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17 de Noviembre de 1972: cómo viví el primer Día de la Militancia

por Rodolfo Oscar Negri     –     

Habíamos salido un día antes. Estaba todo organizado. Iríamos en grupos y dentro de los grupos, por parejas.

Los varones, mas fuertes y ligeros, debían cuidar y proteger a las mujeres.

Ante cualquier eventualidad, desde el festejo hasta caer preso, debían ir juntos. Siempre juntos.

Vos venías conmigo. Yo había tenido algo que ver en la decisión. No lo sabía, pero estaba enamorado.

La cita era Turderas. El objetivo Ezeiza.

El gobierno había advertido contra desmanes, había prohibido toda manifestación pública, había Estado de Sitio y el Ejercito patrullaba todo.

No nos importaba. Armados de una naranja, pastillas y un paquete de Criollitas íbamos a construir otro 17 de Octubre. Sí, como aquel de 1945, casi treinta años después.

Cuando nos reunimos en la estación de Turderas, no lo podíamos creer. Eramos mas de diez mil jóvenes, contentos, felices y asustados. El número da valor. Ibamos a ser protagonistas de la historia.

Las radios con sus noticias y advertencias, empalidecían ante los fogones improvisados, donde las guitarras y los cantos hablaban de un mundo mejor.

Todo Turderas estaba con nosotros. Los comerciantes nos regalaban alimentos, los ferroviarios nos permitieron utilizar los vagones para dormir. ¿Dormir? ¿Quién podía dormir? Si estabamos a un paso de cambiarlo todo.

El calor –para lo que íbamos preparados- se transformó en lluvia.

A las 4 de la mañana salimos rumbo a la pista de Ezeiza.

¿El baqueano? ¿Cómo se llamaba el baqueano? No recuerdo, pero había estudiado Derecho Civil conmigo y decía (nunca le había creído, hasta entonces) que conocía la zona como la palma de su mano.

Todas eran precauciones. Cruzar las avenidas rápidamente, para que no se detecte nuestro paso. Ir en grupos separados y sin amontonarse. Se elegían caminos con árboles, para que no nos divisaran los helicópteros del Ejército, que permanentemente patrullaban el cielo.

Y vos y yo, siempre de la mano, siempre juntos.

La lluvia era cada vez mas fuerte, y las zapatillas se hundían en el barro. El cansancio se iba haciendo sentir cada vez mas. Pero nadie aflojaba. Nadie decía nada. Como una consigna hecha carne en todos.

Horas, caminata, camino, lluvia, barro, árboles, helicópteros, frío. ¿Sabíamos a donde íbamos?

El gordo (porque nuestro baqueano era para todos «el gordo»)…

¡Ah..! Fonseca. Así se llamaba. El Gordo Fonseca decía que sí, que cada vez estábamos mas cerca.

Tal vez fueran las 10 de la mañana cuando divisamos un camino donde terminaba el sendero por el que transitábamos.

El gordo aseguró: “Desde allí, estamos a 1.000 metros de la cabecera de la pista”.

A metros de llegar a la bifurcación, aparecieron.

Primero fue un tanque de guerra. Yo había hecho la conscripción ese año, así es que todavía distinguía bien los grados militares. Era un teniente. Un joven teniente quien iba al mando del vehículo. El susto que dibujó su rostro fue mayúsculo. No sabía que hacer.

Nosotros le decíamos que íbamos pacíficamente hacia la pista. Que no íbamos a hacer nada malo. Que solamente preparábamos una recepción.

Mientras nos escuchaba, miraba a,  la ahora sí, gruesa columna de mas de 10.000 jóvenes que mojados, cansados y con frío; pero con un espíritu y una motivación trascendente se ponían a cantar el Himno Nacional frente suyo.

Como fondo de nuestra canción, se escuchaban las radios del vehículo, desde donde se pedía desesperadamente ayuda e instrucciones.

Pasó una media hora, en la cual esperábamos parados y alentándonos con canciones.

Seguía lloviznando.

El que “negociaba” todo era Carlitos, a su lado estaba Marcelo. Yo estaba unos metros mas atrás.

Llegamos a charlar, mano a mano, de joven a joven con aquel teniente.

Por algún momento llegue a pensar que lo única diferencia entre los dos era que su uniforme verde oliva estaba seco.

Pero, llegaron mas. Parecían hormigas en época de lluvía. Tres, cinco, no sé cuántos tanques mas…

La orden era desconcentrarse en dos minutos.

Allí a dos pasos del objetivo. Donde pensábamos transformar la vida, había que irse.

Cumplido el plazo, comenzaron a disparar sus armas sobre nuestras cabezas.

El desbande fue total. Comenzamos a correr por los campos, con la lluvia, el barro, el cansancio y ahora –además- los tanques detrás nuestro. Es decir nuestra derrota.

Algunos decían, “No tengan miedo, compañeros, las balas son de goma”.

Yo sabía que el estampido era de munición verdadera.

Vos y yo, seguíamos de la mano. Siempre juntos.

¿Dónde juntarnos? ¿Cómo reunirnos, para sentirnos otra vez fuertes?… ¿Cómo volver..?

En el medio de la carrera, se nos cruzó una vía. Así es que orientándonos hacia donde suponíamos que era el sur, comenzamos a seguirla. Todavía se escuchaban los estampidos de los fusiles a nuestras espaldas.

Debían ser algo mas de las 11, cuando entramos en Monte Grande. Allí lo vimos. En el cielo que comenzaba a abrirse, el avión.

Ese avión que traía el sueño hasta hacía poco imposible, de devolver al General Perón al país. La ilusión, se hacia realidad. Perón “tenía huevos”, era el retruco a la bravuconada del dictador Lanusse. Perón venía a transformar todo. Perón tenía que hacer un país mejor, con justicia social, soberanía, dignidad.

Lo decía la Constitución del 49. La propia doctrina. Y estaba allí. Sobre nuestras cabezas.

La gente salia de sus casas gritando de alegría, se escuchaban radios por todos lados. La lluvia, el sudor y las lágrimas de emoción se confundían en nuestros rostros y en nuestros corazones. Llorábamos. Todos llorábamos.

Algunos bailaban, otros se abrazaban. La vista fija allí, en el cielo. Donde se divisaba el avión.

Ya no importaba nada. Lo teníamos todo…

El cielo, Perón, la lluvia, la emoción, la juventud… y vos.

Vos y yo. Siempre de la mano. Siempre juntos.

 

El cuento está dedicado a Mercedes (compañera de toda la vida) y a mis compañeros de la FURN (Federación Universitaria de la Revolución Nacional, brazo universitario de la JP de La Plata en los años 1966-1973)

(Este texto está incluído en el libro «De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)» de Rodolfo Oscar Negri, editado en 2011)

Esta nota fue publicada por La Ciudad el 17/11/16

 

 

 

 

 

 

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