por Marianela Marclay –
El documento presentado en días atras por el Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina (INDEC), presenta un análisis detallado y desgarrador sobre la incidencia de la pobreza y la indigencia durante el primer semestre de 2024.
Se observa un aumento en la incidencia de la pobreza y la indigencia en comparación con el semestre anterior, afectando a todas las regiones. Se destaca que la mayoría de las personas en situación de pobreza son jóvenes de 0 a 14 años.
El informe detalla que, durante el primer semestre de 2024, el porcentaje de hogares por debajo de la línea de pobreza fue del 42,5%, afectando al 52,9% de la población. Dentro de este grupo, un 13,6% de hogares se encontraban por debajo de la línea de indigencia, incluyendo al 18,1% de las personas. En comparación con el semestre anterior, se observó un aumento tanto en la incidencia de la pobreza como de la indigencia en hogares y personas.
Un estado sin bienestar
Se analiza la brecha de la pobreza, que es la diferencia entre los ingresos y las canastas básicas de los hogares pobres. Se encontró que la brecha de la pobreza de los hogares se ubicó en 42,6%, con un ingreso total familiar promedio de $407.171 y una canasta básica total promedio de $709.318. Se destaca que la brecha monetaria promedio de los hogares indigentes fue de $116.620, lo que representa un 33,4% por debajo de la línea de indigencia.
La pobreza y la indigencia son dos fenómenos que, más allá de afectar individualmente a las personas, tienen un impacto profundo y devastador sobre la sociedad en su conjunto. En los aglomerados urbanos, donde las desigualdades sociales son más visibles, estas condiciones generan una serie de consecuencias que van tejiendo una red de problemas interconectados, difíciles de resolver sin políticas públicas efectivas.
Uno de los primeros efectos que surgen de los altos índices de pobreza es el aumento de la desigualdad social. Las diferencias entre quienes tienen acceso a recursos y quienes carecen de lo más básico se vuelven más pronunciadas, creando una sociedad dividida. En estos entornos, la pobreza profundiza las brechas, ya que mientras unos disfrutan de la posibilidad de obtener una buena educación, servicios de salud de calidad y seguridad alimentaria, otros quedan relegados a una vida de carencias, atrapados en la precariedad y la marginalidad.
Esta situación de carencias constantes lleva a una creciente vulnerabilidad social. Quienes viven en pobreza no solo enfrentan dificultades económicas, sino que también están más expuestos a situaciones de violencia, explotación laboral, discriminación y exclusión. En muchos casos, la pobreza los empuja a vivir en condiciones de inseguridad, sin acceso a derechos básicos, como la vivienda digna o la protección laboral.
Los índices de la casta
Los datos revelan una alarmante realidad sobre la incidencia de la pobreza en diferentes grupos etarios. De acuerdo con las estadísticas, dos tercios (66,1%) de las personas de 0 a 14 años viven en hogares que se encuentran por debajo de la línea de pobreza. Esta cifra es especialmente preocupante, ya que muestra cómo los niños y adolescentes, el grupo más vulnerable de la población, son quienes más sufren los efectos de la pobreza.
En el grupo de 15 a 29 años, el 60,7% de las personas también se encuentra bajo la línea de pobreza. Este grupo está compuesto en su mayoría por jóvenes en edad productiva o en formación educativa, lo que significa que enfrentan dificultades significativas para acceder a estudios superiores o empleos formales.
Las personas de 30 a 64 años, el porcentaje de aquellos que viven en hogares pobres es del 48,6%. Aunque esta cifra es menor que en los grupos más jóvenes, sigue siendo preocupante. Este grupo etario representa la principal fuerza laboral del país, y su alta incidencia de pobreza refleja problemas estructurales del mercado de trabajo, como el empleo informal, los salarios bajos y la falta de acceso a recursos que les permitan mejorar su situación económica.
Por último, en el grupo de 65 años y más* el 29,7% de las personas viven en hogares bajo la línea de pobreza. Aunque este porcentaje es significativamente menor que en los otros grupos de edad, sigue representando un desafío importante. La pobreza en los adultos mayores puede estar relacionada con pensiones insuficientes, falta de redes de apoyo y problemas de salud, lo que agrava su situación de vulnerabilidad.
Lo que nadie te cuenta
El ciclo intergeneracional de pobreza es un fenómeno que describe cómo los niños que crecen en entornos de pobreza tienen una mayor probabilidad de permanecer en esa situación durante su vida adulta, perpetuando las condiciones de vulnerabilidad en futuras generaciones. Este ciclo se sostiene a través de una serie de factores que limitan las oportunidades de desarrollo y posibilidad de obtener empleos dignos y salir de la precariedad económica.
Otro aspecto fundamental es la falta de capital social. Las familias pobres suelen estar aisladas de redes de apoyo que podrían facilitarles el acceso a mejores empleos o recursos. La exclusión social y la discriminación que enfrentan limitan sus oportunidades de integrarse plenamente en la sociedad y construir una red de contactos que les permita mejorar su situación.
A medida que estos niños crecen, se enfrentan a un mercado laboral que valora la formación y las habilidades que ellos no han podido desarrollar plenamente. Esto los relega a empleos mal remunerados, informales o inestables, lo que les impide acumular los recursos necesarios para mejorar su calidad de vida o brindar mejores oportunidades a sus propios hijos. Así, el ciclo se repite de una generación a otra.
La pobreza y la indigencia no son problemas aislados. Se trata de fenómenos profundamente interrelacionados que afectan cada aspecto de la vida de las personas, generando desigualdades sociales, y un impacto económico que frena el desarrollo de los países.