Confidencias de un saxofonista
Soy Adrián Nudel, saxofonista, cumplí cincuenta y ocho años, tengo una mujer, tres hijos, vivo en Buenos Aires. Toco en algunas orquestas, fumo dos atados de cigarrillos por día y me doy ánimos con varias copas cada noche. Soy sentimental, mi hobby son los fierros y nunca pude vivir sin música. Me gustan el campo, los olores de la ciudad cuando amanece, la charla de los amigos, cocinar, cepillar mi viejo smoking de la TV.
Desde hace un tiempo tengo un extraño en mi mente Estaba agazapado, esperando, haciendo burlas mordaces, mientras yo lograba una buena nota o me aplaudían, y recibía la palmada de los bien en la espalda. Era como hacer un balance que no daba negativo pero tampoco positivo, como estar y no estar. Me sentía infeliz, sí, de eso me acuerdo. Descubrí que no estaba contento, que nada me producía verdadero placer, salvo mi viejo saxo que aún lustraba y envolvía con un paño de fieltro verde, arropándolo con esa ternura de la mutua compañía.
Un tarde, ya casi anochecer, me senté bajo el único árbol grande de la plaza. Era un plátano frondoso, similar a los que en mi pueblo flanqueaban la calle que lleva al río.
Volví a sentir la fuerza del sol y la urgencia de llegar al balneario para sentir la frescura del agua. Apreté el cigarrillo hasta apagarlo. Un irrefrenable deseo se apoderé de mi, quise ser otra vez el muchachito rubio, flaco y desgarbado que hacía música los domingos en la confitería frente a la plaza, y alejar a la opresión instalada en mi cabeza. No quería regresar al departamento, a esa casa ocupada. Si, ese día exactamente apareció el extraño y ocupó mi cabeza quizás para siempre. Sonrió pensando en esa jugarreta, sutil venganza que dejaba afuera por fin al perseguidor, al ultrajante extraño, y volvió a ser el músico de la confitería pueblerina que tocaba el saxo en el grupo Arco iris y las noches quedaban junto al sopor de la luna en un río vencido por la voz que decía: Muchacha voz de gorrión, ojos de papel, adónde vas, quédate hasta el día…
SusyQ