Por Rubén I. Bourlot –
Un día en la escuela nocturna donde daba clases observo que un alumno con su visera (porque para ellos la gorra es la policía) estaba hojeando un libro que aparentemente no era material de estudio. Me acerco y le pregunto qué estaba leyendo, me muestra y era una novela, no recuerdo hoy cuál.
Le pregunto si le gustaba leer novelas y me responde no muy convencido que leía “para buscar palabras” ¿Buscar palabras?, pregunto. “Sí -me dice-, busco palabras para rapear”. El joven intentaba improvisar letras de rap y necesitaba ampliar su vocabulario. Luego de este descubrimiento fue convocado para actuar en los actos de la institución. Hoy no sé si continuó con su vocación pero este episodio sirve como punto de partida para habla de un antiguo género, casi olvidado, que se emparenta con estas improvisaciones contemporáneas.
El 23 de julio se conmemora el día del payador, ese estilo repentista de orígenes remotos que es parte de nuestro patrimonio folklórico. Ya Concolorcorvo, en 1773, en El lazarillo de ciegos caminantes, decía que los gauchos “se hacen de una guitarrita que aprenden a tocar muy mal y a cantar desentonadamente varias coplas que estropean y muchas que improvisan (…) y se echan unos a otros sus coplas, que más parecen puyas”.
La fecha recuerda a una famosa payada de contrapunto que protagonizaron en 1884 Juan Nava (Uruguayo) y Gabino Ezeiza (Argentino). También es recordada la payada que relata José Hernández en su “biblia gaucha” protagonizada por Martín Fierro y el Moreno en un contrapunto que terminó con la derrota del segundo. Más trágica es la payada de Santos Vega que termina derrotado por su contrincante que no es otro que el mismo Diablo.
La payada es un estilo simple acompañado por la guitarra sin mayores pretensiones y cuyo mayor ingenio consiste en versificar espontáneamente. No siempre es así porque muchos payadores de oficio ya tienen un repertorio memorizado que reiteran o recombinan. Marcelino Román en su clásico Itinerario del payador dice que “las formas estróficas payadorescas, en el ámbito continental, acusan una considerable variedad -aunque por lo regular sin salirse del metro de ocho sílabas, medida del verso popular por excelencia-; no así las formas del acompañamiento musical, ya que siempre las palabras son más importantes que la música.”
El contrapunto es una variante en donde dos payadores se enfrentan proponiendo alternativamente un tema por lo que no es posible que los actores tengan un libreto preparado. Es ahí donde se demuestra el ingenio de los cantores.
Hoy el género quedó arrinconado a los ámbitos tradicionalistas y en los festivales de jineteadas.
Leyenda con perfume de mujer
La payada no es solamente cosa de hombres. Hoy en el raleado mundo payadoril entrerriano hay cultoras del género que incluso se atreven al contrapunto como Liliana Salvat. Ya Gabino Ezeiza tuvo como “discípula a Aída Reina que actuaba en el circo de los hermanos Petray” dice la investigadora Beatriz Seibel en El Cantar del Payador. Otro testimonio cita que ya 1828 Antonina Roxa en las islas Malvinas deleitaba a la colonia de Luis Vernet y se ganaba el sustento cantando, según el testimonio de María Saez, esposa de Vernet: «La ama es la q.e se distingue de cantora entre los peones, y como á cada décima que canta le regalan plata, con este aliciente no se pasa un día sin cantar”.
Por Entre Ríos tenemos a Ruperta Fernández, una legendaria payadora cuya memoria se fue trasmitiendo oralmente por generaciones y es citada por Marcelino Román. Se dice que había nacido en el distrito Yeso, La Paz, a principios del siglo XX y anduvo con sus rimas improvisadas por Feliciano. Y para adornar el mito se le adjudica dotes de curandera que asistía a los enfermos con pócimas secretas y ayudaba a las parturientas.
“Guarda su pago entrerriano / su fama de payadora; / las costas del Feliciano / guardan su fama de cantora”, le canta Marcelino Román.
No faltaba a las fiestas. Asistía con su guitarra encordada a la zurda, el mástil adornado con cintas que representaban los colores de todas las banderas americanas y, sin hacerse rogar, cantaba improvisadas coplas con sucesos de la zona y, más atrevida, algunas recetas rimadas de su medicina empírica. Siempre se le privilegiaba un lugar en la reunión y ella lo compartía con su belleza personal y su inseparable guitarra. Se dice también que nunca tuvo un amor y esa pena se reflejaba en sus cantares.
La popular y ya desaparecida revista de historietas Intervalo publicó una tira que recreaba escenas de la biografía de Fernández guionada por Ernesto Castany y dibujos de Pereyra que la sitúa en 1830.
Nuevos aires repentistas
La escasa inserción del género en la actualidad, en particular en las generaciones jóvenes, tal vez se deba a que el mismo no se fue renovando al ritmo de los nuevos tiempos y no porque el formato carezca de atractivo. Esto viene a cuento de un género como el rap y similares, importado de los barrios marginales de Nueva York, con una lógica similar que prendió con intensidad entre nuestra juventud. La versificación improvisada con leguaje barrial tiene un notable parentesco con las payadas y el contrapunto también está presente en las “batallas de gallos” que los raperos improvisan desafiándose. Y hasta podemos hallar hilos conductores entre el rap, que es parte de la cultura hip hop que abreva en la cultura latina y negra, y Gabino Ezeiza de evidentes orígenes africanos.
No todos los intérpretes raperos improvisan pero en sus letras, como en las payadas, no faltan referencias a problemáticas concretas, crítica social y política como dice el conocido Wos: “No para de toser, trabajando doce horas / cobra dos moneda’ al mes, para mantener a cuatro persona’ / Y no hable’ de meritocracia, me da gracia, no me jodas / Que, sin oportunidades, esa mierda no funciona.”
(Fuente: Historias de La Solapa)