Hay una parte de lo humano que es irreductible a los algoritmos. Todo en el amor y el arte escapa a códigos prefijados.
La neurociencia, la filosofía, la sociología, nos advierten que la era digital está cambiando nuestra forma de percibir, pensar y conocer. Que la comunicación virtual amenaza con arrasar la empatía, por ejemplo,
pues en ella hay poca posibilidad de procesar lo no verbal, lo gestual, lo emocional. También estaría en riesgo la sensibilidad, esa «habilidad para comprender lo tácito», como la define Franco «Bifo» Berardi. Es verdad que la red es un camino de infinitos descubrimientos, pero también una trampa que devora nuestro tiempo y amenaza con hundirnos en la hiper-comunicación adictiva y la sobre-información, que, paradójicamente, puede anular nuestro pensamiento crítico y alejarnos de la verdad. También, como en el caso de los hikikomori, las pantallas pueden convertirse en la manera de huir de un mundo brutalmente competitivo y hostil; o hacer que se pierda el límite entre el tiempo de lo laboral y el del ocio, conduciéndonos al cansancio y a la depresión. Biung Chul Han compara la red con un inmenso hipermercado, donde el que navega se asemeja más a un consumista compulsivo que a un aventurero.
Estamos advertidos, además, de que portales como Youtube pretenden, a través del algoritmo de optimización, que estemos conectados el mayor tiempo posible, para rastrear nuestros gustos e intereses y terminar no sólo manipulándonos sino transformándonos. «Con diez ‘me gusta’ que des en Facebook, la inteligencia artificial te conoce mejor que tus colegas, con 100 mejor que tu familia, con 150 mejor que tu pareja y tu mamá, y con 200 mejor que tú mismo», dice en entrevista con ‘La Nación’, no sin humor, Martin Hilbert, gurú del big data. ¿Es esto cierto? Sólo parcialmente. Primero, porque somos seres capaces de decidir. Pero sobre todo, y hacia allá voy, porque hay una parte de lo humano que es irreductible a los algoritmos, una instancia donde -para decirlo otra vez con Berardi- «no hay margen para la ambigüedad ni tampoco es posible manifestar una intencionalidad por medio de matices».
Ejemplos de eso irreductible son el amor y el arte -la poesía, la música- esas otras maneras de conocer, donde la verdad nunca es absoluta pues se juega con lo no dicho, lo oscuro, lo secreto, en fin, con el misterio de la vida, ese asombro que está en la raíz de la imaginación y creatividad. La inteligencia artificial puede producir versos, no poesía. Todo en el amor y el arte escapa a códigos prefijados y todo -una mirada, un verso, una melodía- es siempre susceptible de ser interpretado, de abismarnos a la incertidumbre. Que es, con su temblor último, la condición de lo humano.
por Piedad Bonnett
(fuente: https://www.abc.es/ – publicación española)