Ese comportamiento, exacerbado por quienes directamente piden adoptar al dólar como moneda propia, no solo derrumba la confianza en el peso, sino que genera una dependencia que alimenta el estrés social.
Cuando el sector público, las empresas y los particulares acceden a ellos, el clima mejora. Pero cuando escasean para atender los gastos presentes y futuros, la devaluación aflora, los proyectos se detienen y la tensión aumenta.