Por Iciar Recalde –
Poesía trágica y de un profundo dolor existencial, lirismo cerrado a la queja sorda por el amor y los valores humanos que la modernidad niega. Siempre insisto que al mundo convulsionado, doloroso y escéptico de Discépolo únicamente lo ordena el peronismo, lo ordena Mordisquito.
Como al de la desesperanza de Manzi, lo ordena la política, FORJA, el ensayismo y el activismo militante concreto. No se le puede pedir a los poetas lo que los poetas no pueden dar y digo esto porque muchas veces se intenta hacer bronce monolítico de síntesis de política y poesía a figuras que fueron carne tensión y fuerza vital compleja y repleta de contradicciones
El hombre de Discépolo, gemido quejumbroso de fracaso y desengaño como de bandoneón, con el que se identifica buscando calmar su dolor herido: “Fue tu voz, bandoneón, la que me confió el dolor del fracaso que hay en tu gemir (…) Igual que vos soñé, igual que vos viví sin alcanzar mi ambición….”, canta en Alma de bandoneón de 1935.
Lo que sí existe en su poesía escéptica es una suerte de indignación ética frente a la injusticia que conlleva definitivamente sentimientos nobles de compasión, perdón y amparo que afloran en su propia experiencia imposible de amor humano. Ahí nomás aparece el anhelo de verdad, bondad y belleza permanentemente referido e inquirido a Dios:
“No embromés con la conciencia, guardate la decencia”;
“Soñé que era Jesús y te salvaba”;
“Si acá ni Dios rescata lo perdido”;
“Vale Jesús lo mismo que el ladrón”;
“La Biblia contra el calefón”;
“Ya no me falta pa’ completar más que ir a misa e hincarme a rezar…”
A Dios se lo interpela las más de las veces con dureza por callar y no intervenir pero, se lo interpela y se lo espera. Eso ya es mucho: es la rebelde apuesta a la esperanza en medio del sinsentido y la injusticia de estar en un mundo en que se mató a Dios, a la espera de Dios, buscándolo a Dios.