Por Aida «Marisa» Toscani –
Algunos aspectos en la vida de Enrique Toscani como deportista, como docente y sobre todo como impulsor de proyectos.
El siguiente texto lo construí con el armado de recuerdos vividos junto a mis padres, pero en este caso me referiré específicamente a Enrique Toscani. Ayudé a la memoria con alguna documentación obtenida y papeles o galardones que atestiguan los hechos. No es una investigación rigurosa y seguramente dejo de nombrar a personas que cumplieron papeles importantes. Pido disculpas e invito a esos testigos a contribuir con su memoria o documentación para completar esas lagunas.
Enrique Toscani nace el 10 de setiembre de 1922 en el seno de una familia descendientes de italianos y donde su abuelo había llegado de Parma (Italia) a Concepción del Uruguay junto a su padre, en el marco de un contrato firmado con el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, donde se les otorgaba 30 has en la colonia de Caseros para ser explotadas por ellos y por las cuales debían ir pagando en cuotas.
El niño pierde sus padres muy tempranamente y fue criado por los abuelos maternos y sus tías. Desde muy joven sintió el río como el lugar de libertad, de disfrute, de mayor felicidad. Con amigos como Arturo Martínez Piñón y Nico Mugherli se escapaban en una canoa los fines de semana a las islas y pasaban unos días viviendo de lo que pescaban y cazaban. Estas experiencias tempranas le confirieron un profundo conocimiento del río y las islas, con sus habitantes sus costumbres y sus ricas historias.
Su pasión por el río lo lleva a incursionar en la navegación a vela teniendo como maestro al italiano Francisco Mórtola. La importancia que había cobrado esa práctica deportiva, lo impulsa a Enrique acompañar a Mórtola y otros interesados a fundar un Club dedicado ese deporte. Así nace el Yate Club Entrerriano cuya primera comisión quedó integrada por: Comodoro Francisco Mórtola, Vicecomodoro José Rivero, Capitán: Arturo Bernal, Secretario: Agustín Artusi y Tesoreros Antonio Mórtola y Enrique Toscani.
El muy buen desempeño de Enrique Toscani como velerista lo llevó a ganar competencias importantes la más destacada fue con el velero tipo snipe, llamado Atahualpa, donde alcanza el primer premio Gobernador Héctor Maya, el 19 de septiembre de 1947.
Su pasión por la navegación y la confianza en su capacidad de marinero lo llevó a aventurarse en 1950 a cruzar el Río de la Plata con su esposa como grumete, en el velero Tabú III. El objetivo del viaje era llegar a Montevideo, ciudad que conjuraba sueños de placer y disfrute con su rambla que mostraba ese río inmenso. La travesía en velero se constituyó, por lo tanto, en la luna de miel incumplida.
La navegación por el Río Uruguay fue agradable, descansando en los distintos pueblos uruguayos como Carmelo, Nueva Palmira en los cuales la comunidad de navegantes como ellos, los agasajaban y los llenaban de recomendaciones
El ingreso del Tabú III al Río de la Plata se fue complicando por el escaso viento que soplaba, que a pesar de las hábiles maniobras del timonel y del grumete, el avance fue muy lento. La tarde oscureció el río, la pequeña embarcación con sus velas inertes, era una masa oscura al igual que la noche. Un enorme barco carguero avanzaba en dirección hacia ellos. Desesperados Enrique y Aída con sus linternas iluminaron las altas velas blancas, pues el barco no contaba con luces. A punto de producirse una catástrofe fueron detectados por el carguero, de inmediato el capitán ordenó se les tirara un cabo que amarrara el velero. Enrique quedó al frente del timón y Aída fue llevada a un camarote donde pudo finalmente descansar. El amanecer mostró el puerto de Montevideo. El velero se soltó de su amarra salvadora y enfiló al Club Náutico, donde la joven pareja era esperada. Habían arribado a destino.
Enrique Toscani como docente
Parte de la primaria la cursa en un Colegio religioso en La Plata y al finalizar regresa a Uruguay donde se recibe de bachiller en el Histórico.
Frente a la posibilidad que la familia le pague un estudio Superior, se decide por el profesorado de Educación Física en el Instituto de San Fernando (provincia de Buenos Aires), que se había creado en 1939 y para la década del 40, cuando inicia el curso había cobrado enorme prestigio. Dentro de las destrezas desarrolladas en el Instituto se especializó en el trabajo con las paralelas.
En la tarea como profesor además de la enseñanza de distintos deportes se aplicó en la formación de sus alumnos en el atletismo. Fue docente en la Escuela de Aprendices y en la Escuela Normal nivel secundario y en el Departamento de Aplicación de la misma.
En su trabajo conoce a Aída Martinetti, profesora ella también, egresada de la Universidad Nacional de Filosofía y Letras y que ejercía en la Escuela Normal en las materias de Lengua y Literatura. Al poco tiempo de conocerse se casan, corría el año 1949. El matrimonio tuvo dos hijas Marisa y Merceditas quienes se formaron en esa rara amalgama de la vida al aire libre y el deporte, bastión de Enrique y los espacios de belleza armados desde la palabra que impulsada por la literatura Aída ayudó a descubrir, primero en sus hijas y luego en sus nietas/os.
En la fiesta anual de la Educación Física de la Escuela Normal el público que presenciaba el acto podía disfrutar de cuidadas y simétricas coreografías que atestiguaban el exigente ensayo que demandaba largos meses y que tenía como corolario las perfectas figuras representadas en los patios de la escuela según los modelos gimnásticos de la época.
El gran desafío como preparador de atletas se produce cuando el encargado de representar a Uruguay en la Confederación de Atletismo Nacional reunido en Córdoba, informa que se había decidido que nuestra ciudad sea sede del campeonato nacional de Atletismo. Esto a pesar que se había informado que no se contaba con una pista apropiada para tan importante evento. La pista costaba $200.000. Desde el gobierno nacional se negó toda contribución monetaria, por lo cual se recurrió al apoyo de la Comunidad.
La fecha de la competencia era en el mes de noviembre del año 1957 por lo tanto había muy escaso margen de tiempo. Los profesores de Educación Física Hugo La Nasa, Enrique Toscani, Oscar Bouzenard, Mario Loza y otros que no recuerdo, fueron los responsables primeros en solicitar y coordinar la ayuda para la construcción de la pista de atletismo.
Esos días de noviembre fueron momentos febriles. Recuerdo a mi padre en ese tiempo donde toda su actividad y su ocupación giraba alrededor de la concreción de la obra, en la cual puso su alta capacidad de gestionar y dirigir equipos de trabajo, pero participando sin desmayos en todos los esfuerzos.
Lo primero era convocar a la Comunidad en la patriada de construir una pista de atletismo sin los recursos exigibles. La trayectoria de esos docentes y la convicción de que era factible alcanzar ese objetivo fue lo que empujó a convertir en “causa deportiva de Concepción del Uruguay” que la ciudad tuviese su pista de atletismo y ser sede del Campeonato Nacional de la Confederación de Atletismo
El logro inicial fue cuando la Dirección Nacional de Puertos, permitió que se construya sobre terrenos de ese organismo, después el Ministerio de obras Públicas prestó maquinaria y técnicos, el Municipio facilitó tierra de remoción. Vialidad Nacional la preparó y la llevó hasta la futura pista, YPF donó residuos petroleros para fijar la capa superior que debía ser flexible y fue el aporte de la Arrocera Gallo consistente en cáscara de arroz. La Escuela de Ingenieros Militares colaboró facilitando 40 soldados que trabajaron de manera ejemplar hasta el fin de la obra. Además participaron los alumnos y gente en general entusiasmados con el proyecto.
El Gráfico fue muy elogioso por la obra realizada por los uruguayenses y la denominó la construcción levantada “con la arquitectura del corazón”.
Pero además de la proeza de construir la pista en tiempo record y sin recursos, lo destacable fue la actuación de los/as jóvenes atletas de Uruguay.
En el salto con garrocha se distinguió Rober Argacha al alcanzar una altura de 3,70 m y obtener el primer puesto.
En los 200 m llanos ganó otro uruguayense, Juan Acosta alumno de la Escuela de Aprendices, quien alcanzó una marca a destacar con 22”9, a pesar, como aclara la información de El Gráfico, que la pista se había desmejorado por la lluvia caída en la víspera.
En las 110 vallas cadetes fueron muy buenos los tiempos desarrollados por el atleta Caffa con 14”7.
Lo que no figura en el Gráfico fue la labor de una atleta -Graciela Constante- que se la conocía como “Polvorita” por la velocidad que imprimía a su carrera.
Dejo de lado las descripciones de los periodistas y rescato mis recuerdos de esos días. Yo me movía en un ambiente de conocidos, tanto los profesores como los atletas por haber compartido los días previos de la construcción de la pista y la amistad que mi padre mantenía con todos ellos. Observaba en los distintos puestos de control los profesores con sus cronómetros y la planilla en mano, atentos a registrar las marcas que cada competidor alcanzaba o inscribiendo para cada competencia. Todo era acción, nerviosismo. Yo en cambio, deambulaba recibiendo el afecto cálido de los conocidos y disfrutando de esa fiesta que según mi entender de niña de 7 años, había organizado mi papá para que yo pudiese divertirme y comer choripanes con sidrita N° 1 con que me obsequiaban generosamente toda esa gran cantidad de amigos.
El sueño de acercar el Río Uruguay a los uruguayenses
Banco Pelay, esa larga playa de arenas finas, de agua transparente con la visión de ese río que se abre y corre incesante era un disfrute sólo para los pocos que tenían una embarcación. El resto de la población transitaba el cálido verano en los riachos Itapé y Molino. En el Balneario Municipal, en el Club de Pescadores o en el Club de Regatas.
La diferencia del paisaje llevó a Enrique Toscani a encarar un proyecto que según sus análisis no podía fracasar y redundaría en un enorme beneficio para los amantes del río. El primer paso fue vender el velero “Junco” de reciente adquisición y con el cual la familia había realizado un viaje navegando hasta Paysandú y parando en cada uno de los pueblos costeros. Así el “Junco” fue cambiado por una lancha de pasajeros que venía del Tigre llamada “Amanecer”.
Corría el verano del 58-59. El viaje inaugural de prueba se hizo con toda la familia de mi madre incluso con mi abuelita Pepa una fraybentina que nunca se bañó en el río, jamás usó malla, siempre de batón. Como todavía no estaba construido el puente de embarque y descenso, desde la lancha los varones la trasladaron en su gran sillón playero y ubicaron a la abuelita en la escasa sombra de Pelay. Después de disfrutar jugando y nadando en el río todos nos abocamos a la tarea fundamental de plantar en la parte alta de la playa, estacas de sauce para dotar de sombra al balneario. Tras varios viajes se colocaron largas hileras de estacas y se levantó el puente. Cuando empezó el servicio, la lancha se tomaba en el puerto. Eran largas colas de familias enteras que cargados de canastos con comida y heladeras, pensaban disfrutar de una excursión novedosa y acceder a la belleza de Pelay. El problema se presentaba en el regreso. Nadie quería volver temprano y cuando llegaba la hora del mosquito desesperado todos se amontonaban en largas colas. Al cabo de dos veranos suspendió el servicio a Pelay pues había sido contratado por una draga para el traslado del personal. Sin embargo el primer paso había sido dado y Enrique Toscani abrió los primeros caminos que hicieron de Pelay la playa emblemática del rio Uruguay.
El empresario del camping
Las vacaciones en nuestra familia consistían en pasar la mañana en el Yate Club nadando, paseando en bote por los riachos y arroyos o tirándonos del único muelle, pues para las décadas del 50 y 60 eran muy pocos los barcos. Por la tarde en cambio el lugar elegido era el Balneario Municipal con abuela, tíos/as y primos/as. El placer de disfrute del verano siempre en la playa no nos hizo desear otros destinos. En febrero de 1966 con los matrimonios amigos Martínez Piñón y Bastián se organizó un viaje al Parque Nacional de Santa Teresa en la República Oriental del Uruguay en carpa. Mi padre compró una carpa estructural marca “Cacique”. Las características eran lo liviano de su tela y que el dormitorio estaba separado de la otra parte de la estructura y que se usaba como comedor. Para mi hermana y para mí fue un acontecimiento grandioso. ¡Íbamos a conocer el mar! Merceditas con 12 años y yo 15. El parque con un sector de camping llamado “La Moza” con sus enormes pinares y con cuidadas avenidas de hortensias y un mar potente, de permanente y fuerte oleaje nos deslumbró. Nuestro padre lo transformó en el lugar para las vacaciones.
La atractiva experiencia del veraneo lo impulsó a abrir un comercio de venta de artículos para camping. Al principio en nuestra casa. Los clientes; todos amigos, desfilaban por la galería y tras largas charlas acompañada de algún vino o una Lusera no sólo se compraban la carpa, sino que el lugar de veraneo era el Parque Santa Teresa. Era un paquete turístico cerrado. El negocio creció rápidamente. El éxito vino acompañado de la calidad de la carpa tipo tradicional, elaborada en la fábrica montada por mi padre. El negocio se había trasladado a San Martín y Artigas y funcionaba en una casa prefabricada (la casa era de muestra, ya que también las vendía para una empresa de Federación). El lugar de corte era en la galería de la casa que al principio era Enrique quien se encargaba de esa tarea. Además de viajar periódicamente a Buenos Aires donde compraba la tela cruda, la hacía teñir e impermeabilizar y controlaba personalmente que se utilizaran los mejores productos. Luego las partes de la carpa eran confeccionadas en distintos talleres. Esta pequeña empresa se constituyó en un ejemplo de producción uruguayense y la marca de carpas Toscani Camping fue un símbolo de vida al aire libre en la región.
El último emprendimiento que organiza fue un hotel. Cierra el negocio de camping cansado de los viajes a Buenos Aires y lidiar con los proveedores de tela y con las medidas económicas como fue el Rodrigazo en 1975, donde la moneda argentina sufrió una enorme caída en su valor, en consecuencia, los costos de la producción variaron tanto, que era dificultoso poner un precio razonable al producto, la inflación desorganizaba todos los cálculos.
El edificio de 10 habitaciones se construyó en el terreno donde antes funcionaba el comercio de camping. El hotel se llamó “El Grumete” y con este nombre mi padre sintetizaba toda una vida al lado del río. Fue un emprendimiento familiar atendido por ambos ya jubilados y con la ayuda de algunos empleados. Con el tiempo se incorporaron los nietos, sobre todo en los horarios de la siesta donde los abuelos descansaban. Cuando por problemas de salud Enrique no pudo atender más el hotel se hizo cargo la hija menor Mercedes con el acompañamiento de Aída. Finalmente fue vendido en el 2002 ante la crisis económica que atravesó la Argentina.
Enrique muere en julio de 1998 rodeado del afecto de Aída que lo cuidó con abnegación, de sus hijas y los yernos y sus 9 nietas/os. Había atravesado un tiempo en esos 76 años de momentos luminosos, y otros más oscuros. El hilo que unió esos distintos espacios lo construyó con una dosis de entusiasmo por hacer cosas y por un natural sentido del humor que hacía más ligera, hasta la realidad más pesada.
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Bibliografía consultada
– La Revista Humor de las Villas quien reprodujo las notas de:
– El Gráfico del 9/08/1957. N° 1978
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 14/2/2020