Por Sara Liponezky (*) –
En nuestra cultura diciembre es tiempo de balances. Inevitablemente, también de nostalgia. Por lo ausentes queridos, por lo que no hicimos, por lo sueños perdidos y hasta por las alegrías bien vividas.
El repaso trasciende lo personal, pues estamos comprendidos en un contexto social, político y económico que nos impacta y condiciona nuestros proyectos individuales, nuestra oportunidades, en fin nuestro trayecto en cada año. En este sentido, es un dato irrefutable de la realidad cuánto ha disminuido para millones de argentinos el acceso a buenas posiciones laborales, de desarrollo personal y de consumo- en cantidad y calidad- entre otros rubros. Pero lo más grave es que el futuro inmediato no anuncia que este escenario pueda mejorar.
Todos los indicadores de la economía nacional son negativos. Nuestra dependencia del FMI y otros organismos multilaterales de crédito imponen una injerencia directa en las decisiones de gobierno; se actúa para desarticular la aerolínea de bandera, archivamos en todos los ´ámbitos y niveles la Causa de Malvinas; se desfinancia la universidad, la salud y la educación pública. Y precisamente al finalizar el año, como si fuera la “frutilla del postre” : se juega la copa Libertadores de América en el país que nos sometió por más de un siglo , expolio nuestras riquezas, liquidó a los pobladores originarios y combatió a los hombres y mujeres que veneramos como héroes. Es una grotesca y agraviante contradicción, una afrenta a nuestra identidad nacional y nuestra historia que sólo se hubiera “moderado” si cambiaban el nombre del torneo. No voy a entrar en ninguna especulación ó análisis sobre las razones esgrimidas porque el tema supera holgadamente mis conocimientos sobre el fútbol y su mundo. Tampoco eso tiene la misma gravedad que el cuadro socio económico descripto, pero es una señal que confirma la tendencia.
Sin embargo, esta situación que expone a la desolación, la incertidumbre y la impotencia de tantos compatriotas, no parece disparar en la sociedad argentina una voluntad transformadora, un proyecto claramente distinto, reparador y sustentable . Las palabras “rendición”, “resignación”, “inercia” tienen una carga brutal, francamente desmoralizadora, cuando no se trata de fenómenos naturales sino de cuestiones que admiten la intervención humana. Tampoco la sumisión y el estado de vasallaje enaltecen nuestra tradición nacional.
Sería muy esperanzador que finalizáramos el año proponiéndonos recuperar nuestra vocación soberana y nuestra autoestima como país, nuestra defensa de la inclusión y la equidad social. En fin, nuestro entusiasmo por las convicciones que nos invitan a promover procesos colectivos con perspectivas de crecimiento, desarrollo y bienestar que contengan a la mayoría de los argentinos.
Vale aquella certeza que expresaba Scalabrini Ortiz “la libertad, el bienestar y la riqueza se conquistan. Ni se solicitan ni se piden. Y la cuestión, para nosotros, no es cambiar de amo, sino ser una nación fuerte, segura de sí y henchida de salud como corresponde a un pueblo inteligente que habita en un suelo feraz”.
(*) La autora de esta nota es diputada nacional (MC)