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Leonardo y el General

 

Esta es una crónica, relatada por el propio Leonardo Fabio, de cuando conoció al general Juan Domingo Perón, en la ya mítica casa de Puerta de Hierro en Madrid en el año 1971.

¿Estuviste en Madrid?
—Sí.
—¿Para ver a Perón?
—Fui contratado para trabajar y estando allá tuve la oportunidad de conocer a Juan Domingo Perón.
—¿Cuál fue tu primera sensación al enfrentarte a él?
—¿Qué sensación sentirías vos si de pronto te encontrás frente al pasado, presente y futuro de un pueblo?
—¿Lo conocías?
—Sí, aunque no personalmente. Lo conocí a través de sus obras, que creo que es la forma más profunda en que se pueda conocer a un hombre.
—¿Qué impresión te causó anímicamente?
—Joven. Con una lucidez apabullante.
—¿Creés que tiene la realidad política y social de lo que sucede en la República Argentina?
—No lo creo, lo afirmo. Tiene quizás una realidad más actual que muchos de los que estamos aquí. No siempre partir es alejarse.
—¿Creés que pueda volver?
—Creo que a la historia no la detiene nadie. Es algo vivo, dinámico
y constante que marcha a impulso de la ansiedad de los pueblos. De todos modos él está latente en el pueblo y lo estará. Lo que él haga, bien hecho está. Desde su aparición en el mundo político v social de la América no se equivocó. ¿Por qué se habría de equivocar ahora?
—Leonardo, vimos por las fotos que publicamos en esta nota que frente a él no te sacaste tu popular gorrito. ¿Por qué?
—Será porque es lo único que está sobre mi.
—¿Cómo? ¿Y tu ideal peronista?
—Está dentro mío. Lo del gorrito quizá sea un símbolo: Sobre de mí, mi sombrero… que con ser grande la tierra, la tengo bajo mis pies».
—¿Qué tomaron?
—Café. . . mucho café.
—¿Whisky, no?
—No… el general andaba «pato»
—¿De qué hablaron?
—De tantas y tantas cosas… Desahogué toda mi rabia. Mejor dicho, no hablamos… me escuchó. . . me escuchó mucho. Cuando le nombré a Valle, dijo: «¡Pobrecito… pobrecito!».
Se le humedecieron los ojos, y en ese brillo vi pasar a todos los fusilados. «Yo sé —me dijo— que usted está en contacto con todos los jóvenes… deles mis cariños a esos muchachitos». Lo dijo con afecto como cortando la charla. Al rato me invitó a pasar a su escritorio y con un gesto cómplice me dijo: «Tome, guárdese esto, Leonardo», y me entregó una tallita en hueso del Viejo Vizcacha. Entonces fue cuando me animé a pedirle su gorrito él sonrió lo pensó y con un gesto paternal me lo extendió. Luego nos alejamos. Cuando salíamos, yo me puse a jugar con un perrito que había estado al lado nuestro durante toda la tarde; me dijo cómo se llamaba, y luego, mirando hacia una lomita, agrego: «Allí enterrado está el otro… el «Gaucho»… pobrecito… argentino y venir a morir tan lejos». Yo sentí que se mi hizo un nudo en la garganta. Le acaricié la mano no sé con qué pretexto; tenía ganas de tocarlo, de palpar ese montón de cariño y de historia que caminaba a mi lado. Y me dio mucha rabia no haber tenido veinte años y un fusil en 1955.
Fuente: Revista Extra – mayo de 1971
Nota publicada por la revista La Ciudad el 2/8/2020