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UNA PELICULA CANDIDATA AL OSCAR

Por Alfredo Guillermo Bevacqua   –   

A quienes amamos al fútbol porque desde  niños  -conociendo la calificación de “pataduras”  que nos daba el campito de   siete décadas atrás- nos  aferramos a los rombos de un alambrado olímpico para mirarlo y admirarlo desde allí, con seguridad  el domingo 18 de esta primavera moribunda, nos tocó presenciar la película mas dramática y con el final mas hermoso y querido, en un partido de fútbol, que explica además el porque de su popularidad y de la pasión que genera.

Cada tanto, y con la facilidad que nos brinda youtube, de volver a las cosas hermosas, buscamos aquel partido del Mundial de 2014, del que Julio César, el  arquero de seleccionado brasileño, dijo que “era imposible explicar lo inexplicable”. Fue la semifinal en la que Alemania le ganó 7 a 1 a Brasil. Era la expresión del partido perfecto de un equipo avasallante. Dominador pleno, total, y explotando además el desconcierto del equipo que tenía la obligación de hacer olvidar el Mundial del ¨50, aquella final que ha hecho del fútbol uruguayo una leyenda.

Y el primer tiempo de la selección argentina era así, tan bueno como aquel de Alemania; cometió el pecado de no ser contundente; no tuvo la suerte que tuvieron los alemanes del 2014 de convertir en cada ataque.

Y ahí comenzó la película y nuestro sufrimiento, porque a pesar que la Argentina tenía controlado el partido, ya se observaba que  la hegemonía ejercida tenía un costo, el esfuerzo físico para tener superioridad numérica  en cualquier sector de la cancha empezó a pasar factura, y Otamendi, el mejor defensor del Mundial perdió ante  Mbappé, que dejó de lado la opacidad que lo había distinguido, para imponer su potencia física, su velocidad y sobre todo la justeza de su pegada. En apenas dos minutos, todo pareció derrumbarse; nos pareció que nos habíamos  despertado de un sueño hermoso, pero sueño al fin.

Pero no; simplemente ocurría lo que todos habíamos previsto: que Francia  era el campeón del mundo y que había salido de su letargo; que imponía su potencia física, que cada corner nos metía miedo y que se había recuperado psicológicamente.

Pero nos hemos puesto a analizar un partido de fútbol, y las verdad que “el traje nos queda grande”; solo podemos contar sensaciones y emociones que no se han vivido en ninguna de las veintidós finales disputadas en campeonatos mundiales. La primera que vimos, e n vivo y en directo, en blanco y negro, fue allá por el ¨74, cuando Alemania derrotó a la gran selección holandesa de Johann Cruyff (recordamos que antes de ese Mundial, algunos futbolistas argentinos, amigos de José Francisco Sanfilippo, el gran goleador de San Lorenzo y Boca, le pidieron a conocer al General Perón que había regresado a la Patria. Sanfilippo que fue uno de los viajeros en el chárter del regreso del General, consiguió la visita; Perón les dijo que él en España miraba mucho fútbol y que le llamaba la atención el desarrollo del fútbol holandés. En el regreso, los visitantes le comentaron a Sanfilippo, “el General sabrá gobernar, pero de fútbol, poco y nada, de donde sacó que los holandeses eran buenos… Se enfrentaron en cuartos de final Holanda y Argentina; Perfumo, les pedía por favor a sus compañeros que hicieran tiempo, porque si jugaban, la goleada podía ser histórica. Ganaron los holandeses 4-0 y con un baile impresionante).

Luego en el ´78, vimos la final desde la desaparecida pista de atletismo del Monumental; a 2 metros nuestro  detuvo Mario Kempes su enloquecida carrera luego de marcar el primer gol; fue  intensa, áspera, dura,; sentimos el quejido del mellizo Ver der Kerkoff, cuando Tarantini lo dobló de un “cortito” en el estómago; el uruguayo Barreto, que estaba de juez de línea, nada vio  ni sintió; Tarantini era local… Y desde entonces todas las que se jugaron; la alegría de ver a Diego en su momento mas brillante; la deslucida, fea  y con final injusto de 1990, o la de Brasil en 2014, también con cierto aire de injusticia en el resultado final. Pero ninguna como la de ayer.

Como el niño de Eduardo Galeano, que pidió a su padre que lo ayudara a mirar, cuando conoció el mar, nosotros necesitamos que alguien  nos ayude a escribir nuestra alegría y a sostener nuestro corazón que se instaló en la garganta.

Hubiese sido tremendamente injusto que luego de una superioridad como la demostrada en 70 minutos de juego, Francia ganara el partido. Pero la Argentina tuvo grandeza, respondió a la historia, y pudo mantener intacto el legado de jugadores inmensos que han llenado de fútbol y de gloria a los equipos del mundo que han integrado, y ellos desde algún lugar, mateando con Dios o Satanas, los apoyaron, les trasmitieron su fuerza, su talento y jerarquía para ratificar desde los doce pasos la superioridad que habían tenido en el juego. (Una periodista que lee  los labios, conto que  cuando se iba a patear un penal, Messi miró al cielo  y habló; asegura que dijo “Diego, ayudanos”…

 

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