a Carlos Sal
Por Orlando Van Bredam
Antes de iniciar las clases del profesorado, en 1971, conocí a Osvaldo Neyra. Lo conocí en una charla sobre teatro que hubo ese verano en el salón de actos del Colegio del Uruguay. Estaba entre el público, sentado casi en el fondo y de pronto irrumpió con sus apreciaciones sobre el teatro argentino que a Enrique Vázquez , mi amigo y codirector del grupo “Expresión 3” y a mí, nos resultaron novedosas e inteligentes.
Teníamos apenas dieciocho años y ya habíamos estrenado una obra de nuestra autoría con un título petulante “Sobre cuervos, sueños y reinos”. Al finalizar la charla, nos acercamos, nos presentamos y él enseguida, con la calidez y humildad que siempre tuvo, nos dijo que había llegado a Concepción del Uruguay para quedarse y que le encantaría hacer teatro con nosotros. Era nativo de aquí, pero se había ido a los dieciocho a Mendoza y ahora volvía de México donde había escrito radioteatro durante varios años como una forma de supervivencia. Nos doblaba en edad, experiencia y conocimientos sobre teatro, cine y literatura. Fue mi maestro. A él le debo las correcciones de mis primeros cuentos, el uso de los signos de puntuación, la economía verbal, si es que la tengo, y la obsesión de encontrarle coherencia a la construcción de los personajes. Por él supe que la escritura es lo más parecido al teatro, escribir es actuar con palabras escritas, ser el personaje, respirar y sufrir con él, como hacen los actores. De otro modo, me decía Osvaldo, no se obtiene la vida en el texto.
Con la dirección de Osvaldo Neyra, “Expresión 3” representó “Los de la mesa diez” de Osvaldo Dragún en 1971 y “Los justos” de Albert Camus en 1972. En 1974, con el alejamiento de Vázquez, fundamos “Arlequín” y representamos “Crónica de un secuestro” de Mario Diament y en 1976, “¿Conoce usted la vía láctea?” de Karl Witlenger. Esta última la ensayamos en el verano, durante las vacaciones, porque en 1975 yo estaba ya radicado en El Colorado, Formosa. Con Osvaldo conocí las novelas de Adolfo Bioy Casares, el Borges poeta, Manuel Peyrou, todo el teatro de Luigi Pirandello, de Lenormand, de Kayser, de Jean Anohuil, de Agustín Cuzzani, de Noel Coward, la poesía de Enrique Ramponi, de Graciela de Sola, de Alfonso Sola González, de Octavio Paz y la propia poesía que Osvaldo había olvidado en el camino. Cuando nos reencontramos en el 2004, le recité “Otro tiempo fue aquel cuando las muertes/ se grababan en la corteza de los árboles jóvenes”. Me preguntó de quién eran esos versos. Tuyos, querido Pepe, tuyos le dije y se sorprendió.
¿Por qué recuerdo a Pepe Neyra? Porque Pepe no tenía más que quinto año del bachillerato, sin embargo me había abierto con su pasión por la literatura y el teatro las puertas que la escuela no había logrado abrirme. Era lógico que así fuera. En las escuelas sólo hay docentes, no hay sujetos apasionados con lo que hacen. Asalariados honestos, con didácticas eficaces en muchos casos, pero lejos de sentir la emoción de la literatura y de poder transmitirla.
Con Osvaldo, pusimos en escena “Los justos” de Albert Camus. En esta obra, Camus plantea los dilemas de toda revolución, pero fundamentalmente uno: ¿vale la pena matar a cualquiera, incluso niños inocentes, en nombre de una revolución cuyos logros nunca veremos? Esto lo pone en boca de Yanek, el guerrillero idealista pero sensible, en oposición a las ideas de Stephan, víctima de la cárcel del zar, que parece actuar más por resentimiento que por convicciones políticas y exige la mayor dureza a la hora de provocar un atentado.
Estábamos en 1972, en momentos en que la lucha armada se había intensificado y exigía la salida de Lanusse y el regreso de Perón. La representación despertaba aplausos y polémica, dividía al público. Dentro de nuestro grupo, sabíamos que Osvaldo condenaba la lucha armada, pero Carlos Sal y yo, la mirábamos con simpatía y la justificábamos.
Carlos hacía de Yanek, Berta Gorelik de Dora, la amante llena de dudas y yo, de Stephan. Camus ha sido también mi otro maestro: toda idea donde hay muertos merecer ser revisada y condenada nos dice en “Los justos” y también en su famoso discurso cuando le otorgan el Premio Nobel. Si matamos para construir un mundo mejor, quién duda de que seguiremos matando, encarcelando y cercenando libertades para mantenerlo. ¿A quién le importa un mundo así?
Orlando Van Bredam 2021.
(Fuente: muro de Facebook de Orlando van Bredam)