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Apuntes de sábado: Un cuaderno inmigrante

 

Por Susy Quinteros  –   

 

Un cuaderno inmigrante

 

 En un atril de tiempo

cuelgo esta historia

de carnaduras y sustancias

acaso para que hoy, en este siglo,

sea yo razón, mirada,

herencia abismal y verbo largo

 

Mi abuela Alba  nació en la Padova del Véneto, al norte de Italia. “La sobria del norte”, la llamaban. Estaba a treinta y ocho kilómetros de Venecia, fundada por el Troyano Antenor. Por sus claustros conversaron Petrarca y Galileo y el Giotto pintaba a Jesús en la capilla de los Scrovenzini. Eran tiempos de una Italia que llevaba el socialismo en los emblemas, pero sufrían las azadas, el pico y los pesebres.Las cosechas titubeaban, había pobreza y desatino, luchaban poderosos con los menos, desiguales fuerzas abatían.

Ante esa realidad, ella caminó doce kilómetros hasta la iglesia Bizantina donde San Antonio el santo portugués atraía peregrinos, enfermos, pecadores, marinos, desahuciados. El gran predicador, franciscano devoto bendecía cosechas y animales, encontraba al perdido, hacía fértil lo infértil. Con  esperanza inclinó sus dieciocho años a los pies del santo pidiendo a la divina providencia por ella, sus hermanos y sus padres.

Un día de 1898 la familia Lazzarini marchó al destierro con la fe puesta en las propias fuerzas y el deseo de hallar mejor futuro.- “¡No olviden los plumones, el reloj de pared, las semillas, los pañuelos de luto, el rosario!¡No olviden los cuadros de los santos, los misales, los zuecos, las medias de lana!¡No olviden amor en los roperos, las pastas del domingo, las mesas de buen vino, las misas para el rezo!! No olviden esta tierra que dejamos con pena ¡- exclamaban-  llenando valijas y canastos.

Zarparon en octubre, se expatriaron llorando. Los llevaba un océano que jamás habían visto. Atrás quedaba el idioma, las primeras letras de la escuela, las cruces de los muertos. Cargadas las bodegas de “El Sirio”, el gran transatlántico a vapor navegó por la ruta inmigrante de Génova a la América del sur. Transportaba ochenta pasajeros en primera, cuarenta en la segunda y mil ciento sesenta en la tercera. Para la mayoría el destino final fue Argentina, pero ellos quedaron en Brasil. El Estado elegido entre Paraná y Río Grande Do Sul fue Santa Catarina. Se establecieron en Marcelino Ramos, una pequeña ciudad de Porto Alegre. Brasil era el país más grande de Sudamérica. Un universo desmedido agobiaba los sentidos. La férrea política imperial del presidente Don Pedro otorgaba  20 hectáreas para – “poblar la tierra y hacerla producir”.

Los italianos pusieron  un trozo de Europa en Embaú, Garopaba, Praia de Rosa, Bombinhas, Blumenau. Ofrecíeron días de trabajo, noches de canto y candomblé. Una música zumbona y cadenciosa escapaba del acordeón de dos hileras con polkas y schottís. Gerónimo Gonçalvez D’Acevedo enamoró a la italiana. A los veinte era hombre de chaleco, faja negra, bigote y medalla militar. Chapoteando italiano desmigó su amor y encendió los ojos celestes de mi abuela. Dos hijos llegaron con urgencia. Trabajaron volteando la espalda en la escasez pero sin llenar el monedero. La tarea era ardua y con pocos beneficios.

Uno de sus compadres, Pablo Landi y su familia, habían seguido la ruta hacia Argentina. Ya establecidos, enviaban cartas que decían: –“la mirada se pierde en estos campos donde el lino se espeja en cielos claros y el agua se encuentra sin buscar. Les compré un campito al norte de los míos, setenta hectáreas de siembra y pastoreo. Vengan pronto, acá todo es pacífico y humano”           

Otra vez el puerto, los baúles, el retrato del santo, la ropa dobladita de promesas, los manteles. Alba llevaba en su cuerpo el buen augurio de ser madre por tercera vez. La europea de América Latina, Buenos Aires, era capital del  progreso. Gobernada por Julio Argentino Roca, el sagaz tucumano, estimulaba la entrada de inmigrantes. El país se movía por vías de trenes  y jefes de estación con traje gris. Entre silbos de locomotoras y corolas de vapor vieron pasar siestas de humildes caseríos al costado de extensas llanuras. Muy lejos, un punto en la red mostró un nombre: Concepción del Uruguay.

Y todo volvió a comenzar en esta tierra.

 

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 30/3/2024

 

 

 

 

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