CALLAR A TIEMPO
por Rodolfo Oscar Negri –
Los cambios que se dan en la adolescencia son muy traumáticos. ¿Por qué? Porque, como la expresión lo dice, quien lo sufre “adolece”. Tiene un dolor provocado no solo por el propio desarrollo físico, sino también por una falta ¿de qué? ¿De crecimiento? No, de experiencia. Muchas veces tiene el discernimiento casi de un adulto, pero carece de experiencia, aquello que es capaz de contar con las premisas que enseñan, pulen y dan ubicación al razonamiento.
Es el caso de Guillermo. Allá a fines de los años 60 terminaba su tercer año del secundario -lo que por aquel entonces se llamaba el “Ciclo Básico”- y debía ingresar en una especialización: bachillerato o magisterio. La situación familiar ya le había señalado su destino. Sus padres habían sentenciado: “no sabemos si podremos pagarle una carrera universitaria por lo que será maestro, por lo menos tendrá un título”.
De esa manera ingreso a la Escuela Normal “Mariano Moreno”. Claro que tuvo que separarse de todos los compañeros con los que había compartido sus primeros años escolares. Todo nuevo. Todo distinto. Todo diferente. Nunca había sido alguien a quien los cambios le gustaran. La adaptación a lo nuevo le costaba muchísimo y este era –además- abrupto e impactante.
Pero la vida no siempre es lineal y muchas veces disfruta haciéndonos víctimas de inimaginables sorpresas.
Ni bien comenzó, le llamó la atención –a pesar de que se lo habían anticipado- lo heterogéneo del grupo: de entre los 35 alumnos que constituían el curso de 4to. 1ra del magisterio, solo cinco eran varones. Pero, ni bien entró, se sintió parte de un colectivo, un pequeño grupito que se fue formando casi mágicamente en el fondo del aula asignada.
Tres jovencitas, Susana, Graciela y Alicia y dos varones, Ricardo y él.
Desde esa primera coincidencia, seguida por la decisión de sentarse en los últimos bancos, comenzaron a sucederse otras, produciendo un milagro que pocas veces sucede: le generación de un hilo invisible que los unió, primero partiendo del factor común del miedo por lo nuevo pero que después continuó en compañerismo, simpatía y afinidad… a pesar de que no eran para nada parecidos.
Susana, de estatura mediana, delgadita, de pelo renegrido y flequillo, parecía que lo hacía todo en cámara lenta. Hablaba poco, pero lo necesario. Le costaba sonreír y mucho mas estudiar. Pero era una buena compañera, leal, cumplidora y estaba siempre que hiciera falta. El tiempo lo demostraría.
Graciela, baja, gordita y de un pelo lacio que le llegaba casi a la cintura, era callada por naturaleza. Tal vez era la más bonita. Rara vez opinaba, pero siempre estaba de acuerdo y acompañaba todo lo que se hacía.
Alicia, de mediana estatura, pelito rubio y corto, algo nerviosa y vaga, tenía pasta de líder. Era la que coordinaba todo en el grupo, ella organizaba, tomaba siempre la iniciativa, distribuía roles y detrás de ella se ubicaba el resto.
En cuanto a los varones; Ricardo era bajo y morocho, le costaba bastante estudiar y no porque no se esforzara, pero tenía la virtud de aquellos que son capaces de seguir un amigo hasta el infierno si fuera necesario. Eso sí, normalmente hablaba poco, solo disparando –muy de vez en cuando- alguna graciosa ironía (para lo que sí tenía un talento especial).
El grupo lo cerraba él, Guillermo. De mediana estatura, rubio y muy delgado. Estudioso y con facilidad para la retención, pero –básicamente- un cuestionador. Parecía que su obligación era discutir toda afirmación que hicieran los profesores. Cosa que, más de una vez, le costó bastantes dolores de cabeza. Era la pata intelectual del grupo.
No obstante las diferencias personales y tal vez por eso mismo; parecían armonizar, complementarse y con el tiempo aquella situación se fue consolidando. Los encuentros ya no se daban solamente en la escuela, sino que comenzaron a encontrarse fuera de hora. A veces con la excusa del estudio, otras solo para salir y divertirse.
Los meses fueron pasando y junto con ese transcurrir fue dándose una circunstancia especial. Los ojos de Guillermo y los de Alicia comenzaron a cruzarse –cómplices- cada vez más seguido. No había propuesta de ella que él no apoyara. No se daba discusión que él generara en el aula, a la que ella no le sirviera de apoyo con el solo argumento de “Me parece que tiene razón”, porque –de hecho- era muy poco lo que estudiaba y lo que podía fundamentar.
Parecían almas que se iban acercando hacia un encuentro único e inexorable.
Poco a poco Guillermo comenzó a sentir que aquellos ojos le ingresaban hasta el alma.
Poco a poco fue dándose cuenta que en cada encuentro, el corazón empezaba a latir mucho más rápido y le sudaban las manos.
Poco a poco, cuando estaba con ella se fue quedando sin poder pronunciar palabra.
Poco a poco se fue dando cuenta que estaba enamorado perdidamente.
Nunca había sentido aquel abrumador deseo y así como era exultante para las disputas de cualquier naturaleza, su interior estaba cubierto de una caparazón tan inexpugnable que le hacía imposible expresar sus sentimientos.
¿Decirle? ¿Cómo decirle? ¿Y si ella lo rechazaba? Esa sola posibilidad lo aterraba.
Una y otra vez ensayo un discurso declarativo. En su cuarto, en soledad, frente al espejo. Cambiaba las expresiones y modificaba sus palabras, tenía que prepararse porque –se daba cuenta- que era imposible vivir así y que, tarde o temprano tenía que decirle a Alicia todo lo que sentía.
Había decidido hacerlo aquel día, cuando sonó el teléfono. Era Alicia.
- Guillermo, tengo algo muy importante que decirte, pero no me animo…
- Pero ¿Por qué?, vamos que te escucho…
- Vos sabes bien como hemos congeniado y lo bien que lo pasamos juntos, sos lo mejor que me ha pasado en la vida…
- Es algo totalmente compartido, yo siento lo mismo por vos… (que es esto, se preguntó, acaso se me está declarando… Dios mío, un milagro…, pensó)
- Pero ahora siento que hay algo que es más fuerte y que me quema por dentro… (El corazón de Guillermo pareció estallar)… no puedo más, no resisto mas… y por eso te llamo.
- Si hay alguien al que le podes decir lo que sentís es a mí… (le dijo ansioso)
- Ya lo sé y por eso te llamo. No me hubiera atrevido a decirle esto a nadie más que a vos… ya no puedo aguantar más… estoy enamorada… totalmente enamorada… y no puedo seguir ocultándolo… creí que te habrías dado cuenta, con todo lo que me conocés…
- No, yo…le dijo interrumpiéndola.
Pero ella continuó:
- Tiemblo de terror por un rechazo, por eso tengo que decírtelo, no lo aguanto, no puedo más…
- ¿Qué decís? le respondió confundido y creyendo que se iba a desmayar…
- Por lo que más quieras, no puedo vivir así, ¿no le hablarías a Ricardo de mí…?
Este cuento forma parte del libro “Historias de la Rys y otros cuentitos” de Rodolfo Oscar Negri, editado por UCU en diciembre de 2014 y reeditado en diciembre de 2020.
Esta nota fue publicada por la Revista La Ciudad el 5/2/2023