Un cambio de paradigma relativamente reciente dejó sin asunto a los miembros de la República de los Sabios que operaban en sus especulaciones con la doctrina de los dos cerebros: el izquierdo intuitivo y empático, emocional, “femenino”, y el derecho dominante, lógico y austero, “masculino”.
A esa doctrina le siguió el cerebro triuno, tres en uno, de tres capas evolutivas sucesivas: la reptiliana profunda formada hace 500 millones de años y que compartiríamos con los demás animales; la capa límbica o emocional que data de unos 100 millones de años, que compartiríamos con los mamíferos, y la cortical, el cortex, sede del pensamiento analítico y racional, “superior” propiamente humana.
La capa límbica, sede de las emociones que siguen gobernando nuestras vidas y determinando en buena medida los pensamientos, sería la determinante para la “posverdad”, un neologismo de uso muy extendido actualmente, que apela a la posibilidad de crear y moldear la opinión pública considerando creencias y emociones antes que hechos objetivos.
Publicidad posverdadera
La política de la posverdad apela a emociones desvinculadas de la política pública, de propuestas racionales y demostraciones intelectuales. En lugar de eso, tenemos la propaganda basada en consignas, colores, sonidos, insinuaciones, prejuicios y valores de clase o de raza, que solo aparecen como lo que son cuando el objetivo está logrado.
La posverdad no falsifica la verdad, la toma en cuenta para ignorarla porque entiende dirigirse con una construcción que aparenta ser verdadera a los estratos emocionales donde sabe que encontrará la respuesta que busca.
Hay quien piensa que no es sino la mentira, la estafa o la falsedad con el nombre de “posverdad” para despistar con la apariencia de algo que supere a la verdad o esté por encima de ella. Pero aun así, nunca antes había sido objeto de estudios pormenorizados ni se había indagado el efecto que produce la manipulación intencional de las mentes en las masas.
El término es relativamente reciente, aunque la capa límbica del cerebro tenga 100 millones de años y el propósito de engañar con falsedades esté en los idiomas humanos desde tiempo inmemorial.
Comienzo quieren las cosas
Algunos lo remontan a la década de los 90 del siglo XX en los Estados Unidos. La cita inicial más extensa y precisa es del periodista Colin Crouch, que en 2004 en su libro ’’Post-democracy’’, se refirió a un modelo político donde hay elecciones que pueden cambiar gobiernos, pero “el debate electoral público es un espectáculo estrechamente controlado, gestionado por equipos rivales de profesionales expertos en técnicas de persuasión, y considerando una pequeña gama de temas seleccionados por esos equipos”.
Crouch se refería a las “posverdades” de George Bush hijo, pero su descripción se aplicaría bien a las polémicas y a la propaganda masiva de cada elección argentina, como la que vendrá en octubre después de las Paso que no acaban de pasar. Para Crouch la “posverdad” política es responsable de la crisis de confianza y de las acusaciones de corrupción que cruzan el aire en los Estados Unidos y que entre nosotros son el pan nuestro de cada día.
La posverdad para algunos toca tierra como RR.PP. -relaciones públicas- término creado por Edward Bernays para evitar “propaganda” que tenía tantas connotaciones negativas que había llegado a significar lo mismo que “mentira” y eso a pesar de que su uso inicial se debió a la iglesia católica y a su propósito de difundir su “verdad universal” urbi et orbi. Con el tiempo, hubo que cambiar el nombre derivado de la jesuítica “sacra congregatio de propaganda fide” para esconder un poco la intención.
La verdad no interesa
Que la posverdad no tiene relación estrecha con la verdad ni con ningún asunto de índole intelectual se ve en que una vez establecido un eslogan o montado un espectáculo atrayente, que toque fibras sensibles, los impulsores lo siguen usando por más que se haya demostrado su falsedad, cosa para ellos enteramente secundaria. Solo hay que advertir que –como ya se sabía en tiempo de los sofistas- las conductas basadas en sensaciones son tan variables como ellas, a diferencia de la verdad no son permanentes ni seguras, y por eso hay que mantenerse siempre atentos y en guardia para ofrecer lo que mejor se adecue a la sensibilidad del momento, o suscitarla si es preciso.
Las damas de antaño
“¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados y vestidos,
sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?
…
Dí, Muerte, ¿dónde los escondes, y traspones?”
La pregunta trágica, la eterna pregunta que envuelve la verdad poética y va derecho al corazón con sencillez, fue formulada insuperablemente en las coplas famosas de Jorge Manrique a la muerte de su padre.
La posverdad nos invita a formular “sacrílegamente” preguntas calcadas sobre aquellas, pero prosaicas y vulgares, modernas:
¿Dónde están los zapatos con tacos de diamante de Eva Perón?
¿Qué se hizo del pacto militar-sindical de Alfonsín?
¿Dónde quedaron las campañas antiargentinas denunciadas por el Proceso o las que dirigía contra nosotros la sinarquía internacional según los nacionalistas filofascistas y López Rega?
¿Quién se acuerda del origen musulmán de Obama?
¿Está Trump vendido a los rusos o poco menos?
Posverdad y periodismo
La posverdad ha conseguido algo importante: poner en el mínimo la creencia de la gente en los medios de comunicación. El éxito de la posverdad es el fracaso del periodismo.
Pero no solo el periodismo cayó en el descrédito: la justicia, el gobierno, los partidos políticos, la democracia que deberían encarnar y tantas otras cosas que antes contaban con la fe sencilla de las mayorías hoy son miradas con desconfianza y no se les cree ni cuando dicen la verdad. Pero por otro lado, cuando es necesario forjar una creencia, es posible mediante técnicas publicitarias adecuadas lograrlo en poco tiempo usando a las masas como material maleable.
Estados Unidos era imparcial en la primera guerra mundial, pero cuando decidió entrar en el conflicto se descubrió el peligro de los submarinos alemanes y apareció la figura del Tío Sam por todas partes apuntando con un dedo al corazón de los lectores. ¡I need you! (Te necesito) decía revestido con los colores de la bandera y con su galera tachonada de estrellas.
Y centenares de miles, hasta entonces pacíficos contempladores sin intenciones bélicas, sintieron de pronto hincharse el pecho de una emoción patriótica que les nublaba la razón y se anotaron para ir y muchos para no volver. Nunca supieron porqué se anotaron ni porqué no volvieron.
Chisporroteo de neuronas
La neurociencia cognitiva viene haciendo grandes progresos por estos años. Anuncia que son posibles mapas del cerebro y “ver” dentro de él los cableados eléctricos de células. Todo dentro de lo que Ken Wilber llamaba “chisporroteo de neuronas” que permiten a cada chisporroteo conocer los otros chisporroteos, es decir, los otros seres del universo.
Sin embargo, no permiten solo eso. También dan presunta base científica a la manipulación de las mentes de las multitudes. Es útil para desarrollar la comunicación política profesional que se propone manejar las percepciones y creencias a de las poblaciones, previamente segmentadas para recibir mensajes dirigidos a cada segmento: rumores, versiones, calumnias y para deglutir –aunque no para procesar- la deliberada sobreabundancia y aceleración de la información, los contenidos producidos por los propuestos como voces autorizadas o expertas para establecer lo que se debe considerar verdadero; el alcance e incidencia de las redes sociales, etc.
Los medios de información pública se han vuelto demasiado visibles, como al aire en una tormenta que no deja respirar o la basura en el agua que perjudica a los peces. Se ha visibilizado y al mismo tiempo han perdido prestigio y confianza al hacerse instrumentos de la posverdad. No es posible hacer desaparecer a la verdad, pero para las necesidades del momento se la puede torcer, desviar y esconder hasta lograr un resultado.
Es lo que se han llamado “régimen político de la posverdad”. Algunos lo llaman “posdemocracia” aunque la democracia conserva un aura que todavía resiste el “pos”.
(fuente: http://www.aimdigital.com.ar)
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 4/9/2017