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Una médica entre las balas

En 1890 las clases acomodadas de Buenos Aires vivían un festín vertiginoso de especulación; la riqueza crecía y cambiaba de manos a gran velocidad, los que hoy se enriquecían en la bolsa mañana eran abandonados por la Fortuna, pero la fe en un futuro venturoso era inquebrantable.

Nada sugería que todo aquello era una pieza en el esquema imperial británico y que se esfumaría algunas décadas después debido a las guerras europeas.

A poca distancia física pero muy lejos del interés y del conocimiento de los especuladores febriles, los trabajadores sufrían una convulsión debido a la caída de los salarios y a la desocupación, que habían producido huelgas nunca vistas antes, achacadas a los anarquistas que llegaban de Europa, algunos con las escenas de la comuna de París todavía en los ojos.

El 26 de junio, cuando por fin tocó tierra la prosperidad que en la fantasía proselitista iba a llevar a 100 millones de argentinos ante el trono del Señor, se desató una revolución sangrienta que se inició en el parque de artillería de Buenos Aires con intención de derrocar al gobierno del Partido Autonomista, ejercido por el cordobés Miguel Juárez Celman, gran figura de la generación del 80.

Los dirigentes de la revolución, incapaces de organizar una táctica de lucha inteligente, eran Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen, Francisco Barroetaveña y Bartolomé Mitre, el general favorito de los porteños, el que nunca ganó ninguna batalla.

En su libro «El Noventa», Juan Balestra, que tenía alrededor de 30 años entonces y participó de los hechos, da una imagen vívida del combate callejero: «después de la 10 de la mañana, la ciudad ardía: se hacía fuego de todos los cantones de civiles empeñados, más que en atacar a un adversario determinado, en proclamar la rebeldía con el estrépito; cruzaban las balas en todos los sentidos y no fueron pocos los cantones que se hicieron fuego entre sí por falta de señales para reconocerse». Es decir, un caos producto en parte de un entusiasmo mal compensado y de falta de adiestramiento militar.

Balestra relata un duelo de cañonazos, en que participaron entre otras dos piezas tomadas al Paraguay en la guerra, el «Cristiano» y el «Criollo», fundida una con el bronce de las campanas de las iglesias de Asunción y otra con utensilios de cocina: «Hubo piezas y armones desmontados por un disparo enemigo y bombas que estallaron dentro del ánima del cañón contrario. No había intersticio de las trincheras por donde no pasara un proyectil. Se vio volar por los aires el cuerpo descuartizado de los artilleros».

Cuando llegó el armisticio cuatro días después, el alivio momentáneo fue interrumpido por el bombardeo de la escuadra naval al Retiro y a la Casa de Gobierno. Según Balestra, el coronel Espina, un jefe revolucionario obstinado y cruel, dijo que Alem y Pedro Goyena debieron estar borrachos cuando dieron esa orden y el general Benjamín Victorica sostuvo que el bombardeo naval fue «una estupenda barbarie aún ante un enemigo extranjero».

Sin embargo, los sostenedores de la civilización contra la barbarie, un leit motiv de la historia argentina, repitieron el bombardeo, esta vez con aviones navales y contra compatriotas, el 16 de junio de 1955 en la plaza de Mayo de Buenos Aires.

Finalmente la revolución fracasó; pero en condiciones tales que un senador roquista dijo «la revolución fue vencida, pero el gobierno está muerto». Prolongó su muerte política hasta 1916, pero los intereses que defendía se mantienen ahora tan vivos o más que antes.

En el intercambio de disparos del 26 de junio de 1890, tras una preparación hecha de largas contramarchas, traiciones, indecisiones y cambios de bando, hubo una figura notable, ajena a la violencia y perdurable por otras razones: Elvira Rawson, una estudiante de medicina cuyo nombre completo era Elvira del Carmen Rawson Guiñazú, y que entonces tenía 23 años.

Elvira fue la segunda mujer graduada de médica en la Argentina; la primera había sido Cecilia Grierson, la misma que aparece en los billetes de 2000 pesos junto a Ramón Carrillo.
Elvira fue feminista del feminismo sufragista, tan diferente del actual, luchadora por la igualdad de derechos para hombres y mujeres.

La revolución del parque fue precedida por el mitín del frontón en abril de 1890, y dio lugar un año justo después, el 26 de junio de 1891, a la fundación de la Unión Cívica Radical con la intención de defender los intereses de las clases medias y bajas.

En los hechos de junio de 1890, junto con otros médicos Elvira Rawson estableció un hospital de campaña en el frente para atender a los heridos y recibió una distinción de Alem por los servicios que prestó en momentos trágicos.

En medio de los balazos, Elvira encontró una respuesta al reclamo de Juárez Celman de que el hospital de campaña atendiera solamente a los heridos del gobierno. «Los hospitales son del pueblo y no de los gobiernos» gritó al que le vino con ese mensaje sobreponiendo su voz al estruendo de los balazos.

Elvira fundó el primer Centro Feminista argentino; fundó la Asociación Pro Derechos de la Mujer, junto Alfonsina Storni y otras mujeres; unió fuerzas con Unión Feminista que presidía Alicia Moreau de Justo; y organizó el tercer Congreso Internacional Femenino.

A pesar de pertenecer a una familia acomodada, sus padres le negaron ayuda económica cuando decidió estudiar medicina, porque no era profesión adecuada a una «joven de bien». La falta de apoyo no fue suficiente para desviarla de su propósito. Se inscribió en la carrera, única mujer entre 84 hombres, trabajando como maestra para costearse los estudios.

Fue profesora de higiene y puericultura en la facultad de medicina e integrante del Consejo Nacional de Educación, donde fomentó la copa de lecha obligatoria en las escuelas. Su trabajo profesional se centró en la salud sexual de las mujeres, tema fundamental porque en ese tiempo era todavía tabú.

“Queremos todos los derechos políticos debiendo tanto ser electoras como elegidas, porque desde que pagamos impuestos, trabajamos por el progreso del país y somos responsables ante las leyes debemos poder legislar en todo lo que atañe a la grandeza de nuestra patria”, dijo cuando ya militaba en el radicalismo irigoyenista.

Alicia Chinen, otra médica feminista posterior, la recordó como una referencia todas las mujeres: “Era audaz, rebelde y revolucionaria. Luchó por derechos que la sociedad recién pudo asimilar 50 años después. El trabajo que hizo junto a otras mujeres de la época sentó las bases de lo que después fue la ley de divorcio, por ejemplo”.

“Ella hablaba de las necesidades sexuales de la mujer ya a fines del siglo XIX. Era adelantada a su época, si fuera contemporánea a nosotros estaría impulsando cambios que recién dentro de 40 ó 50 años veríamos como naturales”.

(fuente: https://aimdigital.com.ar/)

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