hoy un ex presidente argentino,respetado como «modernista» y elogiado por Macri; y lo escribió en 1964.
El libro es “Estrategia y táctica del movimiento nacional”, el capítulo cuatro, se titula: “La corrupción: pretexto para derribar gobiernos populares”. ¡Qué parecido también a lo que pasó en Brasil con Lula y Dilma! ¿no?
En 1962, los militares derrocaron a Frondizi y lo llevaron preso a la isla Martín García, también a él le imputaron muchísimas acusaciones de corrupción. Allí, escribió este libro.
Este articulo fue publicado por la revista La Ciudad en 22/8/2018