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Historia, reconciliación y desaparecidos

 

 

por Martín Balza (*)  –

Sobre un concepto tan profundo como el histórico, me tomo la licencia de expresar opiniones que me impactaron. Para Aristóteles: “Es el relato de lo que han hecho y sufrido individuos humanos”. El historiador William Mc Nell escribió: “La historia se suele pensar como la historia del surgir y de la caída de los imperios, la crónica de los reinos, guerras, batallas y las revoluciones militares y políticas, en una palabra, la historia del poder, quién domina a quién, quién controla a quién. La historia de la ingestión de las sociedades débiles por las más fuertes y de las rivalidades entre los fuertes, es la historia de la humanidad”. Sobre nuestra actualidad, son interesantes los conceptos del historiador Luis Alberto Romero: “Más historia y menos memoria (…) La sociedad argentina ha sido víctima inocente de dos demonios simétricos y antitéticos, los militares y los subversivos (…) Y asistimos a la memoria militante, la rencorosa y la vindicatoria del terrorismo de Estado; los análisis sociales son bien distintos”. En tal sentido, creo que a más de cuarenta años de democracia seguimos ignorando la sentencia del historiador francés Fernand Braudel: “La historia es hija de su tiempo”.

Desde hace 70 años la palabra reconciliación ha estado ausente en las distintas gestiones políticas, y una de las causas es la grave polarización sobre el pasado. La reconciliación exige que los enfrentados revisen su historia con sentido crítico, reconozcan las distorsiones en su propia comprensión y valoren con humildad el puesto que se les asigna a los adversarios en esa historia. De allí que la reconciliación no es una simple estrategia de sinergia, no devuelve al pasado, sino que introduce en un futuro nuevo mediante una transformación del pasado, para lanzarse al futuro en forma nueva. ¿Cómo puede interesar lo que pasó hace medio siglo? Para el psicólogo Robert Enright, autor de La política del perdón, “el motivo es que las heridas de la generación anterior continúan supurando en la actual”. Ello afecta avanzar hacia la reconciliación, y quizás dificulta romper el círculo de venganza a condición de que se respeten los muertos. Negarlos es convertirlos en una pesadilla. “Sin apología, sin reconocimiento de los hechos, el pasado nunca vuelve a su puesto (Beristain, Martín, Justicia y reconciliación, pág. 35).

En su respuesta a los crímenes de las organizaciones terroristas, la dictadura militar de 1976 instaló una política deliberada y sistemática de violación de los derechos humanos, mediante delitos de lesa humanidad, entre ellos: robo de bebés, tirar desde aviones, a personas, vivas o muertas, al mar, torturas y desaparición forzada de miles y miles de personas. Olvidaron que –según Benedicto XVI– “la persona no es una cosa, sino que refleja la presencia del mismo Dios en el mundo”. Sobre los desaparecidos me permito recordar que sus familias permanecen en un estado subliminal, que no es ni real ni ficticio, algo que las paraliza y les impide avanzar hacia el futuro. El sufrimiento por la desaparición de un ser querido es más trágico e intenso que el sufrimiento de una muerte constatada, es algo que no para nunca. La Corte Interamericana de Derechos Humanos produjo a principios del presente siglo un fallo sobre Guatemala, “en el que establece que el sufrimiento que padecen los familiares de un desaparecido equivale a una tortura”. Hace años un periodista argentino, reflexionando sobre las estrategias para acabar con los esfuerzos hechos para lograr la verdad sobre los desaparecidos –cuyo número solo Dios conoce–, me dijo: “El discurso político sobre la reconciliación es profundamente inmoral, porque niega la realidad de lo que la gente experimentó”. En otra oportunidad, la madre de un desaparecido me comentó: “Estoy lista para todo. Que me digan si mi hijo está vivo o está muerto. Pero que me digan algo, que sepa a qué atenerme. Nunca tuve respuestas”.

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La Argentina, sobre el respeto a los derechos humanos, adhirió a distintas convenciones internacionales, entre ellas: al Pacto de Derechos Civiles y Políticos (1966), al Pacto de San José de Costa Rica (1969), a la Declaración Contra la Tortura (1975), y también a los Convenios de Ginebra (1949); estos últimos “exigen que los detenidos deben ser tratados con humanidad, evitar toda forma de crueldad, daños superfluos y los medios de lucha pérfidos que atentan contra el honor militar”. Por eso me sorprendió que recientemente algunos diputados y políticos calificaran directa o indirectamente como combatientes y héroes de la Patria a los jerarcas de la dictadura de 1976, y a otros condenados por crímenes de lesa humanidad. Creo que nuestra sociedad solo califica como héroes a los veteranos de la gesta de Malvinas, y a los soldados y próceres de la Guerra de la Independencia.

* Exjefe del Ejército Argentino, veterano de la Guerra de Malvinas y exembajador en Colombia y en Costa Rica.

(fuente: https://www.perfil.com/)

Colaboración de Juan Martín Garay

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