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El Arte de Volver

“Yo sostuve la necesidad en arte de volver a la vida cada vez que transitoriamente aquel pierde su concepto; toda vez que sobre la finísima urdimbre de la emoción se han edificado aplastantes teorías». Horacio Quiroga (Ante el tribunal)
El más célebre libro de Horacio Quiroga (aún se lo sigue enseñando en las escuelas argentinas y es considerado por la crítica, casi por unanimidad, como el mayor ejemplo de excelencia narrativa de Suramérica) Cuentos de amor, de locura y de muerte, se publica a instancias de Manuel Gálvez, quien le propone reunir un conjunto de sus cuentos para editar en la Cooperativa Editorial Limitada Buenos Aires que recientemente había fundado. La correspondencia entre ambos es interesantísima,  valioso testimonio del dinamismo del sistema literario argentino, reacio a la visión de sectas, partidismos vacuos y vanguardias. Ni qué hablar de la política de la literatura tejida por las historias críticas de 1983 a esta parte.
Pero me interesa más aún la dupla Quiroga/Lugones.
Quiroga ingresa al circuito literario porteño de la mano y el espaldarazo de Lugones. «Vengo de Montevideo, soy admirador suyo», esgrimió al presentarse en su casa recién llegado a Buenos Aires. Desde ese día establecieron una férrea amistad ligada a lazos más humanos que ideológicos, aunque habían compartido en principio la sensibilidad modernista.
Quiroga le dedica su primer libro, Los arrecifes de coral. Lugones escribe: “En esos ensayos un estilo futuro, como en los píos carrasposos con que el pichón se ensaya sobre la rama natal, se percibe el agua pura del trino a flor de garganta”.
En 1899 Quiroga publica “Para noche de insomnio” (bajo la influencia de Poe y con un epígrafe de Baudelaire); “Aspectos del Modernismo (“Literatura de los degenerados; este es el justo nombre que se ha pretendido convertir en culpa”)”, un trabajo titulado “Sadismo-Masoquismo”, se trata de una apología de Lugones, de quien escribe: “Es simbolista. Más que simbolista es modernista. Más que modernista es un genio. Su característica es la fuerza de expresión y su objeto es deslumbrar. Y lo consigue.”
En 1903 el Ministerio de Instrucción Pública le encarga a Lugones la expedición de estudio a las ruinas jesuíticas de San Ignacio, Misiones. Quiroga le pide acompañarlo como fotógrafo. Tres años después, a propuesta de Lugones, es nombrado profesor de castellano y literatura en una Escuela Normal. Las cartas entre ambos son abundantes y prolíficas. Ambos se quitan la vida con cianuro el mismo día con un año de diferencia: un 18 de febrero de 1937, Quiroga, un 18 de febrero de 1938 el vate nacional. Ríos de tinta se han volcado pergeñando la simpleza del “pacto suicida” entre ambos, cuando lo tremendo de sus cierres trágicos  tiene mayor explicación en los dramas de la propia Argentina
(nota tomada del muro de Facebook de Iciar Recalde)