Por Clelia Vallejo –
Cuando vemos la propaganda de beneficios para familias jóvenes, las imágenes son de personas sonrientes, bien vestidas, generalmente rubias, con niños hermosos…todo es bello. Sin embargo existe otra realidad que no se promociona en la televisión ni se la incluye en un crédito o beneficio para una “familia joven”: a esa realidad la vemos en las calles.
Eran alrededor de las 21:00 horas del jueves, cuando una de esas “postales ciudadanas” me recibió de lleno en una calle de la ciudad. Todavía el calor era sofocante. Él con su mano derecha empujaba un “carrito cartonero” y con la izquierda tomaba la mano de ella. Ambos jóvenes, delgados, piel y cabellos oscuros, ella con una cola de caballo, tirante (para evitar el calor), iniciaban su noche de trabajo: juntar cartones y todo lo que se pueda para vender.
Obviamente la odiosa comparación vino a mi mente: la familia de la televisión, sonriente, maquillada, con su casa nueva detrás; ellos, oscuros, con la incertidumbre de si podrán conseguir algo o no, solo sostenidos, evidentemente por un sentimiento mutuo: lo gritaban sus manos enlazadas.
Son la primera pareja que vi ir a “cartonear” de la mano. Me invadió la ternura y secretamente oré por ellos, por ese sentimiento, para que no los abandone. Porque en una vida tan dura, seguramente en un rancho de chapa ardiente en el verano y helado en invierno; en la incertidumbre del hambre, solo Dios puede proteger algo tan hermoso como el amor.
Hay un dicho que nos aporta la sabiduría popular: “Contigo pan y cebolla”, para estos jóvenes ni siquiera pan y cebolla: hambre y cartón, hasta que alguien se ocupe de ellos y los considere también “familia joven”.
(fuente: La Calle)