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Apostar por la venganza siempre será perder

El derecho de contragolpear frente a un daño, nunca logrará que nos sintamos mejor

Hay personas que en lugar de dar vuelta la página tras una decepción, un rechazo o una injusticia, alimentan el odio hasta planificar una forma de devolver el golpe. Lejos de controlar la ira o hacer uso de adecuados mecanismos de regulación, permiten que el malestar se cronifique. Es la experiencia de muchos; esa «sed de venganza» que aparece cuando nos hacen daño. Es casi inevitable el deseo del mal también para el otro.

Hay actos que, evidentemente, necesitan de un tipo de respuesta. Pero es peligroso, ya que la venganza puede actuar en ciertas personas como un mecanismo claramente agresivo y brutal. «Adiós, bondad, humanidad y gratitud… Adiós, todos los sentimientos que ennoblecen el alma. He querido ocupar el puesto de la providencia para recompensar a los buenos. Ahora cédame el suyo el dios de las venganzas para castigar a los malvados», decía Alejandro Dumas en El conde de Montecristo, demostrándonos que la venganza puede esperar años para verse ejecutada.

El desencadenante, en la mayoría de los casos, parece ser la sensación angustiante del rechazo. Se rompe el sentimiento de seguridad y de confianza que teníamos sobre algo o alguien, y al instante, surgen el temor, la rabia y el impulso de exigir algún castigo ante la afrenta sufrida. Hay perfiles caracterizados por esa necesidad casi constante de hacer pagar al resto lo que ellos consideran «injusticias». Responden casi siempre a un mismo patrón: personas narcisistas, inseguras, con baja regulación emocional, nula capacidad para perdonar y ausencia de empatía. Creen disponer de la verdad absoluta y universal; son la ley y la justicia, ni perdonan ni olvidan. El novelista húngaro Sándor Marái afirmaba: «Quien busca justicia con demasiado empeño y dedicación, en realidad parece no buscar justicia, sino venganza».

El objetivo de la venganza es hacer sufrir al agresor. Creemos que, de esa manera, nos sentiremos mejor y que el dolor del otro aliviará nuestras penas. A pesar del consenso popular de que, en principio, «la venganza es dulce», su búsqueda rara vez es satisfactoria; a menudo, deja al vengador más infeliz que antes. En vez de apagar la hostilidad, la venganza puede prolongar lo desagradable de la infracción original. Y entonces ofrecerá su sabor agridulce.

«La venganza es un platillo que se sirve frío», dice el refrán popular. Sin embargo, la venganza no es más que la  evidencia de heridas sangrantes que muestran nuestra debilidad. El derecho de contragolpear frente a un daño, nunca logrará que nos sintamos mejor. Porque esa acción no soluciona las cosas, las empeora. Confucio reflexionaba: «Antes de embarcarte en el viaje de la venganza, cava dos tumbas». Una es para la persona de la que nos vamos a vengar y la otra, para nosotros mismos. Apostar por la venganza, siempre es perder. No importa si el platillo se sirve frío o caliente, nos terminará cayendo pesado.

Fuente: Baenegocios

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