Para Bauman, el privilegio consiste precisamente en tener un margen más amplio para decidir, algo que no todos disfrutan en igual medida.
Por más que la modernidad nos haya convencido de que la felicidad es sinónimo de libertad absoluta, Zygmunt Bauman, uno de los pensadores más lúcidos del siglo XX, sostiene lo contrario: “nuestra libertad nunca es completa”. El filósofo polaco, conocido por sus reflexiones sobre la sociedad líquida, nos invita a mirar de frente una paradoja que atraviesa la vida contemporánea: la libertad y la dependencia no se oponen, sino que se negocian constantemente.
Bauman explica que desde que nacemos nos movemos dentro de un proceso de socialización continuo, que nunca se detiene. Cada etapa vital redefine el equilibrio entre lo que elegimos y lo que las circunstancias nos permiten elegir. No es lo mismo sentirse libre en una gran ciudad, donde el anonimato puede ser una forma de respiro, que en un pueblo pequeño, donde el arraigo ofrece seguridad pero también límites.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F902%2F363%2F6f9%2F9023636f9ce55b6f82266939d8d6126f.jpg)
Esa tensión entre autonomía y pertenencia se repite en todos los ámbitos: el trabajo, las relaciones, las decisiones personales. El autor advierte que existen factores estructurales, una crisis económica, una guerra o la pérdida del empleo, capaces de transformar de golpe la sensación de control sobre la propia vida. En esos momentos, el ideal de libertad individual se revela frágil, dependiente de condiciones que van mucho más allá de la voluntad personal.
Aun así, Bauman no propone resignarse. Más bien sugiere mirar la libertad como un ejercicio de adaptación constante. Cada cambio, mudarse, enamorarse, envejecer, exige reajustar nuestras expectativas y negociar nuevas formas de bienestar. Porque, según él, la libertad no se mide por cuántas opciones tenemos, sino por la capacidad de dar sentido a las que realmente podemos elegir.