por Angel Harman –
A mediados del siglo XIX vivían en Concepción del Uruguay varias familias de origen africano (unas 160 personas), la mayoría de las cuales tenían sus viviendas en los cuarteles 3º y 4º, es decir, la zona sureste de la ciudad. Otros habitaban en las casas de sus patrones; entre ellos doce, en condición de esclavos.
En el cuarto cuartel, a pocas cuadras hacia el este de la plaza “General Francisco Ramírez”, vivía la familia de Melchor Ríos, africano, de 50 años de edad y de profesión carnicero. Estaba casado con Ana María Espino, también africana, de edad de 40 años. El hijo de esta pareja se llamaba Trifón Ríos, quien en 1849 contaba con 20 años.
Años después, Trifón Ríos, que había quedado manco a raíz de una herida que había recibido en la batalla de Caseros, fue recompensado con un empleo como portero del “Colegio del Uruguay”.
Hacia 1857, sólo había casas de material hasta una cuadra de la plaza. De allí hacia el sudeste, apenas había unos ranchos “habitados por gente de color, que constituían la cuarta parte de la población”.
“Los varones adultos todos eran soldados del famoso batallón ‘Urquiza’, el más leal y guapo –que se dice- habían tenido –recordaba tiempo después el ex alumno Luis Aráoz, oriundo de Tucumán. Más al Sur, (donde está hoy la Escuela Normal de Profesores), era mayor el rancherío. Los sábados no se oraba, por los gritos al son de tamboriles de los negros, que pasaban toda la noche bailando candombe. Había bastantes africanos viejos”. Estas reuniones se efectuaban “en la propiedad de la familia de los morenos Ríos”. Allí se reunía mucha gente de color en los candombes de los días Sábado, Los gritos al toque de tamboriles se oían claramente desde el Colegio”.
¿Qué ha quedado de los aspectos culturales que expresaban aquellas familias africanas y afrodescendientes? No lo sabemos. Pero cuando vivíamos en Concepción del Uruguay, cada tanto, durante el atardecer, se podía oír el son de tambores que desde los barrios del sur llegaban hasta el centro de la ciudad. Entonces, imaginábamos que quizás los descendientes o los nietos de sus vecinos, habían aprendido el legado sonoro de sus antepasados.
A. H.
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 8/2/2023