Por Susy Quinteros –
Tiene diecisiete años, orfandad de padre, riberas limpias. Es moreno, alto y delgado. No camina, vuela, fulgura su mirada con presagios de mundos palpitantes y fotografías de una ciudad vivaz que le ofrece luz en bandejas silvestres. Todo descubre, recorre y aprisiona. Por las noches, un sonambulismo de palabras le habita el corazón con la poética maravilla de enlazar palabras. Espeja sus ojos en tapas de libros y dibuja en la sangre secretas verdades. Eternizan sus manos la extrema levedad de cada brizna y la fuerza vital de una naturaleza está en los extremos de todo lo que existe. Nunca habrán de abandonarlo las palomas, viejos barcos, una taza de amor, cucharitas de plata, el olor del vino, y un pasaje de avión. Su retina lleva una predestinación simbólica de alas, cementerios y museos. Se nutre de fábulas apasionadas y augurios de aplausos. Siempre tendrá un río con asombros de peces, filigranas de sauces y marasmos de agua. Las lluvias columpian en su cuerpo inciertas mudanzas de futuro.
