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¿Sobra Gente?: Notas Sobre Trabajo, Desocupación,  Dios, el Diablo y el Capitalismo

ricos pobresPor Carlos Alberto Negri (*)     –    

En octubre de 1999 escribí una suerte de, digamos, ensayo, sobre las tensiones generales del sistema en lo referido al trabajo y la ocupación, comenzaba con una pura especulación que complementaba con un análisis de las causales de la desocupación que se agudizaba en la Argentina de entonces hasta extremos insoportables. Eran aquellos los tiempos de la convertibilidad, de la apertura indiscriminada, libre circulación de bienes y capitales, el tiempo de la mas negra noche del neoliberalismo que reventó en 2001, y vaya si reventó mal.

Me parece útil volver parcialmente sobre aquellos conceptos para intentar luego un desarrollo mas amplio, aquí va la primera parte que, en lo sustancial, replica aquello ya escrito y publicado en “Panfletos Peronistas” (Ed. A. Materon, 2013)

De acuerdo con lo que Toynbee llama “Mitología Siríaca”, la carga de trabajar, es decir de ganarse el pan con el sudor de la frente, es un castigo divino por la desobediencia del hombre a la voluntad de Dios. Según la versión corriente del Antiguo Testamento ocurrió que Adán, inducido por Eva, inducida por el Demonio (uno de los más activos funcionarios de la burocracia celestial) habrían probado el fruto del Arbol de la Sabiduría lo que provocó la ira del Creador que los despachó sin mas trámite a este valle de lágrimas, y a trabajar para sobrevivir.

Mas allá de la perplejidad que nos produce la paradójica resolución de Yahvé, que castiga por usar una facultad por El creada para acceder a una Verdad también por El creada, interesante tema que dejaremos para otra oportunidad, parece ser que aun extrañados del Edén, Adán y Eva se llevaron del mismo, por obra del Demonio, la capacidad de aprender. Nosotros, herederos de aquellos nuestros mas antiguos antepasados, insistimos desde entonces en utilizar los conocimientos para buscar las formas de crear los bienes y servicios necesarios para una mas o menos confortable subsistencia en estos bucólicos parajes, trabajando lo menos posible.

Sin embargo, desde el principio de los tiempos y hasta entrado el siglo XX, todas las crisis económicas fueron crisis de insuficiencia de oferta. El trabajo de los hombres no conseguía producir bienes y servicios suficientes para todos, la miseria, las pestes, la guerra, producían entonces los ajustes necesarios para encontrar el punto de equilibrio, reduciendo la demanda.

Hay más para agregar en esta introducción. Fue de San Benito de Nurcia (Siglo VI), creo, de su “Regula Monachorum”, desde donde se generó el axioma “trabajar es orar”, que quiere decir que se sirve a Dios trabajando. O este muchacho no había leído las Escrituras, o estaba en realidad introduciendo la idea entre las pobres gentes de que tenían que trabajar, y si digo entre las pobres gentes es porque para las altas clases de todos los tiempos, de todos los lugares y de todas las culturas, el trabajo siempre fue socialmente denigrante. Solo el trabajo de la guerra tenía (y hasta por ahí nomás) algún prestigio. Lo que tenía el trabajo de la guerra era eficacia, ya que no solo permitía organizarse para apropiarse del trabajo de los pueblos vecinos, sino que además garantizaba que el trabajo de los vecinos del pueblo propio sirviera para mantener a quienes por la Gracia del Señor, y para servirlo (aunque esto no siempre quedaba claro), detentaban el uso de las armas, siempre bajo la  sospechosa doctrina y prédica de equiparar trabajo con virtud.

Pues bien. Viene a ocurrir que, aun en la etapa del cumplimiento del castigo divino, aquel mordisco del fruto del Arbol de la Sabiduría algún resultado positivo dió. Desde la revolución industrial, en occidente desde la segunda mitad del siglo XIX, se produjo un explosivo desarrollo de las fuerzas productivas: la velocidad con que se producen los bienes y servicios desmienten las pesimistas previsiones de Malthus y comienza a entreverse la posibilidad de que el sistema productivo fuera capaz de producir todo lo que la población necesita para satisfacer sus requerimientos básicos. La de 1930 fue, fuera de toda discusión, la primera crisis internacional efecto de la superproducción.

La segunda gran guerra (1939/1945) fue un conflicto en el centro del sistema, entre las potencias que dominaban las corrientes comerciales y detentaban primacía industrial, disputándose en el campo de batalla el abastecimiento de materias primas y los mercados de ultramar. Su desastroso resultado de millones de muertos y devastadora destrucción de la capacidad de producción instalada, tuvo como efecto un salto tecnológico en la etapa de reconstrucción, permitió casi 30 años de bonanza y crecimiento (1950/1980) en el que el desarrollo de las fuerzas productivas y la puja sobreviniente entre la Unión Soviética y los EEUU inyectaron solvencia adicional a la demanda en forma creciente.

¡Que bien que estábamos cuando estabamos mal!

Es aquí que aparece entonces un problema que, sin ser nuevo desde el punto de vista conceptual porque ya Aristóteles alertaba sobre el mismo, se presenta con gravedad creciente. Resulta que por los mecanismos que regulan las relaciones entre los hombres en sus transacciones económicas, el sistema produce para la demanda solvente y no para la demanda global. Aclaremos: como se produce para tomar ganancia, se produce para satisfacer las necesidades de los que pueden pagar, que no son todos. A esta forma o mecanismo de relación entre los hombres, y los hombres y las cosas, desde la revolución industrial es a lo que se llama comúnmente “capitalismo”. El capitalismo, sus métodos y relaciones de producción, provocó primero una explosión productiva, se abría el camino por el cual  volveríamos al Edén, cada vez con menos sudor tendríamos el pan necesario. Sin embargo no queda claro si por la voluntad de Dios, que puede haber considerado que la pena no se hubiera cumplido aun, o por la actividad del Demonio que es, al fin de cuentas, su empleado, resulta que una excelente cosecha o una nueva tecnología, al producir un aumento de la oferta de bienes y servicios provoca la caída en los precios de los mismos, y resulta, en la realidad del capitalismo, una verdadera catástrofe.

Y no se cumplió la “ley de Say”, enunciación económica que se podría resumir en el principio de que toda oferta genera su propia demanda, lo que eliminaría las crisis de superproducción. No solo no se cumplió durante la depresión de 1930, y la superproducción generó el ciclo de depresión más desempleo, que se repitió hasta la guerra mundial de 1939/45. Si no que tampoco se cumple ahora aun cuando por razones y con consecuencias diferentes.

Lo paradojal de la situación se observa en la actividad de las organizaciones políticas y sindicales cuya base social eran los asalariados. Hasta los años 60 y 70 se luchaba contra la explotación y los bajos salarios que se generaban en la estructura industrial, las guerras, como se ha dicho, habían producido tanta destrucción que la etapa posterior fue de pleno empleo y aumento de la demanda solvente. Hoy cuando estructuralmente se está en condiciones de reclamar trabajar menos, o no trabajar, claman por “trabajo”. Quieren, suplican, volver a ser explotados porque con los nuevos métodos de producción resulta que “sobra gente”. Resulta que la nueva tecnología puede producir muchísimo mas con menos horas hombre, y la conclusión a la que llegan es que, lo repetimos, “sobra gente”, cuando los que deberían sobrar son los bienes y servicios para tranquilidad y felicidad de todos.

En el Edén no sobraba nadie. Si los bienes y servicios que se pueden producir son todos o más de los que se necesitan debiéramos festejarlo, dedicarnos al ocio creativo o al “dolce far niente”.

¿Qué es entonces lo que ocurre?

Lo que pasa es que los beneficiarios del capitalismo, aquellos en cuyos bolsillos se acumula el lucro que generan las relaciones de producción, no están dispuestos a ceder la posición, y el potencial productivo se expande a tal velocidad que no deja tiempo para pensar claramente a “los que sobran” ni a sus representantes políticos y sindicales.

La clave para la comprensión del tema está en lo que llamamos “relaciones de producción”, que entran en conflicto con la transformación económica que produce el desarrollo de los métodos de producción. Esto puede resultar en principio obscuro, pero no lo es tanto.

Veamos:

En el sistema capitalista el trabajo humano es retribuido, como criterio general, por el tiempo de trabajo efectivamente prestado en la estructura productiva en la que se sirve. Pues bien, al producirse el desarrollo de las fuerzas productivas el capital físico primero (las maquinarias complejas hasta mediados de siglo XX), y las tecnologías electrónica, cibernética, biogenética, etc., actualmente, requieren cada vez menos tiempo humano de trabajo por unidad de producto, es por ello que en términos de unidad empresaria (es decir microeconómicamente) resulta que “sobra gente”. El capital acumulado por la humanidad en materia de conocimiento se ha disparado hacia lo que podría ser la liberación de todos de la tiranía de la necesidad, pero choca con el mecanismo de relaciones económicas entre los hombres. Estas “relaciones de producción” al mismo tiempo que movilizaron las fuerzas de la naturaleza a través de las ciencias aplicadas, y provocaron formas de coordinación social que permitieron la cada vez más eficaz circulación y producción de bienes y servicios, hacen macroeconómicamente inviable la pretensión de seguir midiendo y retribuyendo la inmensa cantidad de energía liberada con el elemental patrón del tiempo de trabajo directamente utilizado. De hecho el sistema de vinculación económica que exige la existencia de “empleadores” y “empleados”, los primeros que pagan el tiempo de trabajo de los segundos, devino en innecesario e inviable. 

El trabajo no es otra cosa que la actividad humana necesaria para producir bienes y servicios para satisfacer las necesidades de todos los seres humanos, el capitalismo lo convirtió en una mercancía que se paga en proporción a la cantidad de tiempo individualmente utilizado, y la explosión de la capacidad de producción excluye cada vez mas al factor humano del proceso social de generación de riqueza, pero no del estado de necesidad.

Y la capacidad de producir al punto de satisfacer la totalidad de las necesidades no es efecto de las virtudes o aptitudes de nadie en particular, sino del largo proceso de acumulación de conocimientos y evolución de las ciencias aplicadas durante toda la historia y por toda la humanidad. Nadie  puede pretender erigirse en propietario del producto del trabajo humano, salvo que esté pagando “royalties” por el uso de la rueda, el arado, el triángulo rectángulo, el papel, la pólvora, el valor de p, la palanca, la prensa hidráulica, la imprenta de tipos móviles, etc., etc..

Pasándolo en limpio: aunque parezca ingenuo decirlo el objetivo de la actividad económica no puede ser otro que producir los bienes y servicios necesarios para satisfacer las necesidades de los hombres y mujeres que viven en este planeta, la miseria era el castigo bíblico del cual hoy podríamos liberarnos. No forma parte del “orden natural del universo” que todo funcione para que cuatro vivos se enriquezcan impidiendo la felicidad de los demás.

En tanto las relaciones de producción capitalistas estimularon la producción de bienes y servicios, y mas allá de la violencia con que se impusieron, tendrían, quizás, algún sentido y justificación, hoy se han convertido en un perverso mecanismo que no solo no impulsa el desarrollo sino que tiende a entorpecerlo cuando no directamente a la destrucción. En síntesis: el capitalismo está agotado y es un enemigo de la humanidad.

Así funciona, cada vez peor por la ocupación total del planeta y la evidente deriva de la irracional y perversa dilapidación de los recursos de la naturaleza.

El problema, así planteado, presenta dos facetas, la primera es el debate sobre la legitimidad de la mecánica social de apropiación del producto del trabajo, que implica definir la naturaleza social o individual de la riqueza, temita este discutido desde la mismísima creación, resuelto en general y hasta ahora a patadas, la segunda es la de las formas de distribución de la actividad productiva y de su producto, asunto que, resuelto el primero, aparece como de fácil resolución lógico matemática.

Nosotros creemos que de esta misma exposición surge con contundencia el criterio de la naturaleza esencialmente social de la riqueza … social, valga la redundancia, y de allí el derecho colectivo a disponer sobre las formas y magnitudes de distribución, y se podrían llenar centenas y miles de páginas con citas que así lo afirman, también las hay en contra, lo que no nos informan estas últimas es sobre el porqué, el cuándo y el quién habría resuelto que “sobre gente” y, mas delicado todavía, qué hacer con los que sobran (o sobramos).

Una vez determinada la naturaleza social de la actividad económica, y de la riqueza que es su consecuencia, que es lo que hasta aquí resultó severamente conflictivo, podemos pasar a resolver el futuro distribuyendo el tiempo del trabajo necesario y su producto entre todos los mortales con los mejores criterios de equidad que seamos capaces de imaginar e instrumentar, lo que garantizará paz social eterna …, en todo caso ya encontraremos alguna vieja o nueva razón para seguir a las patadas que no se reduzca a la miserable disputa sobre necesidades elementales.

Es claro que esto es una simplificación, pero si el motor de la economía deja de ser el lucro individual y se ordena el sistema para que la organización de la riqueza y su explotación tenga por fin el bienestar del pueblo, no cuesta mucho imaginar instrumentos como la reducción de la jornada de trabajo o formas de distribución no salariales que garanticen un piso de satisfacción general, y esto no es ninguna propuesta exótica, la fórmula del segundo renglón es, textualmente, el artículo 39 de la Constitución Nacional de 1949, la reducción de la jornada se aplica en muchos lugares del mundo, y la asignación universal por hijo o el salario mínimo social garantizado tienen rango legal en la Argentina de hoy, además del derecho a la vivienda, a la educación, a la salud, a la seguridad, etc., solo falta que sean  en  serio.

Es tan fácil y tan obvio que esta conclusión resulta poco confiable, aunque hace 2.400 años Aristóteles predicaba sobre esto hoy suena a anarquista decimonónico, a ecologista de esos de ojos claros y remera naranja, a exótico gurú con parada en  una exótica meseta exóticamente desierta, o a algún ingenuo idealista, utilizando el término idealista en el sentido de falta de viabilidad histórica, ahora, o esto se resuelve mas o menos así o arrastraremos la desigualdad y la miseria hasta que reviente, porque a la corta o a la larga revienta, Dios mediante, es claro.

Esto queda aquí, faltan la segunda y la tercera parte, que ya están en elaboración, en la segunda se tratará de la inviabilidad  además de histórica, política, de pretender sostener esquemas como el actual, neoliberal, neodesarrollista o como se le quiera llamar, que al tiempo que consolida la dependencia tiende a congelar la estructura social de exclusión; en la tercera parte trataremos de analizar los errores e insuficiencias de las políticas ensayadas por Nosotros con cuyos límites nos encontramos, en realidad chocamos, en 1955, 1976 y, para algunos, en 2015.

La cuarta parte, si nos da el cuero, intentará encontrar síntesis y propuestas.

(… esto estaba escrito hace unos meses, antes de que Trump ganara, hecho este que de alguna manera concurre a la prueba de la ocurrencia de los desajustes del sistema general, y quedó allí porque … no se … viste … los muchachos no tienen ganas de escuchar, ni menos de discutir, … que se yo …, pero hoy veo una nota en el Clarín de Juan Manuel Casella, que fuera ministro de trabajo de Alfonsín, con quien compartí  una banca de diputado allá por los ´70, él por la UCR yo por el Frente Justicialista de Liberación (Así, con “de liberación” subrayado), dice Casella que “la velocidad y profundidad del cambio tecnológico diseñan un escenario que hay que asimilar”, que “el trabajo humano ya es descartable”, que se hace necesario un cambio cultural que “debe incorporar una nueva concepción del salario, que ya no puede ser la mera contraprestación patronal por el tiempo y la energía aplicados al trabajo”, sigue diciendo:“Hoy, toda riqueza es un producto colectivo y por eso, el salario debe concebirse como una cuota parte de esa riqueza, a la que todo trabajador tiene derecho por contribuir a su producción”, y termina afirmando “Así (el salario) cubrirá todo el mundo laboral, no solo el de los trabajadores en blanco y sindicalizados”, ¡¡ tomá mate!!!, y pensar que me cuidé de no citar ni al Papa, y me salta Casella por la izquierda y en el Clarín!!. Concluyo reflexionando que hace mucho tiempo que tengo la sensación, respecto de los radicales de mi generación, y agrego a algunos conservadores cuasi derechosos y otros izquierdoides, que vino a resultar que no tuvimos lucidez suficiente para amalgamar ideas y buscar tesis y prácticas superadoras, quizás se le pueda echar parte de la culpa a la Dictadura y sus secuelas, no me parece una explicación suficiente, pero lo cierto es que hasta ahora no pudimos, habrá que ver si del otro lado del Estigia nos podemos poner a trabajar sobre el asunto)


En fin, si aparece alguna buena idea seguro que es ajena…

(*) abogado, ex diputado del Frente Justicialista de Liberacion (FREJULI – 1973/1976)

 

 

 

 

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