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19 y 20 de diciembre: el ineludible recuerdo de Claudio «Pocho» Lepratti

Por Rodolfo Oscar Negri     –    

No sabía quien era Pocho Lepratti hasta el día de su muerte. Esa noche, en la Capilla San Vicente, el padre Rodolfo “Cacho” Ciuffo (¡Cuando no Cacho!) realizó la misa en la vereda ante una multitud y en su homilía habló de la situación nacional, de la vida de Pocho y su trayectoria, de su amor por el prójimo, de su entrega por los demás y detalló lo infame de su asesinato.

Su muerte es parte de un acontecimiento bisagra en la historia argentina y un hecho del que hay poderosos intereses para que se olvide, porque aún hoy existen responsables en altos cargos.

La crónica dirá luego de los detalles de su vida, pero personalmente quiero -en su figura- destacar frente a la declamada “grasa militante”, a los que militan, a la militancia, a los que piensan en los demás, en los que tienen sueños colectivos, en los que superan el egoísmo de imaginar un futuro individualista, sin -muchas veces- medir consecuencias personales.

Gracias a las militancias (no importa el color político) el mundo avanza y las sociedades prosperan en forma menos desigual.

Vaya en la figura de Pocho, nuestro homenaje a todos aquellos que dejaron sus vidas frente a la intolerancia y a una represión brutal, enfrentando una política de vaciamiento descontrolado a las reservas del país, apropiándose de ahorros y sumiendo en una profunda crisis a los mas humildes (y por la cual no han rendido cuenta muchos de sus responsables) que se constituyeron en protagonistas y víctimas de acontecimientos -esperemos- irrepetibles.

La Crónica

“Claudio Lepratti fue seminarista, hizo votos de pobreza, se definía como un cristiano revolucionario y trabajaba humildemente como ayudante de cocina en una escuela de una barriada rosarina. El 19 de diciembre se subió al techo para frenar a los policías que abrieron fuego contra el comedor lleno de chicos. Una bala de plomo le destrozó la tráquea y lo mató.” Escribe Adriana Meyer en la nota que hizo para Página 12.

“¡Hijos de puta, no tiren que hay pibes comiendo!” Fueron las últimas palabras que gritó Claudio “Pocho” Lepratti el miércoles 19 de diciembre de 2001, subido a la terraza de la escuela Mariano Serrano en el barrio Las Flores de Rosario, donde era ayudante de cocina. Intentó parar la represión, pero los policías del móvil 2270 levantaron sus escopetas y le dispararon. Una bala de plomo le atravesó la tráquea y lo mató. Fue una de las siete víctimas rosarinas de la represión que sofocó la rebelión popular que terminó con el gobierno de la Alianza. Hace dos semanas, su padre, Orlando Lepratti, le planteó al gobernador Carlos Reutemann la responsabilidad que habían tenido los funcionarios políticos en la represión. “No contestó nada”, relató este agricultor entrerriano de 59 años que viajó a Rosario para participar del homenaje a su hijo que se hizo durante el aniversario del 20 de diciembre. “Me conmovió el afecto que la gente le tenía a Pocho y ahora me entero de todo lo que hizo, con lluvia o sol él estaba, daba parte de su sueldo”, contó a Página/12.
“Pocho vive – la lucha sigue”, dicen las paredes en Rosario. La página web que armaron sus amigos se llama pochormiga “porque era como una hormiga muy especial, exploradora pero a la vez obrera”. Allí se puede leer la misma consigna pero completa. “No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos.” Su amigo y compañero en ATE Gustavo Martínez cree que Lepratti se transformó en una nueva bandera para la ciudad. “Era un personaje atípico, muy callado, un militante barrial de muy bajo perfil. Tenía una formación sólida, pasó cinco años como seminarista e hizo votos de pobreza. Vivía en medio de la villa”, lo define.

Pocho Lepratti tenía 35 años, era el mayor de seis hermanos. Había nacido en Concepción del Uruguay, pero decidió vivir en el barrio Ludueña donde coordinaba talleres para niños y daba clases de teología en la escuela del padre Edgardo Montaldo. “La figura de Pocho es la de aquel que se entregó a la causa de los demás, se entregó a los adolescentes de Ludueña y les dictó catequesis, los convocó a campamentos, les enseñó a tocar la guitarra, los instó a estudiar, a ser solidarios, a vivir con dignidad a pesar de la pobreza, a no bajar nunca los brazos”, describió Montaldo. También trabajaba grupos de jóvenes que había formado, como La Vagancia. “Siempre nos decía que pase lo que pase sigamos adelante, que si terminamos la primaria empecemos la secundaria, que nada nos pare. Y nosotros vamos a seguir”, afirmó Milton, miembro de ese grupo.

El padre Montaldo recordó ante La Capital de Rosario que el día del velatorio de Lepratti un policía de la comisaría 12ª lo abordó preocupado por las connotaciones que podría tener ese acontecimiento. El sacerdote respondió que “a Pocho lo mató un cana en su lugar de trabajo y sus compañeros de la comisaría le podrán contar, en relación con la historia del barrio, la cantidad de adolescentes y jóvenes que no conocieron la seccional gracias a su prédica”. Montaldo precisó que Lepratti, luego de abandonar el seminario salesiano de Funes en 1991, se quedó a vivir en un humilde barrio de Ludueña y se acercó a colaborar en la tarea de contención social de los adolescentes del barrio, al tiempo que militaba gremialmente en la Cocina Centralizada, donde fue delegado y participó de la histórica carpa como uno de los tantos despedidos por su actividad sindical. “En un momento en que la mayoría de los chicos que andan desorientados y desocupados se juntan alrededor del gran negocio de la droga y la delincuencia, muchos de ellos se nuclearon alrededor de sus sueños e inquietudes”, agregó el sacerdote.

Recorría en bicicleta el trayecto desde Ludueña hasta Las Flores por la avenida de Circunvalación. Una vez le preguntaron por qué no se compraba un auto o una moto. “No quieras cambiarme la política”, respondió. Se autodefinía como un “cristiano revolucionario”. Hablaba poco pero cuando lo hacía era preciso. “El trabajo nos hace ascender como personas,mientras que su falta nos incita a la violencia, a la droga, a la delincuencia”, expresó en una oportunidad. El grupo La Vagancia elaboró una publicación barrial llamada El Angel de Lata, que en su primera editorial proclamaba ser “los que denunciamos la explotación de los padres y de los chicos, los que acusamos a los señores dueños de todo, hasta de la tierra que en un tiempo fue de todos”.

El Angel de la Bicicleta

Su historia se volvió conocida a nivel nacional gracias a la canción «El ángel de la bicicleta», escrita e interpretada por León Gieco, y lanzada como single de su álbum Por favor, perdón y gracias (2005).

Pocho Lepratti cursó la escuela primaria y secundaria en Concepción del Uruguay. Participó y promovió la formación en más de veinte grupos de niños y jóvenes de las barriadas populares de Rosario, siendo la primera agrupación La Vagancia. Dio clases de guitarra en la música popular, además de -como ya mencionamos- la creación y redacción de la revista El Ángel de Lata. Coordinó labores con otros grupos sociales, como el movimiento Chicos del Pueblo y con todas las comunidades eclesiales de base, como Poryajhú (‘pobres’ en guaraní), y el grupo Desde el Pie. Además participaba activamente como delegado de base de la ATE (Asociación Trabajadores del Estado) de Rosario y como congresal de la sucursal Rosario de la CTA (Central de Trabajadores de la Argentina).

El sacerdote católico Edgardo Montaldo fue el referente religioso, social y ético que encontró Pocho Lepratti en su búsqueda de llevar al terreno de las realidades su opción por los pobres. Claudio era muy religioso, y mientras hacia su trabajo social citaba frases de Jesús, como por ejemplo: «Yo soy el pan de vida. El que venga a mí no va a tener hambre, el que crea en mí nunca va a tener sed» (Evangelio de Juan 6.35).

A fines de 2001, Pocho Lepratti trabajaba como auxiliar de cocina en el comedor de la escuela número 756 «José M. Serrano» del barrio Las Flores, un humilde barrio del sudoeste rosarino. El 19 de diciembre, en medio de la crisis del 2001, que terminaría con la caída del presidente Fernando De la Rúa, varios policías que llegaron desde la ciudad de Arroyo Seco ―a 30 km al sur de Rosario― comenzaron a disparar en el fondo de la escuela. Lepratti subió al techo para defender a los menores que en su interior se encontraban comiendo. Se asomó gritando: “¡Hijos de puta, no tiren que hay pibes comiendo!”

Los asesinos

El uniformado Esteban Velásquez hizo fuego con su escopeta Itaka con balas de plomo, acertándole con una posta en la tráquea, lo que le causó a Lepratti una muerte instantánea. El hecho motivó el procesamiento y posterior condena a 14 años de prisión para Esteban Velásquez, dictada por el juez de sentencia n.º 3, Ernesto Genesio, con el cargo de homicidio agravado por el uso de arma. Además, tanto Velásquez como la provincia de Santa Fe fueron condenados a resarcir económicamente a los familiares de la víctima por los daños y perjuicios causados.

La Dirección de Asuntos Internos de la policía provincial había reconocido en un informe que «el asesinato del militante social Lepratti ocurrió fuera de la zona de saqueos y en los fondos de una escuela», y que «no se justifica haber efectuado los disparos reconocidos, ni siquiera en carácter intimidatorio».

Los policías acusados argumentaron que habían abierto fuego porque habían sido atacados a balazos por vecinos apostados en el techo de la escuela. El vehículo policial tenía efectivamente marcas de balazos, pero todos habían sido realizados a nivel del suelo. El juez Julio García condenó a otros cinco policías (Marcelo Arrúa, Rubén Pérez, Daniel Braza, Roberto De la Torre y Carlos Alberto de Souza) por falsedad ideológica y encubrimiento agravado, ya que «balearon y destruyeron el patrullero para simular un ataque y alegar que actuaron en su defensa».

Aparentemente una testigo recogió un cartucho naranja, que corresponde a la munición de plomo y lo entregó a los investigadores policiales, pero éstos le entregaron a la Justicia un cartucho verde, que corresponde a las municiones de goma.

Desde ese momento Lepratti se convirtió en símbolo de la resistencia de los sectores más vulnerables de Rosario.

El trabajo nos hace ascender como personas, mientras que la falta de trabajo nos incita a la violencia, a la droga, a la delincuencia.

Pocho Lepratti

Concepción del Uruguay le rinde su homenaje y recuerdo con el monumento que los uruguayenses pueden ver cada vez que pasan por el boulevard Montoneras.

monumento-a-pocho-lepratti

(este articulo fue escrito y publicado en La Ciudad el 20/12/16)

 

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