El Economista dialogó en exclusiva con Jorge Argüello, exembajador argentino en Estados Unidos.
En el marco de las elecciones en Estados Unidos, el próximo 5 de noviembre, El Economista dialogó en exclusiva con Jorge Argüello, presidente de la Fundación Embajada Abierta, quien se desempeñó como embajador argentino en el país norteamericano en dos oportunidades (2011-2013 y 2020-2023).
-Según los sondeos, tanto Kamala Harris como Donald Trump tienen posibilidades reales de convertirse en el nuevo presidente de Estados Unidos. ¿Cuál es el panorama?
Tengo la impresión de que, actualmente, estamos viviendo una segunda campaña electoral en Estados Unidos. En otras palabras, una campaña presidencial dentro de la campaña inicial.
Lo que quiero decir es que hubo una primera campaña, que comenzó con la postulación de Joe Biden y Donald Trump, la cual se extendió hasta el debate entre ambos. Y eso marcó un giro, a lo que se sumó el intento de asesinato del expresidente.
La noche del debate vimos cómo se desmoronó la candidatura de Biden, lo que provocó que tomara fuerza la hipótesis de que Trump tenía las elecciones ganadas. Esta sensación se vio fuertemente impulsada por el intento de asesinato contra el republicano, e incluso el propio Trump lo creyó.
Esta certeza lo llevó a tomar una decisión un poco apresurada a la hora de elegir como su vicepresidente JD Vance, un joven trumpista que fue convocado para asegurar el legado de Trump, pero no para complementar la fórmula, ya que se creía que las elecciones estaban definidas.
Pero, pocos días después, Biden renuncia a su candidatura presidencial y se postula Kamala Harris, que consigue en 24 horas el respaldo del 99% de los delegados a la Convención de Nacional del Partido Demócrata.
Inmediatamente después, se produce un aluvión de donaciones a la campaña de Harris. Son cientos de millones de dólares que surgen de la suma de cheques de 5, de 10 y de 20 dólares, lo que quiere decir que fueron pequeños contribuyentes, probablemente franjas juveniles o sectores económicamente más postergados, los que decidieron colaborar con la campaña.
A partir de ahí esa campaña cambió porque Harris vino a refrescarla y llegamos al día de hoy, en el que hay casi un consenso unánime de las encuestas a la hora de señalar que hay ligera ventaja para Harris, aunque en realidad no dice mucho eso porque, como todos recordamos en las elecciones de 2016, Hillary Clinton obtuvo 3 millones de votos más que Trump, pero fue este último quien se convirtió en presidente gracias al Colegio Electoral.
Es el sistema electoral norteamericano lo que explica que, aun sacando millones de votos más, se puede perder la elección porque el resultado final depende de la cantidad de delegados que sea capaz de reunir cada uno de los candidatos en el Colegio Electoral.
Estamos en presencia de unas elecciones muy ajustadas en las que se lanzó una moneda al aire y está girando, pero no sabemos si va a caer cara o va a caer seca.
Quizás podamos saberlo la noche del 5 de noviembre, aunque, si se concreta un escenario muy ajustado, habrá impugnaciones y el proceso se va a judicializar.
–Teniendo en cuenta que el candidato más votado podría no convertirse en presidente, ¿podemos catalogar el sistema electoral de EE.UU. como injusto?
No creo que pueda ser catalogado de injusto. Los «padres fundadores» de EE.UU. querían evitar la «dictadura de las mayorías», a lo que se suma que querían garantizar una representación razonable entre los distintos estados que conforman la unión.
Entonces consagraron este voto indirecto con el cual todos los estados tienen asegurada una parte de la decisión.
El sistema en la actualidad no está siendo resistido en Estados Unidos, aunque siempre suele haber alguna discusión en torno a esto, pero esto no significa que vaya a ser modificado a corto plazo.
Cabe recordar que en la Argentina regía un sistema similar hasta el año 1994, y dejó de regir con la Reforma Constitucional de ese año. Tengamos además en cuenta que el redactor de la Constitución Nacional fue precisamente Juan Bautista Alberdi, que tomó como modelo la Constitución de Estados Unidos.
-¿La popularidad de Trump encuentra su explicación en el flojo desempeño económico de la gestión de Biden? Llaman la atención sus grandes chances de volver a la Casa Blanca pese al ataque al Capitolio en enero de 2021 o sus polémicas declaraciones sobre cuestiones como el derecho al aborto o la inmigración ilegal.
No lo veo así. La realidad es que la economía de Estados Unidos este año va a crecer alrededor del 3% y la tasa de desempleo está al nivel más bajo de las últimas décadas. Además, la inflación fue reducida prácticamente a la mitad desde el récord del 9%.
Pero, aunque la economía de Estados Unidos no está mal, la percepción de los ciudadanos es que sí lo está.
Estas percepciones están jugando en rol muy importante, sobre todo en las democracias occidentales, ya que nuestras sociedades están atravesando un proceso de fragmentación y polarización social y político.
Y hay procesos de agrietamiento, como el estadounidense, que son inmensamente más profundos. Allí, cuando se discute «la grieta», se discute sobre la noción de Dios, el aborto, e incluso si debe implementarse la educación religiosa cristiana como materia obligatoria en los colegios públicos.
El presidente Biden dijo una vez que Estados Unidos es el único país de la Tierra que nace de una idea y no de un territorio ni de una dinastía. Pero yo le agregaría el problema de que hoy en día no hay un acuerdo respecto de esa idea.
Es como si la sociedad norteamericana tuviera dos almas en pugna.
-Dicen que la polarización se profundizó después de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos dejó de tener un enemigo. Así, ante la desaparición de la Unión Soviética y la falta de una amenaza extranjera, las divisiones internas se profundizaron.
En los años de Bill Clinton, recuerdo que emergió un líder en el Partido Republicano, se llamaba Newt Gingrich. Hacía discursos muy duros y conservadores. En las elecciones de medio término, durante la gestión de Clinton, los republicanos ganan las elecciones y Gingrich se convierte en presidente de la Cámara de Representantes.
Esta línea fue continuada por un hombre que era aportante del Partido Demócrata, pero que decide ser precandidato a la presidencia por el Partido Republicano. Ese hombre era Donald Trump y, después de ganar las elecciones, profundizó este camino que se había iniciado con Gingrich al crear MAGA (Make América Great Again).
Este movimiento hoy domina al Partido Republicano, que ha dejado de ser aquel partido que conocimos de toda la vida. Es un partido en el que hoy en día Donald Trump domina todo el escenario.
Creo que eso es lo que mejor explica cómo la grieta ha ido en ascenso en Estados Unidos.
-En Argentina está la creencia popular de que, por el buen vínculo entre Javier Milei y Donald Trump, un triunfo del líder republicano sería más beneficioso para nuestro país. ¿Qué opina al respecto?
Me parece que eso es más que nada una expresión de deseo del presidente Milei, pero no hay ningún indicio de que vaya a ocurrir.
Recuerdo la primera presidencia de Trump: en ese momento nuestro presidente era Mauricio Macri, que sí tenía relación con su par estadounidense, algo que Javier Milei no tiene.
En esta línea, cuando Trump fue presidente, aunque el gobierno de Estados Unidos no toma decisiones directamente en el FMI, sí apoyó la decisión del Fondo de concederle a la Argentina el crédito más grande jamás otorgado a ningún país.
Pero también es cierto que, durante la gestión del Trump, y de la noche a la mañana, se decidió el cierre de las importaciones de biodiesel procedentes de Argentina – estamos hablando de US$ 1.400 millones por año – y, desde ese momento, no hemos logrado reabrir el mercado de biodiesel.
Durante mis cinco años como embajador ante la ONU en Nueva York y mis mandatos como embajador en Washington, representé a la Argentina frente a las administraciones estadounidenses de George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden. Pero nunca he visto que la Argentina, ni siquiera América Latina, ocupe un lugar destacado en la agenda exterior de Estados Unidos.
Incluso si miramos los debates presidenciales entre Trump y Biden y entre Trump y Harris, en ninguno se mencionó ni a la Argentina ni a América Latina. Apenas se mencionó a México, pero fue al pasar y no por su condición de país latinoamericano, sino por su condición de socio comercial.
Por lo tanto, no veo que haya un lugar preferencial ni para la región ni para Argentina en la agenda exterior de EE.UU.
(fuente: https://eleconomista.com.ar/)