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El 6 de noviembre de 1810 los realistas ocupan Concepción del Uruguay

Gaspar de Vigodet

Desde Montevideo Gaspar de Vigodet envió al capitán de navío Juan Ángel de Michelena por el río Uruguay y a Jacinto de Romarate por el Paraná con la intención de sofocar al gobierno revolucionario de Buenos Aires.

El archivo de Entre Rios nos relata que «Michelena desde Paysandú ocupó Concepción del Uruguay el 6 de noviembre de 1810, tras la retirada de Díaz Vélez junto con los 45 soldados de caballería al mando de Diego Balcarce enviados por Belgrano.

Renovó el cabildo y envió pequeñas fuerzas hacia Gualeguay y Gualeguaychú, con la intensión de avanzar hacia Nogoyá y Paraná, villa hacia la que la Junta de Buenos Aires envió a Martín Rodríguez con el Regimiento de Húsares del Rey.

En Gualeguaychú el alcalde Petisco lidera la restauración realista y el 18 de noviembre de 1810 un Cabildo Abierto jura lealtad al Consejo de Regencia de Cádiz, lo mismo pasa en Gualeguay una semana después.

Para resistir este intento se formaron guerrillas locales comandadas Gregorio Samaniego y Bartolomé Zapata, entre otros que días después lograron desalojar a los realistas, constituyéndose en la primera manifestación de las montoneras entrerrianas que salvaron los destinos de las nuevas autoridades establecidas a partir del 25 de mayo.»

Veamos como nos cuenta mas detalladamente el profesor Oscar Urquiza Almandoz estos sucesos:

La invasión de Michelena. A todo esto, el gobernador militar de Montevideo, Gaspar de Vigodet, dispuso el 16 de octubre de 1810, que el capitán de la marina española Juan Angel Michelena se apoderara de Entre Ríos. En cumplimiento de tal resolución, éste se dirigió con su flotilla a Paysandú, mientras por tierra marcharon algo más de 200 hombres.

A partir de ese momento los sucesos se precipitaron. Simultáneamente con el arribo de Díaz Vélez a Concepción del Uruguay, donde fue reconocido en su flamante cargo de comandante general de Entre Ríos, Michelena inició su campaña sobre el Arroyo de la China. Pero dejemos que sea el propio Díaz Vélez, a través de su informe al teniente gobernador de Santa Fe, el que nos dé a conocer los detalles del comienzo de la invasión. «Acabo de llegar en este momento (30 de octubre) y de ser reconocido por Comandante – expresó -; los momentos urgen a tomar las más activas providencias de seguridad en los pasos del Uruguay, y defensa de este pueblo. Llegó Michelena a Paysandú con fuerzas cuyo número no sabemos de cierto. Pasó el día de ayer 14 o 15 hombres a este lado en los terrenos de mi estancia y robaron mi barco y las canoas que siempre he tenido para el paso del río, robándome asimismo el bote de la curtiduría. No se sabe qué fuerzas tiene, ni se puede averiguar otra cosa en tan corto término y creo dar a V.S. la noticia más ajustada en la copia inclusa; haciéndole presente al mismo tiempo que corre aquí la voz de que caminaron para la Bajada tres o cuatro cañoneras y una fragata».

Los seis días que siguieron fueron de incertidumbres y zozobras. Distintos sentimientos y diferentes sensaciones experimentaban los habitantes de Concepción del Uruguay. Nunca, hasta ese momento, la tragedia de la guerra los había rozado tan de cerca. Sin embargo, en algunos latía esperanzada alegría: las fuerzas españolas estaban cada vez más próximas y muy pronto se apoderarían de la villa. En otros – sin importarles hacia donde se inclinara el triunfo – sólo había temor frente a los acontecimientos que se iban a producir. Pero también estaban aquellos en los que comenzaba a arder un sentimiento nuevo: el de la patria naciente.

En la madrugada del 6 de noviembre de 1810 comenzó el ataque. Ni siquiera se esperó la oportunidad de una noche oscura. La luna iluminaba las aguas mansas y plateaba la copa de los árboles, cuando las fuerzas de Michelena cruzaron el río.

Aunque detectados por las patrullas destacadas por Díaz Vélez, los españoles pudieron desembarcar con toda comodidad en una costa llena de montes, «todos puntos difíciles de guardarse y mucho más con tan poca gente».

Según comunicó aquél al general Belgrano, apenas conocida la presencia del enemigo en las cercanías de Concepción del Uruguay, «como desde que pisó ese destino hemos vivido de día y de noche sobre las armas, puse inmediatamente la gente a caballo y me mantuve así hasta que se aclaró el día».

Con las primeras luces del alba, una nueva desazón golpeó el ánimo de Díaz Vélez. Algunos hombres que había adelantado, volvieron con la noticia de la superioridad numérica del adversario y de sus armas, puesto que hasta contaban con tres pequeños cañones. Poco era lo que podían hacer los defensores de Concepción del Uruguay, y ello a pesar de los 45 hombres de caballería que, al mando de Diego Balcarce, había enviado en su auxilio el general Belgrano.

Cuando las fuerzas españolas estuvieron «como a tres cuadras» de la villa, Díaz Vélez no esperó más y abandonó el lugar junto con su tropa «a la marcha y trote».

En su informe a Belgrano, el comandante de Entre Ríos expresó que no habían sido vanos sus recelos «sobre la pérdida inevitable de la villa del Uruguay, quedándome la sola satisfacción de haber retirado la Compañía de Caballería de la Patria y algunos milicianos que se me reunieron con su capitán don Joaquín Vilches, con orden y guardando el decoro correspondiente a las armas».

Los españoles se apoderan de la villa. Sobre la toma de la villa de Concepción del Uruguay por parte de los españoles existe otro valioso documento, emanado de uno de los oficiales invasores. Esta versión de los sucesos – con excepción de la parte en que se hace referencia a los servicios prestados por Francisco Ramírez – no ha sido tenida en cuenta por los historiadores entrerrianos que se han ocupado del tema. Nos referimos a lo afirmado por José Rondeau, en esos momentos todavía al servicio de España. En su Autobiografía dejó escritos sabrosos detalles de la operación, que vienen a completar, así, el cuadro ya descripto.

El futuro jefe patriota expresó: «Me incorporé a la fuerza dicha (de Michelena), en momentos que su jefe se disponía a pasar con ella a la villa de Concepción del Uruguay a batir otra como de igual número que estaba en ella a las órdenes del doctor Díaz Vélez, nombrado entonces teniente coronel de milicias por el gobierno de Buenos Aires… La maniobra de embarque se hizo de noche pero en plena luna, de modo que una partida de las tropas patriotas que constantemente estaba en observación a la parte opuesta del río, llevó esta noticia a su jefe muy anticipadamente a nuestro arribo, porque también el viento era contrario y hacíamos poco camino. Con todo, muy cerca del amanecer, entramos a la boca del Arroyo de la China y en esta situación me ordena el comandante Michelena que tomase el bote que iba a popa del falucho que montábamos y que fuese a hacer la descubierta sobre el muelle o desembarcadero de aquel arroyo.

«Al mismo tiempo que conocí la impericia e imprudencia de este mandato, porque era de esperarse que habría guardia en el desembarcadero, como en efecto la había, de veinte individuos de tropa con un oficial, que al acercarnos nos lo habrían privado haciéndonos una descarga; no obstante salté al bote que ya se había traído al costado con ocho soldados, cuatro marineros que bogaban y el patrón al timón. Felizmente me acordé a los pocos momentos de haberme separado del falucho que el modo de salvar el riesgo que dejo indicado, era navegar por la costa y desembarcar en una de las varias entradas que tenía el bosque antes de llegar al muelle, las que yo conocía muy bien por haberlas practicado muchas veces en el ejercicio de la caza y aunque hacía largo tiempo que me había separado de aquellos países creía que aún debían existir. Prevenido el patrón, respiró por esta medida de precaución porque iban amilanados; así es que como dos cuadras antes de llegar al puerto, me colé en el monte con mis ocho soldados y marchamos con mucho silencio. Poco antes de llegar al muelle, hice disparar dos o tres tiros y levantar algazara. La guardia patriota se sorprendió y no hizo otro movimiento que el de montar a caballo y correr hacia la villa (Concepción del Uruguay), dejando un hombre a quien encontramos bregando con el suyo y tan alborotado que no lo dejaba montar. Fue hecho prisionero, y de él traté de tomar algunas noticias sobre la fuerza que ocupaba el pueblo; pero bien fuese por lo aturdido que estaba o porque nada sabía a este respecto, ningún conocimiento prestó.

«Pareciéndome que era llegado el momento de mi fuga, salí del puerto solo y me adelanté al camino que iba a la población hasta enfrentar con la quinta de Sagastume; allí hice alto, y me puse de pie sobre una masa de carreta que había en la calle, sirviendo de base a una cruz, y en observación de los movimientos de la tropa que se veía a caballo en el pueblo y no tardé en conocer que desfilaba en retirada hacia el interior de aquel territorio.

Entonces volví al muelle y ordené al patrón que ya se había acercado con el bote, llevase al jefe (Michelena) la noticia de que el puerto y población estaban francos, pero como el viento había calmado enteramente, tardaron los buques mucho rato en llegar. Hecho el desembarco, pasamos a ocupar el pueblo, y en él se supo con certeza que la tropa que lo había dejado, se dirigía a la Bajada». (José Rondeau, Autobiografía).

¿Pudo haberse evitado la caída de la villa? La ocupación de la villa había sido consumada. Los relatos de Díaz Vélez y Rondeau – por ese entonces en bandos antagónicos – nos han permitido conocer con bastante detalle la conquista de Concepción del Uruguay por los españoles.

Ante lo ocurrido resulta lícito preguntarnos: ¿Pudo haberse evitado la caída de la villa?

Belgrano había pensado que era más conveniente en esos momentos acudir con sus fuerzas hacia el Uruguay y tratar de impedir la toma de las villas por los realistas, pero la Junta decidió continuar con el plan inicial de expedicionar sobre el Paraguay. Y aunque acató disciplinadamente la medida, su disconformidad fue innegable. Para que no se crea que ésta es una simple conjetura de nuestra parte, veamos lo que el mismo Belgrano dejó escrito sobre la cuestión del Arroyo de la China.

«Tuve noticias positivas de una expedición marítima que mandaba allí (Concepción del Uruguay) Montevideo y le indiqué al gobierno que se podría atacar; me mandó que siguiera mi marcha, sin reflexionar ni hacerse cargo de que quedaban aquellas fuerzas a mi espalda, y las que si hubiesen estado en otras manos, me hubieran perjudicado mucho. Siempre nuestro gobierno, en materia de milicia no ha dado una en el clavo…»

La crítica ha aflorado clara y precisa. Incluso con cierto dejo de lamentación. Es que Belgrano escribió estas líneas poco después de ocurridas las penosas jornadas de Vilcapugio y Ayohuma y cuando todavía sentía el escozor de lo sucedido en 1812, oportunidad en que obtuvo el brillante triunfo de Tucumán, contrariando las expresas órdenes del gobierno.

En Alcaraz, el jefe patriota se enteró de la caída de la villa de Concepción del Uruguay en poder de las fuerzas españolas a las órdenes de Michelena. De inmediato ordenó a Balcarce que se le reuniese y, al mismo tiempo, insistió ante la Junta solicitando la autorización para repeler la invasión. Llegado a Curuzú Cuatiá, recibió la contestación de aquélla, que confirmaba la orden dada con anterioridad. Ante ello, a Belgrano no le quedó otra alternativa que seguir su marcha hacia el norte.

Es lugar común en la historiografía entrerriana realzar sin retaceos la figura del comandante de Entre Ríos y ex alcalde de Concepción del Uruguay, doctor José Miguel Díaz Vélez, por su actuación en aquellos difíciles momentos del año diez. Sin embargo, para una más adecuada valorización del personaje, convendría no dejar de lado cierta afirmación de Belgrano estampada en su Autobiografía: «Aquellas fuerzas de Montevideo se pudieron tomar todas; venían en ellas muchos oficiales que aspiraban reunírsenos, como después lo ejecutaron, y si don José Díaz Vélez en lugar de huir precipitadamente, oye los consejos del capitán Balcarce y hace alguna resistencia, sin necesidad de otro recurso queda la mayor parte de la fuerza que traía el enemigo con nosotros y se ve precisado a retirarse el jefe de la expedición de Montevideo, Michelena, desengañado de la inutilidad de sus esfuerzos; y quien sabe si se hubiera dejado tomar, pues le unían lazos a Buenos Aires de que no podía desentenderse».

Como se ha podido apreciar, no es precisamente un elogio lo que fluye de las palabras de Belgrano con respecto a la actitud de Díaz Vélez, quien – como dijimos – se dirigió rápidamente a Santa Fe, dejando a Concepción del Uruguay y a las restantes villas entrerrianas libradas a su propia suerte.

Por supuesto que frente a esta drástica opinión, y, a fuer de sinceros, no podemos ignorar las afirmaciones de otros contemporáneos y el hecho de que muy difícil le hubiera resultado a Díaz Vélez la defensa de Concepción del Uruguay, dada la inferioridad militar en que se hallaba. Un testimonio interesante a este respecto, es el informe del vecino de Gualeguaychú, don Jaime Martí, quien el 3 de diciembre escribió a la Junta: «Asimismo creo deber añadir que la conducta del comandante Díaz Vélez ha sido consecuencia de las circunstancias, y tal vez que otro no se conduciría con igual prudencia y patriotismo. Abandonó su familia e intereses por el servicio de la patria; mantuvo a su costa exploradores que lo instruyeron de los movimientos del enemigo posesionado de la Banda Oriental del Uruguay. He oído a prófugos (que de la Concepción llegaron a Santa Fe) que todo europeo se había presentado a Michelena con una, dos y aun tres armas, cuando por otra parte el comandante Díaz Vélez, aun practicando los mayores esfuerzos, apenas pudo conseguir tres o cuatro fusiles».

Bajo la dominación realista. Con errores o sin ellos, lo cierto fue que Concepción del Uruguay cayó, el 6 de noviembre de 1810, en poder de los españoles. Los realistas y sus partidarios celebraron alborozados la entrada en la villa de las tropas de Michelena. En esas circunstancias, destacados vecinos tomaron abierta posición en favor de la causa realista. Recordemos, por ejemplo, a don Josef de Urquiza y al doctor José Bonifacio Redruello, quien dio un banquete en honor del jefe español. En carta a la Junta, de 20 de noviembre, Belgrano comentó estos sucesos diciendo: «…todos los europeos residentes allí y algún criollo del partido de Urquiza, también han seguido las huellas».

Apenas posesionado de la villa, Michelena ordenó la deposición del Cabildo y la elección de otro, cuyos componentes, por supuesto, eran adictos a la causa española. El nuevo ayuntamiento de Concepción del Uruguay quedó constituido de la siguiente manera: alcalde de primer voto: Ignacio Sagastume; alcalde de segundo voto, Mariano Romero; regidor decano, Juan Anca y Puente; alguacil mayor, Francisco Cortina; fiel ejecutor y juez de policía, Juan Baustista Gomensoro; defensor de pobres y menores, Juan José Walton; síndico procurador, Miguel Dumont.

Es posible que los vencedores hayan cometido algunos excesos. Al menos, así ha quedado reflejado en las palabras de Zapata (NR: quien encabezo la recuperación de Gualeguay, Gualeguaychú e hizo su entrada triunfal en Concepción del Uruguay el 7 de marzo de 1811), al afirmar que muchos eran los que se estaban cometiendo con la población de Concepción del Uruguay, pues se ponía en prisión hasta «las mujeres y niñas solteras». Según el mismo informante, los criollos eran aborrecidos a tal extremo, que no se les permitía estar ni en las vecindades de la villa, pues si los españoles divisaban alguno, «aunque fuera de lejos, buscaban igual proporción que la que se busca a un pato para asegurarse el tiro».

Michelena ordenó abrir causa criminal contra los vecinos de Concepción del Uruguay, José Miguel Díaz Vélez, Joaquín Vilches, Ramón Martiranía, Francisco Doblas y Juan Suárez. Y, al propio tiempo, dispuso que los que tuviesen armas se presentasen con ellas para que sirvieran en el momento que se precisase, manifestando que «el que no estuviese gustoso hablase, pues él solo se hallaba hombre para defenderse». Además, no faltó la amenaza, pues el jefe español expresó que a todo sujeto que no estuviese de acuerdo le serían confiscados sus bienes «y sus vidas en peligro y la de sus hijos».

El 7 de noviembre, en horas de la tarde, convocó al vecindario de la villa y su Partido, para que en reunión general, prestase juramento de obediencia al gobierno de Montevideo y muy probablemente al Consejo de Regencia, con la suprema autoridad depositaria de la soberanía española.”

(fuente: Archivo de Entre Rios e Historia de Concepción del Uruguay de Oscar Urquiza Almandoz, Tomo I)

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 6/11/2019

 

 

 

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