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EL 20 de diciembre de 1956 muere, en Belem do Pará (Brasil), quien fuera el mejor ministro de salud de la Nación, el Dr. Ramón Carrillo

Prestigioso médico neurólogo comprometido desde sus orígenes con el peronismo, primer ministro de Salud Pública de la Nación, creó un revolucionario y eficiente sistema de salud pública lamentablemente destruido por los gobiernos posteriores y que jamás pudo reconstruirse. Fue autor de una valiosa y perdurable obra titulada Teoría del Hospital (1951), donde expresa: “Los problemas de la medicina, como rama del Estado, no podrán ser resueltos si la política sanitaria no está respaldada por una política social. Del mismo modo que no puede existir una política social sin una economía organizada en beneficio de la mayoría”.  Ramón Carrillo había nacido en Santiago del Estero.
Su gestión y su conducta fueron sometidas a las comisiones investigadoras creadas por el movimiento de 1955, fraguándose una acusación por ¡comercio ilegal de naftas! Se entera de que le han sido confiscadas sus dos propiedades, sus cuadros y sus libros. Sus hermanas Carmen y Antonia asumen su defensa, demuestran la legitimidad de su pequeño patrimonio. Sin embargo, sus bienes permanecerán interdictos durante diez años, como los de su esposa a pesar de ser bienes propios. Estos hechos lo derrumban moralmente.
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CARTA QUE LE ESCRIBE A UN AMIGO
La carta, de fecha 6 de setiembre de 1956, dice:
“No sé cuánto tiempo más voy a vivir,… pero quiero nombrarte albacea de mi buen nombre y honor. Quiero que no dudes de mi honradez, pues puedes poner las manos en el fuego por mí. He vivido galgueando y si examinas mi declaración de bienes y mi presentación a la comisión, encontrarás la clave de muchas cosas. Vos mismo intuiste con certeza lo que pasaba en mí y me ofreciste unos pesos. Por pudor siempre oculté mis angustias económicas, pero nunca recurrí a ningún procedimiento ilícito, que estaba a mi alcance y no lo hice por congénita configuración moral y mental. Eran cosas que mi espíritu no podía superar. Ahora vivo en la mayor pobreza, mayor de la que nadie puede imaginar y sobrevivo gracias a la caridad de un amigo. Por orgullo no puedo exhibir mi miseria a nadie, ni a mi familia, pero sí a un hermano como vos, que conociéndome puedas comprenderme. No tengo la certeza de que algún día alcance a defenderme solo, pero, en todo caso, si yo desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre mi gigantesco esfuerzo donde dejé mi vida. Esa obra debe ser reconocida y yo no puedo pasar a la historia como malversador y ladrón de nafta; a mí, poco a poco se me han cerrado todas las puertas y no pasa un día en que no reciba un golpe… He aceptado todo con la resignación que me es característica… Te pido que, llegado el caso, te hagas cargo de mi defensa y mi reivindicación moral, si yo no pudiera hacerlo por mí mismo”.
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El 28 de noviembre de 1956 sufre una hemorragia cerebro-vascular, falleciendo el 20 de diciembre de 1956.
En el caso de Carrillo, el odio con que procede la clase dominante resulta insólito. No sólo silencia la obra realizada, no sólo ignora sus libros sino que decreta el exilio de su cadáver. Ante la intención de sus familiares de retornar sus restos al país, el gobierno de Aramburu lo prohíbe y recién lo autorizan, en 1972, bajo el gobierno de Lanusse.
(Fuente: Pensamiento Discepoliano)
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 21/12/2020

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