Por Tabaré Oddone –
Atahualpa era su nombre que en quechua significa “gallo” fue el decimotercer Inca y pese a que tuvo sucesores nombrados por los españoles se considera que fue el último soberano del Imperio incaico. Hijo de Huayna Cápac, se calcula que nació allá por el 1500 y que venciendo luego de trece batallas a Huáscar fue que llegó al poder de ese gran mundo de lujo y poder comparado con el de Solimán el Magnífico. Miles de cortesanos, gentes de color madera, obras arquitectónicas y de ingeniería, tejidos, joyas, abundante oro y plata, dejaron perplejos a los invasores españoles. A Atahualpa nadie lo podía mirar a la cara, siempre aparecía detrás de una cortina, pero la curiosidad del emperador pudo más e hizo quitarla para poder ver de cerca al conquistador. El emperador Inca recibió con honores a estos extraños visitantes barbudos mitad bestias mitad hombres. Primero entre piscinas de agua caliente, en un ambiente rodeado de plantas, flores y árboles frutales, luego les ofreció un banquete en vajillas de oro y plata con incrustaciones de esmeraldas y amatistas. Francisco Pizarro no daba crédito a sus ojos, principalmente a su codicia e invitó a Atahualpa para agasajarlo. El Inca había llegado al poder no únicamente por poseer un gran espíritu guerrero sino fundamentalmente por su gran astucia. Enseguida se dio cuenta que Pizarro quería barrerlo de un plumazo. Esos indígenas que nada tenían de salvajes y que por el contrario eran más civilizados que muchos pueblos de Europa, conocían de astronomía, habían hecho el calendario solar, llevaban el censo de todos los integrantes del imperio incaico, tenían una impecable organización social y militar y los conocimientos sobre arquitectura e ingeniería superaban lo imaginable. Sin embargo, a los ojos del ambicioso español enseguida se notó que sus armas eran primitivas, no usaban rueda y no poseían animales de carga ni de montar. Y finalmente los españoles terminaron logrando su cometido. Tomaron prisionero a Atahualpa en una encerrona. El emperador Inca a cambio de su libertad ofreció pagar dos habitaciones llenas de plata y otra de oro. Cumplió con su oferta. Mandó la orden a todo el imperio inca para que enviasen la mayor cantidad posible de oro y plata.
Pero los españoles no cumplieron su parte. Lo sentenciaron a muerte por idolatría, fratricidio, poligamia, incesto y por ocultar un gran tesoro, entre otras varias acusaciones más.
Fue ejecutado el 26 de julio de 1533.La forma en que se llevó a cabo la ejecución no está muy clara. Se habla que le dieron a elegir entre ser quemado vivo o ahorcado y que Pizarro finalmente decidió aplicarle el garrote vil. En forma traicionera de la mano del ambicioso español termina la vida de este emperador de los incas y también poco a poco la desaparición de todo su pueblo. Esta historia que se ha cruzado en el camino de mi mente ha surgido por el desagradable parecido con la traición que sufrieron nuestros indios Charrúas, con la gran diferencia que los Incas fueron traicionados por españoles y los charrúas por un uruguayo. Fueron aniquilados por un pseudo héroe reivindicado por un ex presidente uruguayo de fuerte personalidad, inteligente y verborrágico, historiador, que lamentablemente defendió al traidor. El ex presidente Julio María Sanguinetti escribió una encendida defensa de Rivera, y una relativización de la importancia de la matanza, o de la importancia de los charrúas como pueblo, o como cultura. “No hemos heredado de ese pueblo primitivo ni una palabra de su precario idioma”. ”Ni aun un recuerdo benévolo de nuestros mayores, españoles, criollos, jesuitas o militares, que invariablemente los describieron como sus enemigos, en un choque que duró más de dos siglos y los enfrentó a la sociedad hispano criolla que sacrificadamente intentaba asentar familias y modos de producción, para incorporarse a la civilización occidental a la que pertenecemos”. Pero primero conozcamos quienes han sido estos habitantes de nuestra historia y que tan orgullosamente hoy quienes sentimos a nuestro “Paisito” desde lo más profundo de nuestro corazón defendemos tener, su sangre en nuestras venas. Sangre Charrúa. Ese pueblo de indígenas que libremente vivía en nuestro país también vivió en algunas provincias argentinas como Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes y hasta se animaron a expandirse al Brasil más precisamente a Rio Grande del Sur.
Los charrúas tenían su propia manera de expresarse, diferente a otras lenguas indígenas, reflejando de alguna manera su ser independiente, que tanto orgullo nos brinda a quienes nos sentimos uruguayos. Tal vez por ese espíritu de dignidad es que ni su nombre «Charrúa» se sepa a ciencia cierta de dónde provenía. Su origen dio lugar a traducciones insensiblemente despectivas por parte de los invasores, afirmando que “Charrúa” significaba “los arrebatados”,” los destructores”, “los mutilados”,” los jaguares”. Algunos conquistadores más sensatos prefirieron ser un poco más románticos y traducirlos como “los acuáticos” o “los pintados”. Poco les importaba ser lo que decían eran, ellos simplemente se llamaban “Charrúas” y bastó para dejar ese nombre en la herencia histórica de nuestros corazones y hacerle saber al mundo entero que la “sangre charrúa” es sinónimo de aguerrido, fuerte y con un alto sentido de la dignidad. Cuando llegaron los españoles al Uruguay nuestros indios caminaban, cazaban y dormían por el Río Negro y se hacían ver por Rocha. Cuando se fundó Montevideo los Charrúas decidieron irse hacia el norte y con ellos otras tribus como los Yaros, Bohanes, Guenoas, Chanás y Minuanes que finalmente se mimetizaron y quedaron como Charrúas. Tal vez por su sociedad ser como era, es que los españoles no aprobaban su desarrollo: los Charrúas no eran para nada pacíficos y tenían una organización socialmente fuerte. Un cacique gobernaba la tribu, pero debía ser electo a pesar que perteneciera a un linaje. Básicamente eran cazadores- recolectores y luego agregaron algo de ganadería bovina y equina, pero siempre manteniéndose en constante movimiento. Eran esencialmente nómades, por eso casi no se han encontrado más que algunas pequeñas vasijas, y restos de flechas, lanzas y boleadoras. Estas últimas muy utilizadas para la caza del ñandú. Los Charrúas opusieron una firme resistencia al invasor español y se dice que dieron muerte a Juan Díaz de Solís en momentos que este descubría el Río de la Plata. Cuentan quienes escribieron la historia que nuestros indios se alimentaban de pescado y carne y andaban prácticamente desnudos, que apenas se tapaban las vergüenzas, que nunca tuvieron. Este pueblo de indios uruguayos tuvo varios encuentros bélicos con españoles y con otros indios, que como consecuencia fueron diezmando su número. Invadidos, calificados de bárbaros, robados, maltratados y exterminados, los indios de América toda, fueron avasallados en su propio hogar, les usurparon sus tierras, mataron sus hijos, mujeres y ancianos. Y una de esas matanzas se sobrepone en la historia, a todas las otras. Por su característica: la traición en su más pura esencia. Por eso no fue llamada la Batalla sino la Matanza de Salsipuedes.
Y fue su responsable directo el primer presidente constitucional uruguayo, el general Francisco Fructuoso Rivera. El ex presidente llamó a reunión a los principales caciques Charrúas, Polidoro, Rondeau, Brown, Juan Pedro y Venado junto a todas sus tribus, para decirles lo que no sería. Que los necesitaba para cuidar las fronteras. Y les ofreció un gran banquete y mucho alcohol en su honor. Y los mató sin dar más vuelta a la rueda, aprovechándose de una mentira imperdonable. Los charrúas fueron traicionados por su propio presidente, el primer presidente constitucional del partido colorado el General Fructuoso Rivera, cuyo nombre es recordado con una calle que atraviesa la ciudad de Montevideo y con un departamento de los 19 que tiene Uruguay. Pero la historia misma se encargó de hacer justicia por mano propia. La “garra charrúa “la llevamos orgullosos en nuestros corazones. ” La garra charrúa” significa valor, fiereza, fuerza, orgullo guerrero. Merecido reconocimiento a nuestros primeros habitantes que jamás se entregaron a la vileza del invasor y fueron exterminados por sus propios hermanos.