La sensación extendida en la noche de este domingo (redes, foros y, notable, los propios medios de la oposición) es que Sergio Massa resultó el ganador indiscutido, inapelable. No fue, esta vez, cosa de que la cuestión en los debates es, primero, no perder. El candidato de Unión por la Patria venció por goleada.

En el terreno de las impresiones, pasando a metáforas boxísticas, directamente fue nocaut. Uno habló como Presidente y el otro como mero panelista televisivo, encima inconexo y dubitativo hasta el punto de quedarse sin palabras nada menos que en la discusión sobre Seguridad.

El primer bloque temático de tres tipos de abordaje fue decisivo, y fundamentalmente en el área de Economía. Massa arrinconó a Javier Milei con el ya meme “por sí o por no”, y lo llevó a que gastara todo su tiempo a la defensiva. A partir de ahí, sólo era asunto de que Massa conservara esa ventaja inicial, enorme, pero la distancia se acentuó.

Sorprende, en alguna medida y aunque podía preverse que pasara lo que pasó porque la diferencia en capacidad de oratoria es grandísima, la falta de preparación absoluta de Milei en aspectos elementales. Ni siquiera supo responder sobre tópicos elementales de relaciones externas, funcionamiento administrativo del Estado, diferencias entre Fuerzas Armadas y de Seguridad, y así de corrido. Fue tal la primacía que, incluso, no se reparó en que Salud (que compartía bloque con Educación) no tuvo una sola mención.

Después, y además, en el campo de lo propositivo se replicó la ventaja abismal a favor de Massa, quien mirando fijo a cámara usó su tiempo para detallar medidas concretas. Milei no pudo expresar absolutamente ninguna idea. También asombra, en este sentido, que el falso libertario no se haya preparado con algún desarrollo aunque fuere recitado de memoria. Repitamos, por fuera de consideraciones ideológicas: a un lado, un profesional del poder; al otro, un amateur que ni apenas mostró garra.

Pueden dársele muchas vueltas pero, aun contemplando lo decisivo o influyente del debate de este domingo, no hay demasiado más que decir acerca de lo puesto en juego en la elección. U opción. En cualquier caso, se trata de cómo se milita, activa, procede, para salvar a esta cuarentona tan vigente como enclenque y que, de verdad, se encuentra amenazada.

Acerca de lo propositivo, cabe preguntarse si tuvo o tiene un rol determinante en la voluntad general y no ya en torno a lo que sucedió anoche.

¿Acaso alguien o una mayoría votó o votará a Massa más por sus planteos a futuro que por evitar al desencajado y ahora desganado? ¿O más por el estado actual de la economía que por salvarse a toda costa del peligro inmensamente mayor?

¿Acaso los votos a Bullrich significaron disculparla por los trabalenguas de propuestas que nunca pudo resolver, más que por representar al gorilismo explícito y siempre vigente?

¿Y acaso los votos a Milei son en función de apoyar al contenido, cuando tantos o la mayoría de sus propios votantes, apenas se punzan, están en contra de arancelar la salud y educación públicas, del tráfico legal de armas y órganos, de reivindicar la dictadura, de privatizar el mar, las ballenas y hasta el aire que se respira?

El debate previo al de anoche, el miércoles pasado, fue una exhibición de que lo que está en juego es grave. Volveremos sobre ese adjetivo dentro de pocas líneas.

Debería ser intolerable que el análisis haya pasado por si fue más fuerte la capacidad argumentativa de Agustín Rossi que la enfática de Victoria Villarruel, o al revés. Ya pocos o nadie se acordarán de ese cruce, que frente al de anoche parece haber sucedido hace un siglo.

La candidata a vice de Milei dijo sin rodeos que el plan de dolarización será en base al ahorro de los argentinos. Es decir, lo elemental que ya advirtieron referentes y equipos del macrismo acerca de confiscación de depósitos, Plan Bonex redivivo al estilo menemista y delicatessen por el estilo. Habrá preocupado circunstancialmente al patrón Mauricio, pero no mucho porque lo importante es si Villarruel ganó en “el énfasis”.

Y habrán alcanzado el éxtasis con la apología del genocida Juan Daniel Amelong, de quien la candidata reclamó liberación pese a sus cinco condenas por secuestros, asesinatos y torturas durante la última dictadura, más su casaquinta familiar para que funcionara un campo de concentración. De nuevo: lo trascendente sería que Villarruel lo dijo con convicción, y no la monstruosidad de que lo haya dicho sin que se les moviera un pelo, siquiera, a propagandistas de Milei que otrora (a la vuelta de la esquina, al comienzo de la salida dictatorial y hasta bien entrado el menemismo) posaban de progres, de alfonsinistas, de izquierda socialdemócrata.

Y vamos, ahora sí, al calificativo “grave” -o símiles- que tiene lo que está en danza el próximo domingo.

La definición fácil es que, si gana Milei, corre peligro la democracia. Como tal, a secas.

No estamos de acuerdo con eso en su sentido estricto.

La democracia argentina, sus reaseguros formales, el funcionamiento de las instituciones, o como prefiera denominárselo, han demostrado fortaleza en estos 40 años. No hablamos, por supuesto, de un “sistema” ecuánime y varias veces ni siquiera reparador de las injusticias sociales, sino de su capacidad para sostenerse.

Las crisis económicas, recurrentes, y al contrario de lo ocurrido en casi toda o buena parte de la región latinoamericana, no derivaron en crisis políticas de apariencia o concreción insalvable. No vivimos de golpe en golpe parlamentario, de renuncias a máximo nivel ejecutivo, de clima de anarquía dirigencial. No hubo ni habrá inquietud por el papel de los militares, ni por alguna fuerza trumpista o bolsonarista -o sea, digamos- que tenga detrás una estructura tal como para poner en riesgo aspectos de raíz demoliberal.

Sí hay lo que el profesor, economista y politólogo Pablo Tigani definió muy bien en el Cash de este domingo. Milei (y su alianza de último momento con Macri) representa la síntesis de dos roles que coquetearon frecuentemente en la historia argentina: economistas tecnócratas y políticos autoritarios. “Milei tiene por detrás una larga casta de expertos en agotar a la industria, endeudar al país y destruir los salarios”.

Pero es cierto, en cuanto a la convivencia democrática, que si gana Milei habrá un clima crecientemente irrespirable, con los microfascismos cotidianos a flor de piel de quienes se sentirán habilitados a agredir; con sus periodistas a la cabeza; con sus inconsciencias de clase; con sus individualismos execrables; con sus odios de piojo resucitado contra la negrada que vive de los planes, y contra nosotros los ciudadanos que pagamos los impuestos; y contra la chorra en cuya gestión ganaron más plata que nunca o pudieron tener alguna perspectiva de mejorar un poco.

Por más que parezca o sea cortoplacista, ya habrá tiempo de embroncarse porque Massa puede ser otro chanta capaz de “traicionar” o recular, de sumar sapos, de ajustar hacia abajo. Ya se vendrá que su gabinete inicial será fusible, porque el sacudón “estabilizador” de los primeros tiempos es inevitable. Ya acontecerá discutir cómo se sale del cepo tenebroso del Fondo Monetario en que nos metió Macri, que es Milei.

Y cuando pase, no tendrá que haber arrepentimiento, como no debiera haberlo por haber votado a Alberto Fernández en contra de que siguiera lo que ahora es Milei, que es Macri.

No es momento para ambigüedades.

Pechos fríos afuera, en nombre de no incubar huevos de serpientes.