Por Ángel Jesús Harman –
Entre las faenas más riesgosas se contaban las relacionadas con el aparte de novillos que se elegían para conducirlos a los saladeros (de Gualeguay y Gualeguaychú). La tarea estaba rodeada de peligros y dificultades y siempre había accidentes de menor o mayor importancia. Las mayores complicaciones se producían cuando había que arrear hacienda arisca; una vez que lograba dominar a los animales se los conducía hasta otras estancias en donde se volvía a repetir la operación del aparte de los novillos. Cuando se habían reunido entre mil y dos mil cabezas, se suspendía la compra y se emprendía la marcha hacia los saladeros. Los mayores inconvenientes se presentaban al cruzar los ríos y arroyos.
Sobre esta ardua tarea dice un testigo:
“¡Había que ver a aquellos centauros criollos en sus soberbios pingos, desnudos y con su larga y espesa melena mecida por el viento, en medio de esas profundas y correntosas aguas luchando a brazo partido con aquellos brutos de largos y agudos cuernos!” [Julián Monzón, Recuerdos del pasado]
Por su parte, Alberto Gerchunoff quien en su juventud convivió con los criollos montieleros, ha escrito:
“El entrerriano no se parece al personaje gauchesco que las generaciones actuales conocen a través de una interpretación fabulosa, de imágenes literarias y que lleva en sí un desvanecimiento de tristeza ficticia, o una desolación de raza vencida…”(…)”es sencillamente uno labrador o un vaquero, y su poesía consiste en que es una persona real, con los pies atornillados al suelo, con la visión de su horizonte inmediato; de ese suelo blando y próvido le viene su recia personalidad”. [Alberto Gerchunoff, Entre Ríos, mi país].
A. H.
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 15/9/2022