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Literatura, la hora del cuento: EL TIRO POR LA CULATA

EL TIRO POR LA CULATA

por Rodolfo Oscar Negri   –    

Después de más de quince años en el Centro de Cómputos como analista-programador en la Cooperativa (empresa de seguros en la cual trabajaba), a comienzos de los años 90 decidieron ponerme a cargo del Área Comercial.

El tema comercial, jamás fue mi fuerte, pero –estimo- que mi participación en la Comisión de Relaciones Laborales (algo así como una paritaria de la empresa) en cumplimiento de mi función como secretario gremial del Sindicato llevó a la conclusión de la dirección de la empresa que podría desempeñarme bien en esa función. Claro está que cuando asumí la jefatura, renuncié al Sindicato, porque siempre pensé que era incompatible defender los intereses de los que están más postergados, si no es desde ese mismo lugar.

En fin… después vinieron capacitaciones y cursos con la intención de darme las herramientas para ejercer la función con la preparación adecuada.

La nueva misión no solo se limitaba a comandar el tema de las ventas, sino que –además- era hacer frente a todo un desafío. Las economías regionales sufrían los avatares de las políticas de concentración y extranjerización que el neoliberalismo implantaba, sumiendo en agudas crisis alternativamente a diferentes sectores de nuestro país. La acertadísima idea –a la luz de la historia- era no depender exclusivamente del destino de la economía propia de Mesopotamia (lugar donde nuestra empresa desarrollaba su actividad) sino expandirse al resto de la geografía argentina, con la intención de compensar las depresiones de algunos lugares con los tiempos de bonanza que pudieran tener otros.

Esa tarea me llevo –como responsable directo- a recorrer gran parte del país en búsqueda de productores de seguros, después –y apuntalado por un excepcional equipo- realizar vinculaciones primero, capacitaciones después y finalmente como tarea permanente, la rutinaria de fomentar el desarrollo de las políticas comerciales, el control y la normal administración del negocio.

Fueron muchos años de viajes permanentes, de un arduo trabajo; pero también de un atractivo muy especial. El conocer las diferentes idiosincrasias, los regionalismos, las características de cada zona, de cada ciudad, de cada pueblo tenía su encanto. No es lo mismo viajar paseando que trabajando, pero era imposible dejar de apreciar las bellezas que la Argentina posee y el valor de nuestra gente. Muchas veces, justamente, la forma de entender a cada interlocutor era tener conciencia de dónde vivía y trabajaba, como era su entorno, sus costumbres y tratar de entender –a partir de allí- sus decisiones y modalidades a partir de conocer a cada una ellas.

En uno de los tantos viajes (estaba entre una semana y diez días por mes recorriendo las oficinas de los productores de seguros), debía pasar por una importante ciudad de Corrientes; de la cual no voy a dar el nombre para no delatar a los protagonistas de la historia.

Pero, vamos al cuentito.

En cada punto, desde la oficina del operador que visitaba, le anticipaba telefónicamente –por aquel entonces no había celulares- a la siguiente sobre mi llegada; pero esta vez fue diferente. El productor –Antonio- se anticipó y me llamó porque, me dijo, no quería que fuera a la oficina. Entonces quedamos en encontrarnos en una confitería céntrica. Me quedé sumamente extrañado, porque no era para nada normal tal actitud.

Antonio había comenzado a trabajar desde muy chico, como cobrador de un productor de seguros. En bicicleta recorría todos y cada uno de los puntos de la localidad realizando su tarea, pero –también- haciendo amigos y conversando con todo el mundo. Además de ser un individuo sumamente sociable, era un enamorado de la música y tocaba el acordeón en un conjunto chamamesero que llegó a tener cierto renombre.

Con el tiempo, el productor para quien trabajaba dejó su actividad y él pasó a hacerse cargo de la cartera de asegurados. A partir de allí todo comenzó a cambiar de manera positiva y el mayor ingreso económico sirvió para dar un vuelco a su existencia. Junto a ese paso, también concretó su vida sentimental, casándose con Susana. Una rubia bonita, simpática, desenvuelta y excelente cocinera (de lo que doy fe, porque fui invitado muchas veces a almorzar y disfruté de su comida). Ella era su novia desde la infancia. Se establecieron en una casa que –al frente- tenía la comodidad ideal para la instalación de una oficina de generosas dimensiones.

El no solo crecía económicamente, sino también se dedicaba a su placer mayor: la música. Así comenzó a salir de gira con el conjunto.

Susana, se fue haciendo cargo de todo el movimiento de la oficina. Incluso de la relación con los asegurados.

Parecía que la espiral ascendente no tenía techo. La bohemia de Antonio, no solo lo llevó por los caminos de la música, sino también por las sendas de romances, por supuesto que casuales y fuera del matrimonio, al comienzo. Pero, siempre hay un pero, con el tiempo comenzó a convivir con Carmen, una preciosa morocha, con quien repitió la fórmula que había desarrollado con Susana: Le instaló una casa; eso sí, en el más opuesto extremo de la ciudad, con una oficina al frente. Allí comenzó a vender –en este nuevo local- seguros para otra empresa. Ella, poco a poco, se fue convirtiendo en quien manejaba todo, dadas las costumbres “fiesteras” de Antonio.

Con Susana seguía todo como si nada ocurriera.

Así nuestro hombre tenía dos mujeres, con dos casas, dos oficinas y dos empresas de seguros con las que trabajaba. Bah, en realidad en las que hacía trabajar a sus dos mujeres. Aquel de la cobranza en bicicleta, paso -de a poco y paso a paso- a pavonearse en una enorme y ostentosa camioneta 4×4.

Claro que los avatares de la política económica Argentina no garantizan nada –sobre todo a quienes no son poderosos o tienen grandes capitales- a largo plazo. Los productos importados comenzaban a inundar las góndolas de los supermercados y la producción nacional caía en lo que hace a productividad y rentabilidad y con ella todas las actividades de servicio que la acompañan.

En ese marco es que se dio mi visita.

Cuando llegué a la confitería encontré a un Antonio desconocido. Pálido, adusto, desarreglado y con una barba que denotaba varios días sin una buena afeitada. Su falta de aseo, además, potenciaba la terrible imagen que trasmitía de alguien que se estaba desmoronando.

Se paró y me abrazó, sin decir palabra.

Cuando me senté no pude menos que preguntarle:

  • ¿Qué te pasa Antonio? Perdonáme que te lo diga, pero estas hecho un desastre…
  • No sabe, don Rodolfo, todo lo terrible que estoy pasando.
  • Contame…
  • Usted conoce todo sobre mí y sabe cómo pude repechar a lo largo de los años… y las satisfacciones que me pude dar. Siempre me gustó la música y pude darme el placer de tocar con un conjunto de primera mientras recorría el país… eso –le cuento- mucha plata no me dejaba, porque así como entraba, salía… no me privaba de nada…
  • Si… y no solo te gustaba la música…
  • Y si… don Rodolfo, no voy a negarle lo que me gustan las mujeres.
  • Pero ¿Qué te pasó?
  • A eso iba… con Susana trabajando en la oficina, iba todo de maravillas; para colmo puse una segunda oficina –donde no trabajaba con ustedes- a cargo de Carmen (a quien usted no conoce) … parecía que la plata llovía y tenía a las dos trabajando para mí. Es obvio que ninguna sabía de la otra. Mientras todo esto ocurría, yo me dedicaba a las relaciones y a la música…
  • Hasta acá, era todo un paraíso…
  • Sí, pero desde hace unos meses llegó la malaria…
  • ¿La malaria?
  • Todo empezó a subir. Los gastos, el alquiler de las casas y las oficinas, los costos de los servicios, la luz, los impuestos… todo, todo se empezó a ir desfasando y a salirse totalmente fuera de rango y de control. Para colmo, la gente comenzó a disminuir coberturas y la entrada empezó a decaer. Que le puedo decir, don Rodolfo, una fórmula desastrosa: más gastos y menos ingresos. Un desastre. No sabía qué hacer…
  • ¿Entonces?
  • Entonces me dije: a los grandes problemas solo le caben grandes soluciones. ¿Qué hice? Como la casa donde vivía con Susana era mucho más grande y cómoda que la que compartía con Carmen, desalquilé la segunda y la trasladé a Carmen a la otra.
  • ¿Qué hiciste? ¿estás loco? ¿juntaste a las dos mujeres?
  • ¿Por qué no? En primer lugar, dividí todo la parte edilicia, como para mantenerlas separadas. Preparé un departamentito y separé la oficina en dos, completamente independientes. Después comencé a hacer un juego medio perverso de pasarle puteríos de una sobre la otra y viceversa… Es más, las mujeres celosas son impiadosas… así que Carmen me traía todos los cuentos de Susana y Susana, me contaba todas las miserias de Carmen…
  • ¿Y?
  • Hasta allí, todo bien… pensé que había dado con la solución perfecta…
  • ¿Entonces?
  • Entonces, todo me salió todo para la mierda…
  • ¿Por qué? ¿Qué pasó?
  • Como estaba marchando todo a las mil maravillas y como tenía previsto… me sentí tranquilo, me agrandé y me fui de gira… esa fue mi desgracia…
  • ¿Por qué?
  • Aprovechando mi ausencia sucedió lo inesperado. ¿Qué hicieron las mujeres? comenzaron a hablar entre ellas y el colmo fue que se hicieron de lo más amigas… eso fue el acabose… ¿A que no sabe lo que hicieron don Rodolfo?
  • No ¿Qué hicieron?
  • Cuando regresé de la última gira habían cambiado la cerradura. Las muy hijas de puta se hicieron socias, mandaron todas mis cosas a un galpón y no pude entrar más ni a mi casa ni a la oficina y se quedaron –además- con todos mis clientes… Me dejaron en la ruina…

 

Este cuento forma parte del libro «De todo como en botica» de Rodolfo Oscar Negri, editado en enero de 2017 por el espacio editorial UCU.

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 25/9/2022

 

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