por Pablo Stein –
Las carpas de cuero se extendían bajo la protección de los laureles, araucarias y moreras que rodeados de cientos de palmeras formaban el campamento militar de Artigas en Mercedes.
Era el mes de abril del año 1811 y se estaba gestando el ideal más puro que tuvieron los movimientos independentistas de esta América del Sur.
Aquí no existían esos intelectuales que sí estuvieron presentes en el resto de los movimientos y que empapados de los pensamientos de Rousseau o Montesquieu y toda esa ilustración europea que trataba de explicar conceptos abstractos e incomprensibles para el pueblo que sufría la ignominia y la explotación del régimen monárquico español.
Es la revolución gestada desde abajo y por eso es la más auténtica que ha existido en estas tierras. Esas voluntades están hermanadas por sus ansias de romper definitivamente con las cadenas de la opresión. La mayoría no tiene recursos, ni siquiera armas porque van improvisando con cañas tacuaras y hojas de tijeras de tusar o los desjarretadores usados en las vaquerías.
Incorporación a los lanceros negros
Luego de huir de los campos de Joseph de Urquiza, Joaquín invitado por “Ansina” se encuentra en esa noche del 11 de abril y luego de haber escuchado la declaración de Artigas, en la carpa que el fiel colaborador del caudillo utiliza para ir formando el regimiento de libertos.
¿Qué te trajo hasta aquí, moreno? Preguntó “Ansina”.
-Nací muy lejos de acá, siendo niño me capturaron los blancos y llevo más de 30 años de esclavo. Supe ser libre en mis primeros años de vida y quiero volver a serlo-respondió Joaquín
-Estoy formando las milicias con nuestra gente, ¿deseas ser parte de ellas? – “Ansina” fue directamente al grano. Nada de grandes frases, nada de promesas. Así, mirándose a los ojos, de hombre a hombre, sabiendo ambos que valía la palabra empeñada y que ninguno faltaría a ella.
–Con lograr ser libre me basta, no tengo más que el caballo robado al amo español y esta lanza que hice con mi china cuando cruzamos el río y creo que eso alcanza para entrar a la pelea con ustedes.
Con nombre propio
-Te dieron un nombre? Volvió a cuestionar “Ansina”.
-Sí, Joaquín, pero no quiero llevar el apellido del amo-
-Se puso aún más serio “Ansina” cuando explico que también su nombre era Joaquín y de apellido Lenzina.
-Tu pueblo te había dado un nombre?
-Parece que era medio bien parecido porque me llamaban “Siri” que algo así como “Hermoso”, se sonrió Joaquín por primera vez desde que pisara suelo oriental.
Joaquín Siri serás entonces en la planilla donde anoto a los voluntarios.
Dicho esto “Ansina” entro en la carpa y tardo algunos momentos en salir, esta vez acompañado por otro hombre de color que traía algo en sus manos
Respetuosamente Joaquim que se había sentado sobre un tronco añoso espero el regreso de sus nuevos compañeros.
-Te presento a Manuel Antonio Ledesma que te trae algunas cosas que sin dudas vas a necesitar y mucho-
Sin preámbulos Manuel le entrego un facón de unos 45 centímetros y un poncho de lana que, aunque usado era un verdadero lujo para Joaquín.
“Ansina” y Manuel Antonio Ledesma dieron origen en el campamento de Mercedes al “Regimiento de Libertos” que estaba formado por esclavos fugitivos como el caso de Joaquín y esclavos que entregaban sus dueños a modo de contribuir a la organización, pero con el objetivo de retener hijos o parientes de la familia. Lo que estos patrones ignoraban es que quienes conocían la vida en libertad, jamás volverían a las haciendas. Los lanceros negros llegaron a tener 400 voluntarios y desde el año 1816 fueron comandados por Rufino Bauzá.
Reclutadores
Una brisa un poco fresca que había soplado durante todo el día se convirtió de pronto en un viento no muy fuerte, pero si frio y obligó a refugiarse en las carpas.
Joaquín, Ledesma y Ansina que aprovechaban para intercambiar ideas y disfrutar de un buen mate amargo, eran de los que estaban dentro de la carpa cuando les llamó la atención el ruido de cascos de caballos y algunas exclamaciones de alegría de los gauchos cercanos.
Es que Artigas había enviado a los hermanos Ojeda al norte del Rio Negro con la misión de reclutar hombres que adhirieran a la cruzada patriota.
Al frente de unos cien hombres hizo su entrada al campamento Baltasar Ojeda, uno de los hermanos, y las exclamaciones del gauchaje eran por el éxito de la misión.
Todos provenían de las estancias de Tacuarembó
Los ojos de Joaquín se iluminaron al comprender que blancos, negros, indios y mulatos podían ser uno cuando enfrentaran la tiranía.
Bibliografía consultada:
Reyes Abadie; Tabaré Melogno; Omar Bruschera; “Ciclo Artiguista”; tomo I; Montevideo; Ed. UDELAR