Por Susy Quinteros –
El muchacho lleva un paraguas en la mano derecha y un ramo de rosas rojas en la izquierda. Corre por las mojadas calles de Nueva York. Entra al bar. La busca con la mirada puesta en la mesa de siempre, pero ella no está. Siempre corriendo va hacia el puente de Brooklyn. Lleva en la garganta un grito que no escurre. La ve sentada en la baranda como aquella vez con su pelo suelto y la boina gris. La angustia le cambia el color al desorden temeroso que se agita en la oscuridad. Ella lo ve llegar. Tiembla el cuerpo que quiere morir. Lo recibe en su pecho agobiado de amor. Se abrazan largo. En los extremos del puente los parantes son guirnaldas sacudidas por el viento. Por el río los barcos van y vienen con sus cargas. Nada saben de la rescatada que abraza alegría.
