Se cumplen un nuevo aniversario del nacimiento de la «abanderada de los humildes». Su infancia, su familia, sus inicios, la tragedia que cambió su vida, la relación con Juan Domingo Perón y su muerte. La lloró el pueblo que la amó. La recuerda el pueblo que la ama.
Fueron solo ocho años. Le alcanzaron para ingresar en la historia, entrar en los corazones de millones y en la memoria de sus descendientes. Apenas ocho años, desde 1944 cuando conoció a Juan Domingo Perón hasta 1952, cuando murió. Le alcanzaron para transformar los cimientos de un país. De su pueblo.
Este 7 de mayo se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de Eva Duarte de Perón. Murió joven, a los 33 años. Fueron suficientes para convertirse en “la abanderada de los humildes”, en “la jefa espiritual de la Nación”, en simple y maravillosamente “ Evita”. “Cumple la Subsecretaría de Informaciones el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20:25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, jefa espiritual de la Nación”, se escuchó en las radios del país el 26 de julio de 1952. Treinta palabras que desgarraron corazones y provocaron lágrimas. Se apagó su cuerpo, nunca su alma ni su recuerdo.
Desde Los Toldos
Nació el 7 de mayo de 1919. Su madre, Juana Ibarguren, ya tenía cuatro hijos: Elisa, Blanca, Juan y Erminda. Su padre -acorde a su tiempo-, era un conservador que llegó a Los Toldos para administrar un campo que había arrendado, pero que mantenía otra familia en Chivilcoy, pues de su unión con Adela D’Huart, contaba con varios hijos. La llegada del radicalismo al poder -presidencia de Yrigoyen-, hizo declinar la influencia conservadora y esto arrastró a Juan Duarte, quien comenzó a tener dificultades económicas. Los problemas para la familia se agravan con la muerte de Duarte, en un accidente automovilístico en enero de 1926. ¿Cuántas veces, al dar una máquina de coser desde la Fundación, Evita habrá pensado en su madre? En esa imagen de Doña Juana quien, para subsistir, pasaba horas cosiendo para afuera. Eran tiempos de sacrificios. Por eso, buscando un mejor horizonte económico, la familia se traslada a Junín, donde Eva termina su escolaridad primaria.
Los juegos teatrales de la infancia empezaron en Junín a tomar formas más reales. Evita se integró a un grupo de teatro del Colegio Nacional y tomó parte en una obra titulada “Arriba Estudiantes”. Su vocación artística crecía al amparo del cine del pueblo, de las audiciones radiales y de las colecciones de fotos de artistas. Esa vocación la llevó a partir rumbo a la Capital. Fue una más de los muchos provincianos que por esos años llegaban a la gran ciudad buscando oportunidades en ese proceso de industrialización que se inicia en los primeros años de la década. Las clases media y alta contemplaban horrizadas a esta marea humana que invadía una Buenos Aires. Nada era fácil. Tampoco para Evita. Incorporada a la Compañía Argentina de Comedias, encabezada por Eva Franco, el 28 de marzo debuta en el Teatro Comedia con un breve papel en el vodevil “La Señora de los Pérez”.
Luego llega el cine y el radioteatro. Deberá esperar hasta 1944 para tener un papel más importante en “La Cabalgata del Circo”, junto a Hugo del Carril. Esa chica que llegó de Los Toldos, se había abierto camino en la gran ciudad. Eva Duarte había triunfado. Pero la historia le deparaba otro papel, el más importante. Convertirse en Evita.
El encuentro
Una tragedia cambió todo. El 15 de enero de 1944, un terremoto destruye casi por completo la ciudad de San Juan, dejando unos siete mil muertos. El entonces secretario de Trabajo y Previsión, coronel Juan Domingo Perón, organiza las colectas para los damnificados, de la que participan los artistas más populares. Invitación que llega a Evita. El 22 de enero, en el gran festival en el Luna Park, se encuentran. Y no vuelven a separarse. La historia arrolla todo. Es así que apenas unos 9 meses después –el 17 de octubre-, nace un nuevo líder popular, aclamado en la Plaza de Mayo. Y una mujer lo acompaña, lo apuntala. Pero con una impronta propia. Evita no estaba a la sombra de Perón. Estaba a su par. Eso se destacó en la campaña electoral para las elecciones de 1946, nunca hasta entonces la esposa de un candidato había tenido un papel tan protagónico.
Lo mismo ocurrió al llegar Perón a la Casa Rosada. Primero se instala en el cuarto piso del palacio de Correos y Telecomunicaciones, comienza a recibir y a dar respuestas a los necesitados. Una actividad que fue en aumento en jornadas interminables. Quienes trabajaron con ella la describen como incansable, obsesiva para atender hasta el último que llegaba. Nunca partía hasta que todos hubieran sido atendidos. “Donde hay una necesidad, nace un derecho”, es una de sus frases más recordadas y que fue la guía que marcó su trabajo. La mantuvo hasta el final, incluso cuando enferma le respondía con un “no tengo tiempo, tengo mucho que hacer”, a quienes le aconsejaban que descansara. “Este será recordado como el siglo del feminismo victorioso”, dijo en junio de 1947, anticipándose al lugar que la mujer estaba conquistando en el mundo.
Porque Evita no sólo luchó para obtener el voto femenino, su pensamiento le otorgaba un protagonismo a la mujer que superaba en mucho el simple hecho de votar. La Fundación Evita fue la obra en la que conjugó su ideario político con la acción. Dio salud, trabajo, comida, vivienda, juguetes, ayuda de todo tipo al humilde. Transformó el tradicional concepto de beneficencia. Borró esa palabra para acuñar un concepto: justicia social.
A la eternidad
Para el movimiento obrero estaba todo claro. En 1951 Perón debía ir por la reelección y acompañado por Evita en la fórmula presidencial. Eran indivisibles. Gran parte del pueblo consideraba a Perón su líder indiscutido. Y amaba a Evita. Se lo hizo saber en la multitudinaria concentración del 22 de agosto en la 9 de Julio, en ese Cabildo Abierto del Justicialismo. A espaldas de lo que era entonces el edificio del Ministerio de Obras Públicas. Ese mismo donde hoy están los gigantes rostros de Evita, diseñador por el artista plástico Eduardo Santoro. “Con Evita, con Evita”, gritaba la multitud. Pero su enfermedad terminal –y también el recelo de parte de las Fuerzas Armadas-, la llevó al renunciamiento histórico. “Compañeros, quiero comunicar al pueblo argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme en el histórico cabildo abierto del 22 de agosto”, se escuchó el 31 de agosto, por la cadena nacional de radiodifusión.
La fórmula Perón-Quijano ganó las elecciones en noviembre y Evita votó en su lecho de enferma del Policlínico de Avellaneda por primera y única vez. Su última aparición en público fue acompañando a Perón en los actos de asunción. Se vio y se habló mucho sobre su muerte. Pero nada describe mejor su significado que los rostros de los cientos de miles que llegaron a su velatorio. Único, irrepetible en la historia argentina. La lloró el pueblo que la amó. La recuerda el pueblo que la ama.
(fuente: Cronica –por Jorge Cicuttin y Propio)
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 7/5/2019