En el día de ayer, miércoles 1° de mayo, la Municipalidad de Concepción del Uruguay conmemoró el aniversario de los “173 años del Pronunciamiento”, “171 años de la sanción de la Constitución Nacional” y el “Dia Internacional del Trabajador”.
La ceremonia estaba prevista realizarse en la Plaza Constitución pero, por razones climáticas, se desarrolló en la Escuela N°3 «Justo José de Urquiza».
Fue durante ceremonias encabezadas por el intendente, José Lauritto; la viceintendenta, Rossana Sosa Zitto; los legisladores provinciales Martín Oliva y Yari Seyler; concejales y demás autoridades de variados sectores provinciales y locales.
Las palabras de la conmemoración estuvieron a cargo del alumno de la casa de estudio mencionada, Esteban Barcos, de 6to grado “C” y de la Dra. Guillermina Bevacqua, directora del Palacio San José. A continuación, se comparten estas últimas.
Palabras de la directora del Palacio San José, Guillermina Bevacqua
La Ciudad brinda a los lectores de La Ciudad el texto del emotivo discurso leído durante la ceremonia:
A 171 años de la Constitución Nacional: abrir los ojos ante la historia
Sr. Presidente Municipal, Autoridades civiles y militares, Autoridades educativas, alumnos y alumnas, Compañeros y compañeras:
El 25 de mayo de 1810, la revolución se alzó como bandera de promesa de libertad de un pueblo que rompía las cadenas con la metrópoli española para sembrar sus ansias de independencia. No obstante, se necesitaron cuarenta años más para lograr la tan deseada unión nacional que bajo una carta magna establezca deberes, derechos y garantías para “afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad”, tal como versa el Preámbulo de nuestra Constitución.
Luego de largas luchas internas, no fue hasta 1831 que la Liga del Litoral pacta la paz, amistad y unión, reconociendo la libertad, independencia, representación y derechos para cada una de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos. Pacto Federal al que luego adhieren las demás provincias dando así comienzo a la Confederación Argentina con la promesa futura de una organización federal.
Pese al tratado de unidad, el acuerdo fue provisorio y Buenos Aires, bajo la figura del restaurador del orden, Juan Manuel de Rosas, continúo profundizando el aislacionismo de las provincias a través del control de las relaciones exteriores, es decir, de sus puertos y aduanas. Por lo que, la afirmación de Alberdi al decir que en aquellos años cambiamos de autoridad de coloniaje de España por el de Buenos Aires (Cfr. Galasso, 2011: 304), puso de manifiesto aquella desventaja fundante de nuestra nación.
A pesar del acierto de proteger el mercado interno (las artesanías y manufacturas locales) la clausura de los ríos confluentes en el estuario del Rio de la Plata y la disposición del puerto de Buenos Aires como el único lugar para realizar importaciones y exportaciones, presentándose como la punta de lanza, en realidad, fueron medidas que para Rosas constituyeron uno de los aspectos decisivos para la erosión de su gobierno.
Además, su misma fórmula para permanecer en el cargo por veinte años sin llamar a un Congreso Constituyente que redacte una carta magna capaz de suprimir la gravitación centralista de la Capital, disponiendo del manejo de las relaciones exteriores bajo la suma de las facultades extraordinarias, también fue una de las causas que lo llevó a dirimir en su cargo.
Sumado a esto, mientras su popularidad se circunscribía al territorio bonaerense, en el litoral surgía un caudillo quien, como estratega de guerra, encontraba la victoria en sus batallas y como gobernador de la Provincia, establecía un modelo de Estado benefactor que promovía la educación y la cultura; el desarrollo agrícola e industrial y el crecimiento económico regional a través del progreso y los adelantos tecnológicos de la época. Sus acciones fueron advertidas por sus contemporáneos quienes exaltaban su figura encontrando en Justo José de Urquiza una oportunidad para derrocar al despotismo. No obstante, ante las adhesiones y rumores de reconocimiento en la Buenos Aires, su hijo Diógenes, le sugería prudencia en aras de preservar el proyecto constitucional: “Para que estos resultados sean seguros, para conseguirlos sin que los pueblos argentinos se ensangrienten, es necesario calma, calma y siempre calma” (en Domínguez Soler, 2001: 74).
Siguiendo al profesor Manuel Macchi (1976), se vislumbra la confianza que el General depositaba en sus colaboradores, aglutinando opiniones y buscándolas, principalmente, en los grandes momentos “en que se jugaban los destinos nacionales” (Macchi, 1976: s/p). Efectivamente, cuenta en sus memorias el joven secretario político de Urquiza, el Dr. Seguí, que transcurría el mes de abril y en la ciudad se celebraban unas carreras de caballos que habían congregado, casualmente, a varios jefes entrerrianos y correntinos:
En una de esas noches invité al General Urquiza a seguir la serenata y dándome el brazo marchamos entre la ciudad a recorrer algunas calles del Uruguay. En cada bocacalle deteníase la música y una mitad de tiradores hacia una descarga. Aprovechando aquella oportunidad inicié algunos vivas diferentes de los acostumbrados en reuniones análogas (…) Poco a poco mis vivas eran más significativos y la población que nos acompañaba se iba enardeciendo y el entusiasmo aumentaba por grados ¡Mueran los enemigos de la organización nacional! Dije y todos me rodearon para preguntarme qué había ¡Muera el traidor al Pacto federal de 1831! Y ya no quedó duda de que el blanco era Rosas. El general Urquiza me dijo en voz baja: “No me comprometa. Mire que si Rosas me lo pide tendré que mandárselo” … Comprendí que el General estaba convencido y para no dejar escapar la ocasión esforcé mi vos y lancé la exclamación siguiente: ¡Muera el tirano Juan Manuel de Rosas! Lo que sucedió en ese momento no puede describirse. La multitud se lanzó hacia el General y levantándolo en peso, exhaló un grito uniforme, sonoro y prolongado: ¡Muera el tirano Rosas! Las lágrimas corrían de todos los ojos. El General, que también lloraba, fue llevado en triunfo hasta la Comandancia y luego hasta su casa” (en Vázquez, 1973: 58).
En homenaje a la fecha patria que unía a todos los argentinos, la proclama estaba prevista para leerse el mismo 25 de mayo pero las acciones se adelantaron previendo que las mismas pudieran ser interceptadas por Rosas. Motivo por el cual, el 1 de mayo de 1851 se tocaron dianas en San José a las cuatro de la mañana y partieron a Concepción del Uruguay los cuerpos militares seguidos por Urquiza. Aunque algunos estudios atribuyen al mismo Seguí la lectura del bando al pie de la pirámide del caudillo entrerriano, Pancho Ramírez, fue Pascual Calvento quien hacia 1915, les contó a un grupo de estudiantes que aquella proeza pasada que signó el futuro de nuestra nación había sido proclamada por él mismo:
Entré a la Plaza Ramírez escoltado por un batallón de artillería, a cuya cabeza iban tambores y clarines. La noticia del pronunciamiento se había difundido por todo el pueblo que estaba reunido en enorme número en el centro, ahí al lado de la columna. Cuando llegamos allí, frente al Colegio Nacional, los clarines hicieron un toque acompañado de un redoble de tambores. El silencio que precedió era tremendo. El abanderado levantó tan alto como pudo la bandera argentina y entonces, en medio de un silencio impresionante, empecé a leer el bando. El momento que siguió yo no lo puedo describir. Hombres y mujeres se abrazaban llorando, vivas atronadores a Urquiza y a su ejercito y mueras al Tirano (…) El que vio eso ya se podía morir, porque nunca volvería a ver otra cosa parecida” (en Vázquez, 1973: 59).
Luego del Pronunciamiento, el combate era inevitable. De inmediato se comenzó con la organización de fuerzas militares, se firmaron alianzas y se dio inicio a la Campaña de Ejército Grande. Se emprendió la marcha que, por momentos, adquirió ribetes de proeza como lo fue el cruce del Río Paraná por un ejército de 28.000 hombres y 55.000 caballos.
El 3 de febrero de 1852, en el paraje denominado Palomar de Monte Caseros, se enfrentaron el ejército de Rosas y Urquiza en una batalla singular, pues, pese a ser las dos fuerzas militares más numerosas vistas hasta ese momento, la Batalla fue de sólo de tres horas de duración y con muy pocas bajas.
El triunfo militar del 3 de febrero fructificó en el Acuerdo de San Nicolás, que posibilitó la reunión del Congreso Nacional en la ciudad de Santa Fe. En ese mismo año, con ánimos de impedir la organización nacional, las tropas del gobierno porteño desembarcaron en nuestra ciudad. Subestimaron el valor, el coraje y la convicción de un pueblo pero lo conocieron –o lo padecieron- en esa histórica y heroica jornada en la que por las angostas y polvorientas calles de nuestra ciudad huyeron invasores despavoridos, dejando en el camino de huida muertos y heridos, prisioneros y fusiles pero se había salvado mucho más que una ciudad.
El 24 de noviembre de 1852, el Congreso Constituyente designa una comisión de personalidades con experiencia y de extensa trayectoria para la tan anhelada tarea de redactar la carta magna. No obstante, resulta necesario destacar también la importancia que tuvo Juan Bautista Alberdi quien, desde Valparaíso donde se encontraba exiliado, envió al caudillo entrerriano un libro de su autoría: Bases y puntos de partida para la organización política de la república Argentina. Según sus palabras, lo hizo:
Reconociendo que la riqueza es un medio, no un fin, la Constitución argentina propende por el espíritu de sus disposiciones económicas, no tanto a que la riqueza se agrande, como que sea bien distribuida, bien nivelada y repartida; porque sólo así es nacional, sólo así es digna del favor de la Constitución, que tiene por destino el bien y prosperidad de los habitantes que forman el pueblo argentino, no de una parte con exclusión de la otra.
La Constitución fue sancionada el 1 de mayo, promulgada el 25 de mayo y jurada el 9 de julio de 1853. El 5 de marzo del siguiente año, el General Urquiza asume como nuestro primer presidente constitucional. La carta magna confirió una base sólida sobre la cual establecer un plan de gobierno capaz de garantizar el estado de bienestar “para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino” (Constitución de la Nación Argentina, 1994). Fue en este periodo que se propició un significativo desarrollo económico y financiero, pero también desarrollo educativo y cultural.
Por su parte, el Congreso legislativo sancionó 292 leyes entre las cuales se permite nacionalizar la Universidad de Córdoba y el Colegio de Montserrat. Sin dudas, la jerarquización de la educación fue una de las mayores obras de Urquiza. En palabras de Manuel Macchi (1979), el Colegio del Uruguay, fundado en 1849 por el General Urquiza, albergaba ciento de jóvenes que provenían de distintas partes del país, por lo que en ese crisol de juventud, también se pergeñaba la unidad nacional. El fomento a la educación también fue garantizado por un incipiente mecanismo de incentivo al estudio a través del otorgamiento de becas para cada provincia y el interés por unificar el sistema de enseñanza primaria en toda la Confederación.
Con proyección histórica, podemos afirmar junto a Enrique Arturo Sampay que la Constitución de 1853 fue democrática y progresista y, agregamos, su elasticidad le permitió las reformas de los años 1860, 1866, 1898, 1957 y 1994 para incorporar leyes que promuevan el bienestar general del pueblo argentino y “que legitimara la intervención del Estado en la economía con vistas a satisfacer los intereses populares” (Sampay, 1975: 66). Al respecto, el Artículo 14 de la Constitución Nacional instituye nuestros derechos civiles cuando indica que:
Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender.
Fue esta flexibilidad la que permitió que en 1957 se haya incorporado el Artículo 14 bis que, en la conmemoración del 1 de mayo, día internacional del trabajador cobra un especial sentido al establecer que:
El trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador: condiciones dignas y equitativas de labor, jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección; protección contra el despido arbitrario; estabilidad del empleado público; organización sindical libre y democrática, reconocida por la simple inscripción en un registro especial.
Queda garantizado a los gremios: concertar convenios colectivos de trabajo; recurrir a la conciliación y al arbitraje; el derecho de huelga. Los representantes gremiales gozarán de las garantías necesarias para el cumplimiento de su gestión sindical y las relacionadas con la estabilidad de su empleo.
El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En especial, la ley establecerá: el seguro social obligatorio, que estará a cargo de entidades nacionales o provinciales con autonomía financiera y económica, administradas por los interesados con participación del Estado, sin que pueda existir superposición de aportes; jubilaciones y pensiones móviles; la protección integral de la familia; la defensa del bien de familia; la compensación económica familiar y el acceso a una vivienda digna.
La historia es un diálogo permanente entre el pasado y el presente. Recuperar los mensajes, interpretarlos y mantener viva la memoria, nos permite transitar con mayor firmeza el camino hacia el futuro. No obstante, en palabras de Walter Benjamín, las imágenes de la historia se tornan legibles a través de un procedimiento de montaje en el que el acontecimiento histórico, tal cristal permite ver una época y “lo que ha sido se une como un relámpago al ahora en una constelación”. A 171 años de su sanción, nuestro presente clama para que abramos los ojos ante la historia y no claudiquemos a los sueños de quienes idearon la unión nacional bajo una Constitución, con una forma de gobierno: representativa, republicana y federal.
Muchas gracias
Bibliografía
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Vazquez, J. (1973). “El Pronunciamiento en Concepción del Uruguay”. En Revista de Historia Entrerriana, N°7, pág. 58-62.