Por Pablo Stein –
Guidai, que aun vestía las ropas charrúas con la que había huido de los campos de Joseph de Urquiza, esto era una especie de sacón llamado quillapi, hecho de pieles de nutria, fue conducida a la carpa donde un grupo de mujeres reclutaba a aquellas que se consideraban útiles para la pelea y la entrerriana ya tenía su lanza fabricada durante su breve estadía en Paysandú.
La “China” María
En esa carpa, el tema que circulaba en los numerosos grupos que se reunían para charlar e intercambiar ideas, era la historia de valentía, tragedia y muerte de la “China” María, caída en combate pocos días antes.
Enterados los rebeldes orientales de la adhesión de Artigas a la revolución y de que se aproximaba al mando de una partida de blandengues, intentaron reconquistar Paysandú, que había sido tomada por Michelena.
Todo ocurrió en los primeros días de ese mes de abril de 1811.
La charrúa María Aviará, lanza en mano, acompañada del mulato Francisco Bicudo cargaron bravíamente sobre los invasores que abrieron fuego matando a ambos.
Pero ya expulsados de Entre Ríos por Bartolomé Zapata y temiendo la llegada de Artigas, los realistas abandonaron Paysandú rápidamente.
La nueva Lancera
Con beneplácito fue recibida la nueva lancera charrúa, a quien el relato estimuló aún más en su convicción de que estaba en el camino correcto.
Esa misma noche conoció a Sinforosa, la compañera de “Ansina” que a su vez le fue presentando a las líderes de las lanceras. Estaban en esa carpa: Victoria que era la payadora y cantora de cielitos del grupo.
La “negra” Soledad Cruz, ya convertida en leyenda porque el escritor Gonzalo Abella relató una historia muy parecida a la de nuestro sobre Nazareno Cruz.
Soledad, según los escritos de Abella era una esclava negra, hija de esclavos, que entro en amores con un joven charrúa que en noches de luna llena se convertía en lobizón.
Pero no por ello dejaba de protegerla y ya transformado en perro, rondaba la carpa donde dormía Soledad Juana Bautista, una descendiente de ranqueles nacida en la provincia de Córdoba y que ya en campaña y cabalgando a su lado, Guidai fue testigo de cómo llegaba incluso al insulto cuando veía vacilar a un gaucho frente al enemigo.
Fue Damiana Segovia, otra lancera, también de origen afro, quien acerco nuevas prendas a Guidai. Las mujeres del pueblo no usaban calzado alguno y para ellas no era ningún inconveniente andar descalzas, así que entregaron a Guidai una blusa azul de algodón y una pollera que la cubría hasta los tobillos.
La misma Damiana se encargó de hacerle un peinado de trenzas a la usanza criolla, le entrego una cuchara de hojalata y un pequeño cuchillo, útiles, a la hora de comer.
No existían los tenedores en la campaña y solo en los hogares de gente muy acomodada en Montevideo o Buenos Aires se conocían.
Rescatando otros nombres de lanceras
Estas mujeres, todas merecen ser traídas a nuestros recuerdos, aunque no conozcamos las características físicas de cada una, sí hemos recogido otros nombres de lanceras.
Es evidente que aún se mantiene entre ellas una igualdad de género que era natural en la mayoría de los pueblos originarios y que al menos en este campamento no había llegado a imponerse el machismo paternalista que predominaba en la sociedad colonialista.
Los nombres rescatados del olvido e ignorado por los historiadores del sistema que pudimos obtener con nuestras investigaciones son los de:
Caledonia Pacheco, Loreta Peón, Juana Torino, las hermanas Josefa y María Petrona Arias, Andrea Zanarruca, María Gertrudis de Fernández Cornejo y Toribia (La Linda).
Llega Melchora Cuenca
La mañana había transcurrido bastante tranquila. Solo llegaban pequeños grupos de nuevos voluntarios, pero a media tarde volvió a animarse el campamento ante la llegada de una carreta cargada de víveres enviada por la Junta del Paraguay.
Flanqueada por algunos jinetes de custodia era conducida por una joven paraguaya de 19 años: Doña Melchora Cuenca.
Don José Gervasio fue a recibirla ya que nada escapaba a los ojos del caudillo. Observó detenidamente a la conductora y comenzó a buscar palabras de bienvenida pero extrañamente no las encontraba.
Cuando se acercaba a la conductora esta desde arriba de la carreta se extrañó del silencio del general que parecía impactado con la visión de la dama.
Melchora, sin embargo, solo había sonreído.
Bibliografía consultada:
Aníbal Barrios Pintos; “El silencio y la voz. Historia de la mujer en el Uruguay”; Ed. Linardi y Risso; Montevideo; 2001
Septembrino Pereda ;”Paysandú Patriótico”; Ed. El siglo ilustrado; Montevideo, 1920