por Fabián Reato –
Entrerriano de origen, se mudó a la localidad formoseña de El Colorado en la década del ‘70 y allí construyó su vida y su carrera. En 2007 ganó el Premio Emecé, por Teoría del desamparo. Desde entonces sus libros comenzaron a circular y a encontrar lectores. Van Bredam estuvo en Paraná en la Feria del Libro y diálogo con EL DIARIO.
El escritor Orlando Van Bredam nació en Villa San Marcial, departamento Uruguay. Luego de recibirse de profesor de Lengua y Literatura se trasladó a El Colorado, en Formosa, donde desarrolló su carrera académica, formó familia y escribió sus libros. No obstante, siempre que puede, regresa a su Entre Ríos natal.
El escritor, ensayista y docente, estuvo en la Feria del Libro Paraná Lee donde, además de reencontrarse con amigos y lectores, coordinó dos talleres: uno sobre cuento y otro sobre novela. Su presencia en la ciudad fue un buen pretexto para dialogar con él sobre sus libros, los leídos y los escritos, sobre su relación con la provincia, con la región y el habla del litoral.
Como buen entrerriano, Van Bredam lleva la poesía en su ADN y transitó por ese género durante muchos años. Luego, fue desembarcando en la narrativa. Primero, con minificciones, cuentos, hasta llegar a la novela. Se fascinó con el mito del Gauchito Gil e inició una investigación, primero como escéptico observador y luego como uno de los tantos tocados por el milagrero. Así surgió Colgado de los tobillos.
En otro momento, un gigante con pasado de jugador de básquet, luchador de catch, mito sexual y fugaz visitante del sueño americano, le golpeó la puerta para contarle su vida. Así surgió Cuando el mundo se achica, el libro sobre la historia de Jorge González.
También vendrían las novelas Teorías del desamparo, Nada bueno bajo el sol, La mujer sin ombligo y La Música en que flotamos.

Región litoral
“En marzo de 2022 se cumplieron 47 años de mi llegada a Formosa; más que a Formosa debería decir al Noreste argentino, porque una de las características de este lugar es que se piensa en sentido de región. Tiene lazos muy fuertes con Paraguay, con Chaco, con Misiones, con Corrientes. Digamos que ese es el territorio de la imaginación y también de las posibilidades de escribir y ser leído. Pensar en sentido de una región guaranítica, aunque teñida por inmigraciones europeas, y también por la presencia de hablantes de todas las provincias”, prologó, con su voz cadenciosa, antes de decir que “creo que ese fue el primer encanto que encontré en Formosa cuando vine. Que había nativos, pero también muchos que veníamos de otros lugares, como Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero, o Corrientes. Creo que eso hizo que me acostumbrara a convivir con distintas formas de hablar, con los modismos de cada lugar. Estas diversas formas de expresión ayudaron a que uno entienda que no estaba anclado en un lugar determinado, preciso, sino que de alguna manera mi vida se iba a extender en ese lugar, en tanto regresara a Entre Ríos, y en tanto dialogara con escritores y escritoras de la región”.
–Con el paso del tiempo, viviendo en una provincia con una identidad cultural tan fuerte, ¿qué queda de Entre Ríos en tu memoria, en tu habla?
–Quedan muchas cosas, pero fundamentalmente los lugares a los que siempre vuelvo. La memoria le ha dado privilegio a mi infancia, que transcurrió en Villa San Marcial primero, departamento Uruguay; después en Basavilbaso, que es el lugar donde tengo más recuerdos; y toda mi adolescencia y juventud, hasta los 22 años, en Concepción del Uruguay. En esa ciudad recibí mi formación académica, porque ahí me gradué de profesor en Lengua y Literatura. Además, disfruté mucho del clima cultural de Concepción del Uruguay, sobre todo de la vida teatral, de sus librerías, y de la posibilidad de estar permanentemente actualizado. Por su cercanía con Buenos Aires, fue una ciudad que siempre tuvo a mano los libros y la información. Creo que eso fue lo que me llevé de Entre Ríos.
Héctor Izaguirre, mi profesor de Concepción del Uruguay, decía siempre que yo era un poeta entrerriano y un narrador formoseño. Y creo que es verdad. Mi primer gran amor fue la poesía, que la cultivé desde que llegué a Formosa como un método de búsqueda de mi pasado. Por eso mis primeros libros de poemas, Los cielos diferentes, De mi legajo, Asombros y condenas, están teñidos por esa nostalgia. Por momentos son pura nostalgia entrerriana y también tienen que ver con lo perdido, con lo encontrado en algunos momentos. Tienen que ver con la revelación también de nuevos paisajes. Cuando hablo, me sigo reconociendo como entrerriano. Creo que tengo la tonada, el estiramiento propio de las vocales de los entrerrianos.
Cuando estoy algún tiempo en Entre Ríos, eso sigue insistiendo en mí. Es lo que de alguna manera me caracteriza. No creo haberme contagiado de modismos formoseños, que los hay y mucho. Visito frecuentemente Clorinda, y cuando se advierte la entonación guaranítica de esos hablantes la escucho y tomo nota porque me gusta registrar voces diferentes. Y en la medida que lo necesite me gusta también llevarlos a la literatura.
Recurrencias
–¿Cuáles son los autores a los que siempre volvés, los que siempre están a mano en tu biblioteca?
–Cuando me fui de Entre Ríos, uno de los libros que me acompañó y me sigue acompañando es la antología Entre Ríos Cantada, de Luis Alberto Ruíz, un libro de 1958 publicado por la Editorial Claridad, en Buenos Aires. En ese libro, Ruíz reúne las voces más importantes de Entre Ríos de aquel entonces. Están nada menos que Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi, Gervasio Méndez. Obviamente, Olegario Víctor Andrade. Pero también, más cerca en el tiempo de él, Andrés Chabrillón y otros. Entre Ríos Cantada es un libro al que cada tanto regreso. Es una motivación muy fuerte para mí su lectura. En la pandemia lo tuve en la mesa de luz.
También puedo decir que Pablo Neruda sigue siendo mi poeta de referencia; sigo pensando que es el más grande de todos los poetas que ha dado América, como dice Harold Bloom. Lo que reivindico en Neruda es el tono celebratorio, el modo luminoso en el que plantea la poesía, porque en mi caso mi poesía ha sido siempre celebratoria. He evitado usar este género con carácter experimental, y como instrumento filosófico. La poesía en mi caso es un estado de celebración que tiene componentes reconocibles, como es el caso de la poesía de Luis Alberto Ruíz, o la de Juan L. Ortiz, a quien admiro profundamente. Más cerca en el tiempo, las obras completas de Alfredo Veiravé, que están en mi mesa de luz. Lo conocí en Resistencia y tuve con él diálogos muy interesantes y conservo algunas de sus cartas donde me hace alguna crítica piadosa.

Narrativa
–¿Tenés algún género favorito?
–Respecto de los géneros literarios que más frecuento, tanto en la escritura como en la lectura, tendría que pensar en lo que hice en estos últimos casi 50 años. Creo que le dediqué mucho tiempo a la poesía. Creo que entre 1974-75 hasta casi fines de los ‘80 me dediqué solo a leer y a escribir poesía. A partir del ‘89 comienzo a escribir cuentos, y publico dos libros. En el ‘91 aparece Simulacros. Más tarde, en el ’94, La vida te cambia los planes, que es un libro de minificciones; y en el ’96, Las armas que carga el diablo.
Creo que los años ‘90 fueron los del cuento. No es que yo lo elegí, sino que fue así. Obviamente, cuando estoy enamorado de un género literario lo que hago es leer libros sobre ese género. Fue la época en que disfruté de muchísimos cuentos y sobre todo minificciones, que es una forma literaria que me atrajo muchísimo en su momento. Fue todo un descubrimiento.
Con la novela arranco con Colgados de los tobillos, que es una nouvelle que recién se publica en el 2001. Por supuesto, en lo que va del siglo XXI, en estos 22 años, he estado abocado más que nada a la escritura de novelas, uno de los géneros que más me atrae porque tiene la posibilidad de absorber a los otros géneros. La novela, a la manera en que la entendía Cervantes, es un formato que absorbe todos los formatos posibles.
–¿Cuál es el género literario que más frecuentas en la escritura y cuál en la lectura?
–Respecto a la escritura de mis novelas, cada una nació por razones diferentes, por impulsos distintos. Colgado de los tobillos tenía que ver con la historia de Antonio Gil, de la leyenda, tan afincada en Mercedes y después en toda la Argentina. Me había empujado a hacerlo el deseo de conocer realmente la vida de este personaje y todo lo que se decía acerca de él. Creo que aquí animaba un poco la idea de dejar escrito algo que permanecía hasta ese momento en el territorio de la oralidad.
Mientras el mundo se achica, y Colgado de los tobillos son relatos que me fueron a buscar. Yo no los busqué. Si alguien leyó el libro sabe que fue el propio Jorge González, el Gigante, el que llamó a mi casa un día para decirme que quería dejar sus memorias. De eso me ocupé, de grabarlo. Hay seis horas de grabación, previas a la escritura de este libro. Todo lo que buscaba era dar con ese personaje tan desconocido para mí, que era vecino de El Colorado. Un hombre que había crecido desmesuradamente. Llegó a medir 2,34 metros, que había salido del pueblo, que había viajado por el mundo, que había sido un luchador de Ted Turner, que había filmado películas con Pamela Anderson. Y que ahora volvía derrotado por una diabetes y por su enfermedad, la acromegalia. Era tan literario el tema que no me pude negar. Es un libro que me ha dado muchas alegrías.
–Luego, La música en que flotamos, que publicó La Hendija…
–Nace por otras circunstancias. En 2002, cuando cumplo 50 años, surge una especie de crisis que tenía que ver con toda mi vida hasta ese momento. Tuve planteos muy duros, sentía mucha angustia porque había perdido a mi padre hacía unos años, y sentía una gran culpa por no haber buscado las posibilidades de compartir más tiempo con él. Así que La música en que flotamos fue lentamente deslizándose hacia mis recuerdos entrerrianos. De hecho, creo que es la más entrerriana de todas mis novelas, porque ahí reconstruyo mi pasado, junto a mi madre y mi padre y junto a un amor clandestino, que es el centro de la novela.
–¿Te sentís más cómodo con la ficción?
–Hay obras que son puramente ficcionales -como ocurre con Nada bueno bajo el sol, o el último libro El vidente de los días de lluvia- en las que las historias no parecen cercanas. Pero eso no es cierto, porque siempre estamos hablando de lo que conocemos, siempre hay reflejos de la realidad en todo lo que escribimos. Disfruto de todos estos textos porque cuando los estoy escribiendo es porque necesito hacerlo. Nunca escribo si hay que sufrir haciéndolo, por eso me tomo todo el tiempo que sea necesario hasta que encuentro las ganas, y la voluntad. No me impongo fechas, creo que la creación debe nacer en la medida en que necesita hacerlo y no imponiéndonos tiempos o fijándonos fechas que no podamos cumplir. Siento que la literatura es un territorio de goce y libertad.
Reconocimiento
–¿Qué significó para tu carrera literaria el Premio Emecé y ser finalista del Concurso Clarín?
–El Premio Emecé, que sucedió en 2007, sirvió para que apareciera un elemento importante, que es el lector. Y, por consiguiente, la aparición del editor. Si bien es muy difícil que una editorial de la envergadura de Planeta te vuelva a publicar, me permitió que otras editoriales -como Ediciones Continente; La Hendija, en Paraná; y Contexto, en Resistencia- me ofrecieran esa posibilidad. Eso es importante, ya que de alguna manera la visibilidad de los textos permite la circulación de lo que uno escribe. Lo mismo pasó con La música en que flotamos, que fue finalista del Premio Clarín.
–¿Es difícil publicar desde el interior?
–Sí, porque en general, como ocurre en Formosa, no hay editoriales. Pero felizmente, están apareciendo. Tenemos un mapa muy interesante de editoriales en el litoral argentino, en Santa Fe, en Entre Ríos, en Chaco, en Misiones. Esto es halagador porque al haber editores hay posibilidades de que el libro circule. Tampoco podemos ser tan optimistas porque no se lee tanto como uno cree y el libro papel tampoco circula en la medida en que lo hacía antes.
Al alcance de la mano
En nuestra región, la Editorial Fundación La Hendija publicó una buena cantidad de libros de Orlando Van Bredam: Colgado de los tobillos. La historia del Gauchito Gil; La mujer sin ombligo; La música en que flotamos; Nadie detiene las ambulancias; Rincón bomba. Lectura de una matanza; Teoría del Desamparo; Mientras el mundo se achica; Nada bueno bajo el sol; Poesía y ecología en la escuela secundaria; La secreta delicia de estar juntos; y, El vidente de los días de lluvia.
Fuente: El Diario
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 31/10/2022